Universidad Brown
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NEW YORK CITY
2013
Dicen que a los trece años es una época donde los niños dejan de ser niños y pasan a ser adolescentes. Se revelan contra el mundo, les salen espinillas, empiezan a interesarse en el amor, en el sexo, a las chicas les viene la menstruación etc. Vamos, una época en que estos pequeños humanos están en pleno crecimiento y comienzan a aprender las verdaderas lecciones de la vida. Dura exactamente cinco años, hasta los dieciocho años, cuando supuestamente pasar a ser adultos.

Ahora mismo si estas planteándote en inscribirte en esta prestigiosa universidad es por que has pasado esta etapa, pero bueno, ¡eso cosa del pasado! Olvídalo, pon eso en un rincón de tu memoria.

Ahora estás viviendo el año 2013 en la Universidad de Brown, situada cerca del corazón de Nueva York.

¿Estás aquí por elección propia, por el sueño de convertirte en alguien famoso en la vida? ¿Por qué tus padres tienen una cuenta bancaria muy grande? ¿O tal vez por obligación?

Sea la razón que sea el resultado es el mismo, estas en una de las mejores universidades de América, pero aquí no te daremos 'la comida masticada' lo cual si de verdad deseas llegar a ser alguien en la vida tendrás que currártelo, aquí no regalamos nada.

¡Casi lo olvido! Tal vez exijamos mucho, pero tampoco descartes la idea de tener un poco de diversión. Fiesta, alcohol, sexo, drogas.

En resumen, el libertinaje total.

Para Algunos, la diversión significa dormir en tantas camas como sea posible, para otros, las compras y manicura son las cosas más importantes en su vida y siempre habrá los -por su padres- tienen dinero y reputación.

Pero dejando todo eso atrás, en la oscuridad de Brown se esconden varias personas que pertenecen a una especie de secta, un grupo donde su intenciones no son exactamente buenas. Se hacen reconocer por 'la logia', una panda de personas donde jugarán con cualquier persona que les apetezca. Les gusta ver sufrir a los demás, viven a costa de ellos. ¿Que pasa? ¿A caso tienes miedo de ser su próximo elegido? Tranquilo, como en los cómics y películas de Stan Lee donde hay un villano, hay un super héroe, e aquí nuestros super héroes se hace llamar anti logia, un grupo donde quieren la paz en la universidad y acabar con toda esa crueldad.

Y dime, ¿quien eres tu? ¿Eres un becado? ¿Un estudiante normal? ¿O tal vez te guste la idea de pertenecer a la logia? Otra posibilidad es que quieras cumplir el sueño de todo niño, ser un super héroe y pasar a ser miembro de la anti logia pero...

Seas lo que seas, se bienvenido a Brown University.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Sáb Ago 24, 2013 12:40 am

Esa mañana falté a mis clases por un problema que escapaba de mis manos, por un problema en el que no tenía nada que ver. Me la pasé sentado en la puerta del aula de economía. Quería encontrar a Ken. Lo esperé las tres primeras horas. Nunca apareció. ¿Qué era tan importante para que faltara a sus clases? Gruñí para mis adentros, poniéndome de pie para irlo a buscar a su habitación, donde tampoco lo encontré. El motivo de mi insistencia por verlo provenía de su madre. Ayer que estuvimos trabajando, me contó que había tenido una fuerte pelea con el castaño. Ambos habían quedado en malos términos y muy dolidos. Ella estaba preocupada, como era de esperarse, por lo que recurrió a mí en busca de ayuda. Me pidió que viera si estaba mejor, pero hasta entonces no tenía idea de dónde se había metido el susodicho, a quien llevaba más de una semana sin hablarle.

Lo busqué por la universidad completa cuando empezó la cuarta hora de clases, después del refrigerio. Las dos siguientes obtuve en mismo resultado anterior: De Ken no encontré ni sus luces. Tampoco estaba en su casa, y suponía que mucho menos de compras. Me senté en una banca del jardín, pesando dónde podría estar. Estuve más de una hora imaginándome a dónde se habría ido, hasta que… ¡Bingo! No comprendía cómo no se me había ocurrido antes. El piso que tenía con sus dos amigas en el centro de Nueva York. En una de sus tantas conversaciones con Eleanor se lo había mencionado. Luego de revisar el dinero que traía en mi billetera tomé un taxi hasta donde recordaba que estaba el lugar.

Ahora mismo me encontraba frente a la puerta de ese pequeño departamento, con la mano lista para golpearla y –con mucha suerte– encontrarme con el castaño. Quizás nunca había tenido ese tipo de problemas con mis padres, al punto de que nos dejáramos de hablar, pero la señora Carson estaba muy preocupada. Además de ser mi jefa, en el fondo, la consideraba mi amiga, y también quería pensar que ella me veía de la misma forma. No a cualquiera le cuentas los problemas que tienes con tu hijo y le pides ayuda, ¿no? Bueno, para ella Ken y yo éramos algo así como amigos, así que supuestamente para cuidarlo y ayudarlo, podía contar conmigo de cualquier forma. No sabía de qué ni siquiera nos mirábamos cuando nos cruzábamos por la universidad.

A este punto no comprendía la razón por la cual estaba golpeando la puerta. Dos golpes, tres golpes. Mi pide derecho empezó a temblar de forma ansiosa mientras esperaba que me contestara. —Ken, ¿estás ahí? Soy Tor… —el tono de mi voz fue alto, para que pudiera escucharme —necesito hablar contigo, es urgente —mentí y dije la verdad a la vez. Debía asegurarme de que estaba bien, pero tampoco era para calificar como emergencia lo que debía hacer. Quería verlo. De una forma bizarra y masoquista, necesitaba verlo y hablarle aunque fuera con el pretexto de que su mamá estaba preocupada por él.
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Mensaje por Kenton S. Carson Sáb Ago 24, 2013 4:44 pm

Dicen que lloramos por aquello que deseamos no perder. Es algo muy obvio, pero es que cuando los miedos y las pesadillas se convierten en realidad sufrimos de verdad. ¿Qué hacer cuando todas tus inseguridades se han convertido en realidad? Huir como si no hubiera mañana. Quizás nos enseñen a pelear, a plantar cara a todo aquello que nos enfrenta, que nos quiere hacer débil. Pero no se puede luchar con uno mismo, a pesar de parecer fácil, no se puede. Ambos sabéis como atacará el siguiente, será una lucha de ver quien es el más rápido. Y no se trata de intentar superar a aquello que yace de ti, se trata de olvidar y dejar a un lado aquello que te hace mal. El problema de ello es que a veces la solución a los problemas no llega, y el problema sigue incrementando hasta convertirse en una catástrofe.

En el interior de un piso del centro de Nueva York, en lo más bonito del Upper East Side, se encontraba nuestro snob. Faltando a un día completo de universidad, encerrado entre mantas en una cama sin ganas de salir de ella. Con un paquete de pañuelos de caja al lado como si estuviera viendo una película romántica. Por desgracia no se trataba de ello. Se trataba del terror personificado. Su vestimenta era bonita tal y como era cuando iba a clase, y es que su problema comenzó en la mañana. Bueno, empezó en la noche pero se hizo grande en la mañana, sin remedio más que gritos e insultos. Su pelo se encontraba en una sensación extraña, peinado pero no repeinado. Una cara destrozada por las lágrimas que caían a cada segundo por sus mejillas. Una cara rojiza y no blanca e impoluta. Se trataba de la imagen de un niño destrozado. ¿Qué podía haber causado aquello?

Cualquier persona, al ver su clase social, podría pensar que se habría roto un uña, que su tarjeta de crédito había llegado a números rojos o que había perdido la ropa que quería compras. Caprichos no conseguidos. Pero esos son ignorantes que se quejan de estereotipos haciendo ellos lo mismo. Todo el mundo tenía problemas graves, unos más que otros. Estaba claro que nadie llegaría a tener un problema tan grave como el de morir de hambre como el que tenían los pobres niños pobres. ¿Pero acaso se estaban comparando? No por ello debían ser felices siempre. Existían los llantos. Ser una persona feliz no te hacía estar siempre arriba. Y todas las personas pasaban por muchos problemas, que a veces resultaba ser muy parecido el de unas con otras, todas relacionado con la inseguridad, el amor y la soledad.

Pero el motivo era algo más complejo que aquello. Se trataba más bien de una guerra abierta con un final muy agrio para el castaño. Todo comenzó la noche pasada, aunque era algo que se iba arrastrando desde hace mucho tiempo, cuando el novio de la mama de Ken y Ken se pelearon a insultos, quedando el primero fuera de combate, ¿alguien dudaba eso? Pero este también era un ser muy retorcido que odiaba al snob desde hacía mucho tiempo, no lo quería en el resultado de la ecuación impuesta por aquella familia. Malmetió durante mucho tiempo, hasta que aquel día lo consiguió. La madre llamó al chico y abrió una herida bastante dolorosa. Empezó con caprichoso y acabó con mala persona. Se sabía que la confianza y el cariño que le tenía a su hijo era de mil millones más que le podía tener a otra persona, pero ya tuvo que decir cosas horribles para que la imagen de su hijo descendiera de aquella forma.

Su móvil se encontraba lejos, muy lejos de él. En algún lugar del piso, silenciado dado que no quería escuchar la llamada de nadie. Estaba aislado de todo aquel que quisiera hablarle. El sabía de sus defectos y no le gustaba que los demás le dijeran. Sabía que era caprichoso pero... ¿Por qué debía dejar de serlo si estaba solucionado aquello del dinero? Lo que nunca, jamás, se le pasaría por la cabeza es aquello de que es mala persona o una persona egoísta. Lo de mala persona no lo iba a definir, pero no era mala persona, eso quedaba a la vista por todas las personas que lo acababan por conocer en serio. Y tampoco era una persona egoísta, acababa por dar muchas más cosas de las cuales acababa por recibir. ¿Quién renuncia a la única persona que le ha gustado/atraído en su vida por la amistad de su mejor amiga?

Pero fue la puerta de la casa lo que hizo que sus lágrimas parasen. Alguien que llamaba. - ¿Quién es ahora? - Preguntaba en un susurro con la voz más bien ronca. No quería responder pero siempre respondía. Al menos si lo escuchaba, y en un piso solo, con el solo ruido suyo en el que su respiración se aceleraba para que sus lagrimas cayeran, un simple nudillo en la puerta se podía escuchar. Se puso de pie y fue lentamente hasta la puerta y antes de que abriese escuchó la voz de aquel chico que hacía que su corazón le fuera a mil por hora. Pero no quería discutir, al menos ahora no. Estaba débil, muy débil. Abrió la puerta y lo miró directamente a los ojos. - Torsten... - Pudo susurrar con voz muy débil. No pudo decir más. Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Y se podía leer claramente una pregunta que respondió directamente el rubio. "¿Puedo darte un abrazo?" Y es que necesitaba una protección extra. Alguien que estuviera ahí, quizás era el menos indicado para pedirle pero... lo necesitaba. Se acercó rápidamente a él y lo abrazó. Cerró los ojos y apoyó su cabeza en el pecho de aquel al que llamaba ranchero días atrás.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Sáb Ago 24, 2013 6:18 pm

Mientras lo esperaba que abriera la puerta, pensaba qué decirle. Me haría muchas preguntas: “¿Qué haces aquí?”, “¿Por qué me buscas?”, “¿Cómo me encontraste?”. O quizás utilizara otro tipo de expresiones: “Lárgate”, “Déjame solo”, “Nadie te llamó, ranchero de cuarta”. Dentro de mi cabeza diferentes excusas revoloteaban. Cada una intentando ser la elegida para que saliera entre mis labios cuando el castaño me preguntara la razón de mi presencia en su departamento. Ninguna lograba convencerme por completo. Era difícil. Debía ocultarle que sabía lo que sucedió con su madre. Bueno, no lo sabía del todo. Eleanor solo me dijo que discutieron y la situación se les fue de las manos. Daba lo mismo. ¿Quién era para meterme en su vida? No tenía ningún derecho, mucho menos después de haberle hecho un desplante cuando me fue a pedir disculpas varios días atrás. Todavía podía recordarlo con claridad. Su rostro inocente y nervioso, inseguro. El mío frío e indiferente, muy dolido. Solo me quedaba prepararme para una posible balacera de calificativos hacia mi persona.

Tomé una bocanada de aire después de haber tocado un par de veces la puerta. Escuché su voz después de varios días. Sin embargo, sonó demasiado bajo, cansado. Parecía haberlo pillado durmiendo. Aclaré mi garganta, pasando una mano entre mis cabellos. Intenté controlar mis nervios cuando pude sentir sus pasos detrás de la puerta de madera que nos separaba. Cuando esta se abrió, mis ojos se clavaron en el rostro del castaño. Del Kenton que la universidad conocía, solo quedaba las ropas y las bonitas facciones. Había alguien diferente parado frente a mí. Aunque pareciera increíble, lo que más llamó mi atención en ese momento fue la tristeza y frustración que veía detrás de sus orbes azules, los cuales estaban llenos de lágrimas. Había estado llorando, y todavía le quedaban ganas de continuar. Susurró mi nombre y mi cuerpo se paralizó. Sentí que mi corazón dejó de latir por una fracción de segundos. Lo veía tan débil que me daban ganas de abrazarlo y no dejarlo más. Sus ojos… Dios, sus ojos…

Como por arte de magia, sentí sus brazos rodeando mis y su rostro descansando a un lado de mi pecho, casi en mi hombro. Parecía que me leyó la mente. ¡Me estaba abrazando! Lo estaba haciendo porque lo quería en verdad. Al instante le correspondí. Su calidez se combinaba con la mía, haciendo que me estremeciera a tal punto de querer detener el tiempo para que nos quedáramos así mucho tiempo más. Deje que las palmas de mis manos acariciaran su espalda despacio. De arriba hacia abajo, intentando calmarlo. Cerré mis ojos, respirando despacio y profundamente. Lo abracé como si fuera un niño pequeño. Un niño en el cuerpo de un joven. Un niño que necesitaba ser protegido, protegido por mí, porque nadie más podría cuidarlo como yo. No supe cuánto tiempo pasamos así, pero cuando me di cuenta, mis labios se encontraban sobre sus cabellos, besándolos tiernamente, tal y como lo hacía cuando mi hermana tenía pesadillas. —Todo irá bien… —susurré en tono cansino, solo para él.

—Entremos, ¿sí? —pregunté mientras mis dos manos levantaban el rostro del castaño, para poder verlo a los ojos. Le mostré una sonrisa tranquilizadora, secando sus lágrimas con mis pulgares. Era tan hermoso que ni el cansancio y agotamiento que demostraba podía opacar lo que era en realidad. Me costaba volver a tenerlo lejos, pero tuve que separarme un poco. Me tomé la libertad de pasar al departamento después de él y cerrar la puerta a mis espaldas. Lo primero que vi fue la caja de pañuelos casi vacía. Había llorado mucho. —Sé que te sorprende mi llegada, pero en verdad quería saber cómo estabas —admití por lo bajo, caminando por el departamento con las manos dentro de mis bolsillos del pantalón mientras lo miraba de reojo. Estaba cohibido, muy nervioso. Era un tonto preocupado por él, era un tonto ilusionado con volver a tenerlo entre mis brazos.
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Mensaje por Kenton S. Carson Sáb Ago 24, 2013 7:53 pm

No se podía descubrir qué era lo que éste necesitaba para volver a estar bien, pero si lo que necesitaba para estar seguro, para dejar sus lágrimas. Necesitaba protección, seguridad. Eso era algo que ni sus amigas le podían dar. Si, ellas siempre están ahí, hasta que no lo están. Su mejor amiga ahora andaba de vacaciones exenta de cualquier información y con la otra chica... ahora mismo no estaba al tanto. No la había visto en todo el día, más que nada porque no fue a la universidad, así que tampoco le preocupaba. Se sentía solo, porque en esos momentos siempre pasaba eso, por más que haya alguien que te quiera ayudar, te vas a sentir solo. Seguirás a oscuras por más que haya una luz delante de ti. Prefieres estar pasando frío en el invierno que avanzar al verano por miedo a sufrir más de lo que lo haces. Es horrible esa sensación. Nunca se sabe que hacer y el snob se encontraba en esas. Dolido en una soledad que nada podía curar.

Por más bien que se sintiera en sus brazos, su pecho, estaba mal. Sabía que aquello se iba a acabar, que el hecho de que estuviera mal le ayudaba a que todo estuviera bien con él, a dejar de actuar porque estaba débil, cansado de fingir, no queriendo alejar a lo que quieres a tu lado. Lo que sientes que te pertenece aunque no lo haga. El rubio se caracterizaba por ello. Cuando estaba en la cima fingía muchas cosas, abandonaba a aquellos que le quisieron cuando estaba en la sombra y nadie le quiso. Pero no tan exagerado, es decir, los trataba mal si les caía mal. Pero si alguien la caía bien gracias a esos momentos... los trataría como muy mal, con indiferencia. Bueno, realmente, nunca le ha pasado eso. Por tanto era difícil de predecir lo que haría. ¿O tal vez no era la primera vez? En el internado pasó aquello con una chica, pero al final se hicieron buenos amigos, el caso es que aquella chica se fue transformando en algo más grave. La culpa no fue del castaño.

El otro se separó. Abrió los ojos. Lo miró a los ojos directamente sonriendo. Era su protector momentáneo. Realmente no sabía cuanto iba a durar aquella paz entre ellos. Y en esos momentos necesitaba cerrar los ojos, sentir su abrazo de nuevo y sentirse seguro. Olvidar los problemas y quedarse durmiendo ante aquel chico. El único chico que ha conseguido que su corazón se parase por el solo hecho de verle, aquel que ha hecho que cuando se comprara ropa de fiestas pensara en ir a juego con un posible chico sabiendo que nunca sería de él. - Vale. - Dijo con voz cansada dando respuesta a su proposición. Entró esperando que el otro cerrara la puerta después. Dejando que pasara a su piso. Pero hubo un momento que lo hizo sentir más protegido que nunca, y no fue durante el abrazo, sino cuando le secaba las lágrimas de los ojos, sintiendo unas palabras nunca dichas. Sus ojos se fueron directos a los suyos en ese momento.

Escuchando su respuesta, Ken tan solo se acercó a este y lo cogió de la mano. No exactamente, solo cogía sus dedos delicadamente, tan delicado como era el snob. - Pues... - Lanzó un suspiro largo. No sabía contestar, tampoco quería. No es que no tuviera confianza, es que no tenía fuerza. Realmente solo se había tomado unas galletas en la mañana, y un capuchino. Las lágrimas le quitaron el hambre durante todo el día. Prácticamente que no se hubiera caído al suelo era un milagro, pero no era la primera vez que hizo ese tipo de cosas. Aunque más bien fue hace mucho tiempo. - Mal. - Terminó por confesar, el problema es que aquello no era ningún misterio, por más que una de sus manos, la libre fuera directa a su cara para taparse los ojos porque iban a empezar a caer lágrimas de ellos.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Sáb Ago 24, 2013 11:40 pm

El pacto de paz se firmó cuando me rodeó con sus brazos de esa manera tan urgente y le correspondí. Fue solo un instante que me pareció eterno, digno de guardar en mi memoria. Ambos necesitábamos esa tregua después de habernos agredido tanto verbalmente, por un motivo o por otro, en cada uno de nuestros encuentros. Después de ese gesto tan sensible suyo, podría lidiar con cualquier cosa que me dijera. Si decidía insultarme, ofenderme e incluso golpearme para desahogarse y sentirse mejor, lo aceptaría. Se veía tan indefenso como un niño pequeño y débil, tanto que traía a mi cabeza los más tristes recuerdos de mi vida. Ken necesitaba consuelo y apoyo, lo estaba buscando desesperadamente. Sin pensarlo dos veces, estaba dispuesto a dárselo. Podía contar conmigo el tiempo que quisiera, me tenía a su disposición.

Más que el interior gigante del departamento, me sorprendió la poca distancia que teníamos entre los dos. Cuando creí que el abrazo sería nuestra única conexión física esa tarde, el castaño tomó una de mis manos, empezando a jugar con mis dedos de forma delicada y a la vez distraída. Parecía desconectado del mundo que lo rodeaba, concentrado en quién sabe qué cosas. Yo, por mi parte, fijé mi atención únicamente en su presencia y el silencio agradable que nos rodeaba. De pronto el lugar se redujo a una habitación pequeña similar a la del conserje, donde lo había besado por primera vez. Y, aunque moría por repetirlo, más me preocupaba el pesar dibujado en su hermoso rostro de muñeco. La pelea con su madre había sido muy fuerte, tanto como para hacerlo llorar de nuevo después de contestar mi absurda justificación de presencia. Llevó su mano libre a sus ojos, tapándoselos. ¿Acaso iba a decirme que estaba bien? Era lógico que fuera lo contrario. Nuevamente lágrimas no.

—No puedes llorar delante de un ranchero de cuarta, Ken —bromeé en tono tranquilo, queriendo hacerlo sonreír. ¡Solo Dios sabía lo mucho que me gustaba su sonrisa! Era una de las cosas que me había llamado la atención ese fin de semana en la excursión. Además de sus cejas, sus labios y su ternura. Hice que se destapara el rostro y tomé sus dos manos entre las mías. Besé el dorso de ambas, una después de la otra, muy cariñoso. Su piel era suave, cálida. Tan perfecta como solo la suya podía ser. Sin darme cuenta mis mejillas se pusieron coloradas. Con Ken me nacía tener ese tipo de gestos. Quería mimarlo mucho, cuidarlo. Si bien era una sensación extrañamente nueva, para nada la despreciaba. Al menos no en ese momento. Me estaba mostrando auténtico, como solía comportarme con mis personas queridas. Y si eso servía para tranquilizarlo, bienvenido era. Verlo llorar me hacía sentir mal, como si yo mismo fuera el que tuviera el problema encima. Quería evitarlo a toda costa.

—Me quedaré contigo un rato, si eso te parece bien —susurré mirándolo a los ojos, frunciendo mis labios de forma sutil. Puede que pronto perdiéramos esa “chispa” que ahora mismo nos conectaba, y termináramos como siempre, discutiendo. Aunque no, no creía que eso pudiera suceder de nuevo, al menos no mientras él estuviera en ese estado. —¿Quieres contarme qué sucedió o hablamos de otra cosa? —pregunté soltando sus manos con cuidado y dejando que las mías descansaran en ambos lados de su cuello, utilizando mis pulgares levantados para acariciar sus mejillas suavemente. Así, de cerca, el azul de su mirada se veía mucho más intenso. Cautivador, atrayente. Provocaba que uno quisiera nadar en ellos.
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Mensaje por Kenton S. Carson Dom Ago 25, 2013 11:34 am

No era como la primera situación en la que ambos se encontraron la primera vez pero se asemejaba un poco. No había más que ver las claras coincidencias, fue el moreno en su búsqueda porque pensaba que estaba mal, ahora lo sabía. Eso declaraba un claro avance. Aquel día lloraba por una inseguridad, por una rabieta. Esta vez su llanto se situaba más en algo menos caprichoso, en una bronca con su madre. Un miedo hecho realidad. ¿Perdería a su madre para siempre? Sería el perdedor de la batalla contra aquel hombre. Era algo que rompía su orgullo en mil pedazos, pero sobre todo había perdido la confianza en su madre. Ya nada era lo mismo, quizás su madre tendría que volver a currarse la confianza. Luchar por algo que se estaba perdiendo mucho después de aquellas palabras tan duras. ¿Cómo se podía aceptar “mala persona” o “egoísta” por parte de ella? Era algo muy duro.

Pero estaba claro que había una gran diferencia, y no se trataba solo de la razón, sino de la reacción del snob. Esta vez confesó que estaba mal, pidió ayuda con aquel abrazo. Sentirse solo alrededor de mucha gente era algo duro pero no tanto como perder a una de las personas que te dio la mano desde tan pequeño. Y vale que no estuviera muerta pero era casi tan terrible como tal cosa. Muy duro. Estaba destruido por dentro y por fuera. Sus ojos rojizos, hinchados de tanto llanto, mostraban aquello. No era una rabieta. Su cara había adoptado un color que lo delataba, sus pupilas se había dilatado. Sin duda alguna lo había pasado mal y se notaba. Estaba claro que pasarse horas y horas llorando no era algo que no pasara factura sobre la belleza del pequeño muñeco.

Poder asegurar que aquel estaba allí para ayudarlo era algo prácticamente nulo. ¿Por qué confiar en alguien que te detesta tanto como fingías hacerlo por él? Era evidente que algo no cuajaba. Pero el castaño se abrazó a él sin dudarlo un segundo, el si confiaba en él y le daba igual lo que lo evidente mostrase. “El amor mueve montañas” – Quizás era una frase que medio pegaba en aquello. Sería el amor lo que había cegado la última neurona que le quedaba al chico de la bola de cristal. Tal vez. No iba a cuestionarlo, desde luego no iba a intentarlo. Y ahí estaba aquel chico, intentando quitar hielo al asunto, intentando tranquilizarlo. Al menos así lo notaba él. Sacó una media sonrisa y lo miró directo a sus ojos. Si había una pequeña duda, ahora estaba claro. Estaba enamorado de él y, por supuesto, confiaba en él.

Después vinieron mensajes mucho más tranquilizantes. Y algo más arriesgado. Notó las manos del compañero sobre la nunca de éste. Sus dedos acariciando su rostro. Se sentía bien pero se separó un poco. Volvió a tomar su mano para darle asiento y colocarse a su lado. - ¿Puedes quedarte a dormir? No quiero volver a casa. – Pide, esta vez bajando su mirada. Quizás se había pasado pero tenía que intentarlo. – Si quieres. – Intenta suavizar la propuesta.

Pasó su mano por aquel mechó rebelde que se le puso en la frente, estaba claro que si se había peinado, estar tanto tiempo sobre la cama llorando le había estropeado su cabello. Eso era más que evidente. – Te cuento. – Dice algo más tranquilo. Se cree con fuerzas suficiente como para empezar a contar. Se siente en confianza, estaba claro que a nadie le suele contar sus problemas. Solo sus dos mejores amigas saben casi todo sobre él, mientras que Tasha es la que lo sabe todo. Bueno, no todo. Le faltaba el detalle de su atracción/gusto/sentimiento hacía el chico que le estaba dando un apoyo que los demás no podían ni empezar a darle. – Me peleé con el novio de mi mamá, es una arpía… pero es algo que hacemos a costumbre. A veces empieza el y otras yo. Simplemente saltamos. Pero algo pasó porque en la mañana recibí la llamada de mi mamá… - Y ahí empezaron los recuerdos. Oh no, sus ojos volvieron humedecerse. – Y me…me… di...dijo cosas muy… feas… - Intentó contar pero no llegó a finalizar porque su voz se vio atascada. Su voz estaba rota. Las lágrimas habían vuelto. Utilizó sus manos para taparse la cara. Tan solo el hecho de volver a recordar la sensación de impotencia que sintió cuando recibió aquellas palabras por su parte, la tristeza que le invadió por cada una de ellas o lo débil que se sintió cuando tuvo que cortar la llamada.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Dom Ago 25, 2013 1:58 pm

¿Conocen la sensación de estar aguantando la respiración debajo del agua por mucho tiempo? Pues, era la misma que yo tenía en ese instante, mientras lo tenía tomado por el cuello muy cerca de mí. Eran solo centímetros los que nos separaban al uno del otro. No me costaba pegar mi nariz a la suya, para después hacer lo mismo con nuestros labios. Un pequeño movimiento que volvería a disfrutar de su suavidad y calidez. Pero era tonto pensar que podría hacerlo. El castaño estaba demasiado sensible, demasiado débil como para aceptar bien un ademán como ese de mi parte. Y lo dejó bien claro cuando se apartó. Me puse pálido, creyendo que había arruinado nuestro momento perfecto. Quizás no fue mucha la distancia que tomó, pero la suficiente para dejarme claro lo que debía hacer: quedarme con las manos quietas. Sin embargo él tomó la mía y me guio hasta el gran sofá de la sala, haciendo que me sentara y acompañándome. Era un avance, del cual me limitaría a disfrutar sin querer algo más a cambio.  

Si el que aceptara mi compañía un rato más me sorprendería, su petición me cayó como un baldazo de agua fría. Si no fuera porque baja la mirada y parece apenado por lo dicho, hubiera creído que era algo similar a una broma. Quedarme a dormir en un mismo lugar que él. ¿Quién lo diría? Ni en mis más extravagantes sueños había imaginado una situación así. Él necesitándome y pidiéndome que me quedara a su lado. Jamás iba a negarme. Y no porque el castaño me gustara tanto -de los pies a la cabeza, aun con sus ataques arrogantes-, sino porque era un ser humano, y cualquiera debía tener apoyo y consuelo cuando lo necesitara. Sea una buena o mala persona, sea humilde o egocéntrica. Todo ser humano tiene derecho a la bienaventuranza, más aun cuando se trata del castaño. ¿Por qué? Porque simplemente se trataba de él, y para mí, que sonriera y se sintiera bien era importante. Todavía me tocaba descubrir la razón por la que me sentía de esa forma con respecto a Ken, pero eso sería en otro momento, ahora solo debía concentrarme en hacerlo sentir mejor.

—Me quedaré el tiempo que necesites  —mi tono fue cordial y una sonrisa tímida se abrió laso en el lado derecho de mi mejilla. Debía darle seguridad para que se diera cuenta de que su proposición me había encantado, y que me quedaría porque quería, no porque me sintiera obligado, ni nada por el estilo. Esperé sereno a que me dijera lo sucedió. Su mamá lo único que me dijo fue que hubo una discusión y que ambos terminaron en malos términos. Las razones eran inexistentes para mí, pero estaba seguro de que algo fuerte debió suceder para que una mujer tan agradable como ella, pudiera discutir con su hijo.

Entonces caí en cuenta que solo podía ser el culpable un tercero: su padrastro. De otra forma esa pelea no tenía sentido. Mientras me iba contando lo sucedido, el castaño poco a poco se debilitaba y regresaba al mismo muchacho que se presentó frente a mí cuando llegué. Sus ojos se humedecieron y yo solo tragué saliva, mirándolo contrariado. ¿Qué mujer, habiendo traído al mundo a un bebé, puede preferir a su pareja que su propio hijo? Eleanor no tenía pinta de que hiciera ese tipo de cosas. Debía de haber algo más que la molestó y provocó esa reacción. A pesar de mis dudas, al escuchar su final entrecortado y notar cómo se tapó el rostro con ambas manos, para volver a llorar, hizo que mis brazos se alargaran y rodearan su cuerpo. Lo pegué contra mi pecho de forma protectora. —Eres increíble… —susurré cerca de su oído. Un comentario sin sentido para él, pero con mucho significado para mí. Ken era una persona increíble. Tan malo cuando quería, tan tierno como debía.

—Las madres no tienen una manual de instrucción. A veces simplemente no saben cómo actuar y sus reacciones pueden causarnos daño sin que se den cuenta —murmuré en tono bajo, recordando palabras de un hombre muy sabio, quien siempre tenía respuestas para cualquier pregunta —es difícil para ellas, así como para nosotros —continué mientras mis manos reposaban en su espalda y su perfume se metía por mi nariz, relajándome —sé que Eleanor está tanto o más triste que tú en estos momentos —me atreví a confesar. La había visto mal, pero conteniéndose porque las madres son así, siempre deben verse fuertes. Besé suave sus cabellos y lo solté con cuidado. Debía mantener mi distancia para no hacerlo sentir incómodo.
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Mensaje por Kenton S. Carson Lun Ago 26, 2013 7:57 am

Aquella noche no la pasaría solo. Ese era su plan desde un principio, pasar la noche solo, entre lágrimas. Aunque realmente no planeó nada, solo se fue al piso a llorar hasta que se apagara el mundo, hasta que el mundo solucionase algo que el no podía hacer. El problema estaba resuelto y, por primera vez, se daría por vencido. Aquel hombre había ganado la batalla, su mamá acabaría por casarse con aquel y éste la vería muy de vez en cuando... ¿Perdería también el dinero que siempre había estado pactado para él? Si bien pensó que perdió su dinero, eso era algo que  no se le había pasado por la cabeza. Pero mejor. El solo hecho de sentir que se podía volver pobre podía hacer que se acabara suicidando. Es decir, pobre y sin familia, ¿qué puede ir peor? Todos sus amigos serían ricos, sería un triste. No podía ir con ellos sin sentir vergüenza. Mejor que nadie le hiciera pensar en los posibles problemas que pudieran venir después. Ese día tocaba llorar por un problema, ya se vería otro día.

El abrazo era algo que necesitaba, algo que cogió con gusto. No se separó, se volvió a apegar a él. Parecía su hermano mayor, un oso de peluche grande, o un padre. Parte de esas tres cosas que nunca tuvo. La mayoría. Siempre criado entre mujeres que lo apoyaban con amor pero sin una figura paterna que lo pudiera proteger realmente. Por aquel hecho, debió ser el quien protegiera, pero no fue así. Siguió siendo el niño que buscaba protección, el niño bonito que buscaba llamar la atención. Aquel que necesitaba que lo adorasen. Alguien que decía no importarle la opinión de los demás pero que le importaban demasiado. - ¿Por qué? - Preguntó con voz dulce, entre cortada por las lágrimas que recorrían su rostro. No entendió aquello. Tan solo lloraba, incluso podría llegar a pensar que se reía de él pero no, en esos momentos solo estaba perdido entre la confusión, esperando que alguien lo rescatase de un mar oscuro que no tenía salida.

Sus ojos se cerraron. No quería responder a todo aquello que el decía. En ese momento, por más obvio que pareciera que aquel chico estaba allí porque la mamá lo mandó a buscar, prefería dejarlo pasar. Acurrucarse en su pecho y cerrar los ojos. Tener un apoyo, artificial o real, de alguien que el quisiera. Alguien que le diera una seguridad en esos momentos. Porque francamente, la necesitaba.

Y volvió a abrir los ojos, esta vez para mirarlo a él. No supo por qué pero sintió que lo necesitaba. Parecía un niño que buscaba algo en aquel rostro. Era extraño porque no mostraba ni agrado ni desagrado, tan solo miraba. Alargó uno de sus brazos, tocó con su mano la cara del chico. - Torsten... solo calla... - Le susurró sin cambiar aquel tono de voz decaído para levantarse cuidadosamente y besar sus labios. Sus ojos se cerraron de nuevo. Esta vez fue el quien lo calló. No quería un apoyo para solucionar sus problemas, cuando alguien está mal, quiere que lo hagan sentir bien. Realmente no se sabe si eso era lo que buscaba él, pero sintió que lo quería besar, que lo quería callar.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Lun Ago 26, 2013 9:32 am

Todavía me faltaba conocer mejor a Eleanor como para meter las manos al fuego por ella, y mucho menos por su pareja. No podía hacer esas cosas que uno hace cuando confía al cien por ciento en una persona, como lo que hacía siempre cuando se trataba de uno de mis mejores amigos. Solo me quedaba apoyar al castaño. Ya después tendríamos el tiempo suficiente para que aclarara las cosas con su madre, porque, a pesar de todo, era su madre. Nada haría que eso cambiara. Solo debían conversar. El diálogo en una familia era importante, y si en mis manos estaba que ambos lo hicieran, haría hasta lo imposible para conseguirlo. Ahora me tocaba disfrutar de su compañía, por más egoísta que sonara.

Todos los muros que había puesto entre nosotros desaparecieron, no existían. Me había olvidado de nuestros encuentros desagradables, que eran la mayoría que tuvimos. De lo que nos habíamos dicho durante estos largos días, y lo que no, desde que preferí dejar de hablarle.  Ahora lo mejor era recordar los momentos positivos y agradables, como cuando lo conocí, como cuando lo besé la primera vez y me correspondió. Aunque después lo negara y dijera que le había dado asco. Nunca iba a creerle, como es de esperarse, porque un beso no se puede dar de esa forma si alguien te es desagradable. Pero aun así, preferí no contestarle a su pregunta. Era imposible que las verdaderas razones por las cuales lo consideraba increíble fueran confesadas.

Mis dos últimas clases en la universidad tendrían que esperar. Lo más importante para mí era él, solo él. Y resultaba bastante tirado de los pelos que lo pusiera delante de mis estudios siendo un chico tan aplicado y con una beca que cuidar. Pero había cosas que no se podían controlar, y sentimientos que no se podían esconder. ¿Cómo seguir si sabes que esa persona especial se encuentra mal? Me confundía sentirme así con respecto a Ken, porque se suponía que debía tratarlo de otra forma. Ya saben, ser tan desagradable por lo que me había dicho cada vez que nos veíamos. Había algo diferente. Al estar los dos solos en ese lugar me hizo pensar en que podría acostumbrarme a estar cerca suyo y que podamos hablar como dos personas normales, sin discutir, sin malos comentarios. Y mucho más importante, sin que las lágrimas humedecieran su rostro.

Intenté alejarme un poco, como si quisiera buscar una distancia prudente, evitando abrumarlo. Me sorprendió ahora que fuera él quien se acercara y acariciara mi rostro de esa forma tan tierna, tan especial, tan única.  Por un instante me perdí en su mirada, en ese azul infinito en sus ojos. Pidió que me calle, pero no tuve tiempo de contestarle. Cerré los ojos cuando sus labios tocaron los míos. Me sorprendió, pero pude corresponderle al instante, calmado, tierno. Definitivamente, Ken era increíble. Llevé una de mis manos al costado de su cuerpo, acariciándolo inconsciente. —A mí si me encantan tus besos —susurré sobre sus labios, volviendo a besarlos. Su sabor, su textura, su calor. Hermoso. Ken era hermoso. Y aunque sabía que lo hizo por callarme, para hacer lo que supuestamente yo hice con él en la habitación del conserje, atrapé su labio inferior entre los míos, tirando de él suave, cariñoso. Un gesto que me hizo sonreír. Tomé su rostro entre mis manos y besé su frente, su nariz, sus mejillas, para finalizar en sus labios, en los cuales dejé un corto y pequeño beso. —Dime, aunque sea mentira, que te hago sentir mejor —supliqué en busca de su aprobación. Quería saber si estaba haciendo las cosas bien. No soportaba la idea de que mi presencia y apoyo fuera inútil.
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Mensaje por Kenton S. Carson Lun Ago 26, 2013 7:12 pm

Era triste pensar que el primer beso intencionado por ambos se diese cuando uno de ellos estuviera triste, que fuera en aquellas condiciones. Que pareciera que uno se aprovechaba de uno, y ese uno del otro uno. Cualquiera podía echar en cara sobre aquella situación. Uno podía fingir que se aprovechó de su debilidad y el otro podía pensar que se aprovechaba de su bondad. Cosa curiosa. Pero Ken no iba a ir con esas. Lo besaba porque quería, sentía que tenía que hacerlo. Que tampoco iba a tener que luchar por personas que quizás luego no lo harían por él. Su madre le dio el empujón para ser egoísta de verdad, de ser feliz sin importar el cómo ni con quién, sin importar si hacía daño a alguien importante. Bueno, si que se le pasaba por la mente pero no podía pensar en una amiga que tenía cero posibilidades... sería algo inútil. Nadie entendería ese tipo de razones, todos los amigos deben acabar entendiendo que deben apartarse si sus amigos están pillados el uno por el otro. ¿No es lo más lógico? Pero su mejor amiga no podía hacer algo si no sabía sobre ello.

Y esta vez si que disfrutaba el beso, ya no existía un prohibido por así llamarlo. Antes debía fingir que el beso no le gustaba, que no lo quería besar. Correspondía pero nunca jugaba también, era extraño. Era un quiero pero no puedo. Ahora es un quiero y lo hago por tal cosa. Sus labios jugaban con los suyos, copiaba aquel movimiento que hizo de morderle el labio, paseaba su lengua por el paladar tal y como sus amigas le habían dicho que hiciera si algún día fuera a besar, intentó eso de alargar la lengua pero por desgracia su lengua no alcanzaba a mucho. Era demasiado enana. Una historia muy relacionado con la longitud de su lengua fue cuando era pequeño y jugaban a sacar las lenguas, recuerda que su profesora le insistía en que sacara la lengua porque pensaba que el niño no quería hacerlo, pero el problema es que su lengua era pequeña, que llegaba a taparse el labio con ella pero no llegaba a tocarse la punta de la nariz ni hacer medio recorrido con la barbilla. Pero era súper tierno verlo sacar la lengua. Demasiado.

No supo que responder ante aquel comentario pero le encantó. ¿Acaso no era tierno que el chico que te gustaba te dijera aquello? Estaba viviendo el sueño de su vida. No todos tienen la suerte de que la primera persona en la que te fijas, acabe fijándose en ti. Eso no suele pasar. Muchos podrían decir que era muy bello, perfecto, que era normal que ese tipo de cosas le pasaran a alguien como él, pero es que el era gay, ¿acaso no era suficiente handicap? Tan solo tuvo mucha suerte. Pero algún día el amor debía llegar a la puerta de su casa, curioso que fuera de una forma tan extraña. Vestido de un ranchero. - Te he pedido que te quedes, eso debería responderte a eso. - Respondió simple. Apoyando de nuevo su cabeza en el pecho del moreno. Cerrando los ojos. Ahora, necesitaba descansar. Y que no hubiera respondido ninguna de sus preguntas no decía que no lo hubiera hecho mentales. "Yo también amo tus besos" o "Me haces sentir increíble" pero otra cosa es que lo dijera en alto. Quizás no era el momento para ser bonito.

Poco a poco empezó a escuchar menos de lo que había allí. Sus lágrimas terminaron por secarse, terminaron de caer con el beso, con su abrazo, con todo. Y el se empezó a entrar en trance con aquella imagen del chico del guiño besando su frente y su nariz como si le gustara tanto que lo hubiera tenido que guardar mucho tiempo. Le hicieron sentir verdaderamente bien. Así hasta que empezó a dormir, a soñar con Dios sabe qué cosas, si pesadillas, si sueños sin sentidos, si sueños bonitos o un sueño que nunca recordaría porque su cerebro prefiere no almacenarlo para cuando despierte. El caso es que acabó dormido sobre el pecho del joven.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Mar Ago 27, 2013 1:27 am

Hay diferentes formas de besar. Todas agradables si tienen un final esperado. De lo contrario, se vuelve una anécdota divertida que contarán tus amigos en alguno de tus cumpleaños, para que tus malas experiencias amorosas sean el blanco de las burlas. El punto es que hay tres formas que siempre han llamado mi atención. La primera: Si besas y te besan. Es bonito y tierno, porque hay un sentimiento compartido que quiere ser expresado mediante ese gesto. Típico de las parejas. La segunda: Si robas un beso. Es emocionante, porque corres el riesgo de que esa persona te mande al demonio, aunque lo ideal –para cualquiera– sería que te corresponda. Tercera: Si te roban un beso… si esa persona especial te roba un beso, tu cuerpo recibe una descarga de energía que despierta hasta al más dormido de tus sentidos. Tus vellos se erizan, tu corazón se acelera y tus labios se mueven sobre los suyos instintivamente, sin que puedas controlarlos. Justo como me pasó cuando el castaño me besó. Aunque hubiera querido negarme, para mantener la distancia prudente que ambos necesitábamos para no terminar discutiendo, le correspondí al instante, mucho más afable que cuando él me correspondió la primera vez que lo besé.

¿La parte más bonita del inicio de la noche? Verlo quedarse dormido entre mis brazos después de sus últimas y reconfortantes palabras. Quería quedarme horas con su cuerpo pegado al mío, mientras que mis manos acariciaran su espalda y mis labios besaran su cabello. Era una opción tentadora, pero era momento de separarse. Aguantando la respiración para no moverlo con brusquedad, lo recosté sobre el sofá. Busqué en la que parecía ser su habitación una almohada, la cual puse debajo de su cabeza para mayor comodidad, y una manta delgada encima de su cuerpo. Parecía un ángel durmiendo así, tan placenteramente. A esas alturas, sus problemas habían desaparecido para sumirse en una quimera de paz. Las ganas de recostarme a su lado y dormir con él me invadieron, haciéndome alucinar muchas cosas más. Tuve que sacar esas imágenes de mi cabeza para continuar con lo que había pensado.

(...)
Siete y veinte de la noche. Lo supe porque antes de entrar al departamento miré la pantalla de mi móvil. Oficialmente habían terminado mis clases de actuación. “¡ACTUACIÓN!”, gritó mi consciencia desconsolada, revolcándose en el interior de mi cabeza. Era una materia extra, un pasatiempo, pero igual de importante por lo que significaba en mi vida. Sin embargo, había preferido quedarme con el castaño, velando de sus sueños. Al menos los primeros minutos, pues los demás me las arreglé para encontrar las llaves del lugar y poder ir a comprar algo para comer sin interrumpir su placentera siesta. Se notaba que le hacía falta y no le arrancaría esa oportunidad de descansar.

Al inicio no sabía qué comprar para la cena, pero mis pies inquietos y nerviosos me llevaron hasta un restaurante italiano. Salí de ahí con dos porciones de lasagna, pan baguette rebanado y un vino tinto suave. Suficiente para los dos. Cuando entré lo vi todavía durmiendo, como si el mundo pudiera derrumbarse sin que él se despertara. Sin hacer mucho ruido busqué en la pequeña cocina, tomé un par de platos, cuchillos, tenedores, copas, servilletas. Lo necesario para poner la mesa decente. ¿Estaba preparando una especie de cena romántica? La respuesta era más que obvia. Solo esperaba que ninguna de sus compañeras de piso llegara a estropear nuestro extraño momento juntos, que en realidad no era un momento de ese tipo. Estábamos compartiendo tiempo solo porque él lo necesitaba. Seguramente, cuando las cosas volvieran a la normalidad, me convertiría nuevamente en calabaza. O mejor dicho, en ranchero el mismo ranchero de cuarta que siempre había sido.

¡Momento de comer! Fui hasta la sala, donde Ken todavía descansaba en el sofá. Me senté en el filo, haciéndome un pequeño espacio al lado de su estómago y le acaricié los cabellos hacia atrás y besé su frente suavemente. —Hey, rubito, hora de cenar… —susurré cariñoso, mirando sus facciones perfectas a la luz de la lámpara. En serio parecía un ángel. Un hermoso e inofensivo ángel de carne y hueso. Daba cualquier cosa porque al despertar pudiera estar igual de pacífico que antes de dormir.
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Mensaje por Kenton S. Carson Mar Ago 27, 2013 9:12 am

Por muy mayor que pareciera físicamente, Ken no era más que un niño, un niño encerrado en el cuerpo de un perfecto adolescente. No había más que ver lo acurrucado que quedó sobre aquel chico. Parecía su hermano pequeño. Muy maduro para unas cosas, muy poco para otras. Aunque aquellas cosas en las que era muy maduro o eran muy escasas o prácticamente ni existían. Sus brazos se quedaron como a la par apoyados en las piernas del joven, al menos hasta que las quitó de allí. Puesto que quedó recostado sobre el sofá. Era curioso que nunca se había quedado dormido en el sofá hasta ese momento. Siempre lo habían mandado a la cama antes de tal. El sofá era para relajarse, no para dormir. Reglas de casa que se debían cumplir a raja tabla. Porque por muy polémico que fuera, la mayoría de las reglas las cumplía. Casi siempre. Si no, no estaría allí llorando en aquel piso, estaría en clases sufriendo de dolor. Había reglas que acababa por romper, aunque su madre le perdonaba ese tipo de cosas, casi siempre, no, siempre. Los castigos que le ponía no eran nada realmente.

Y ahí empezaba su sueño. Más bien una pesadilla. Todo empezaba un día normal en el que el snob iba a un baile de fin de curso en su antiguo internado, todas sus amigas acaban pasando de éste, cuando habla nadie le hace caso. Sus amigas de vez en cuando lo miran y se ríen de él. No le queda nadie. Corre y se esconde en los pasillos del internado para llorar, llama a su madre pero no se lo coge. A los minutos recibe un mensaje en el que dice no tener tiempo que tampoco sería gran cosa, que esperara un tiempo. Acaba quedando solo, pero por alguna razón intenta buscar a alguien en el internado y se encuentra con el chico que antes del sueño le cuidaba, ¿qué hacía allí? Esta vez es él quien lo humilla a él delante de todos sus amigos. Ken acaba solo, llorando en su habitación... ¿acaso había quedado solo para siempre?

Por alguna extraña razón no todo acabó ahí. De repente escuchó una puerta cerrarse, alguien había entrado su habitación para traerle la cena pero pedía que se despertase. Tenía miedo por si era alguien que le fuera a golpear. Fue entonces cuando empezó a abrir los ojos y se echó hacía atrás corriendo al verlo allí. Todo fue un horrible sueño, Ken, tranquilízate. - Se dijo así mismo mientras suspiraba. Volviendo a la realidad lo miró medio sonriente. Apoyó sus manos en el sofá quedando medio cuerpo levantado. - ¿Compraste de cenar? - Preguntó curioso. Adorable. Con ese tono tan especial que lo hacía tan dulce y repelente a la misma vez, es decir, no todos aguantaban que un chico de dieciocho años pusiese voz de niño pequeño, pero otro tipo de personas o se lo tomaban a risa o lo veían como adorable porque era eso, un chico adorable.

Miró a todos lados buscando la cena, acabó viendo la mesa colocada, con los platos y demás. - ¿Preparaste todo eso tú? - Preguntó sorprendido. Sin quitar la sonrisa. Mirándolo incrédulo. Fue entonces cuando le dio un abrazo y le dio un beso en la mejilla. - Gracias por estar aquí, por estar a mi lado. - Le susurra en su oído. Y si, todo va con sinceridad. Ya no era lo que no se esperaba sino el hecho de que hiciera cosas que nadie estaba haciendo por él en ese momento, quizás nadie se había enterado pero el tampoco supo hasta que lo encontró y fue allí dónde se quedó, a su lado. Faltó un algo, pedirle perdón por el daño que le había podido hacer anteriormente pero no podía. Por más que aquella pesadilla le hubiera hecho sentir más solo que nunca, no podía intentar remediar todo aquello, además... ya le pidió perdón aquel día. No le gustaba pedir perdón, no quería hacerlo.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Mar Ago 27, 2013 10:06 am

Esa noche, que hubiera podido ser como otras tantas, era especial. Normalmente, a estas horas, estaría cenando en la cafetería. O, si tenía suerte, con mi hermana y mi madre, quienes tendían que pedirme que vaya como a esas horas a verlas. Cosa que era una tradición más que obligación. Nuestro contacto continuaba siendo cercano, a pesar de que la mayor parte del tiempo me la pasaba en la universidad. Éramos muy unidos. Y no, no esa típica familia que después de una tragedia recién puede realizarse como tal. Cuando mi padre estaba vivo, éramos igual de cercanos. Solíamos almorzar y cenar juntos sin pretexto alguno. Esperábamos a cualquiera que tardara para que compartamos todos en la mesa, juntos. Desde que tenía uso de razón, esas cosas de: “yo como después”, “yo como en mi habitación viendo tv”, no existían. Era una costumbre que también pensaba inculcársela a mis hijos. ¿Qué mejor que compartir con la familia? Lejos de la tecnología y esos aparatos que solo nos volvían dependientes a una máquina. Definitivamente, las cenas con personas especiales al lado, eran las mejores. Quizás fue por eso que elegí la lasagna como comida esa noche. Para que podamos sentarnos frente a frente, con una mesa en medio, y conversemos sin tener a su móvil de por medio.

Una sonrisa curva se dibujó en mis labios cuando lo vi despertándose. Parecía un gatito recién nacido, desperezando su cuerpo, levantándose un poco para quedar a mi altura. Palabras para describir esos gestos, esa forma de hablar, ese rostro y el ambiente que nos rodeaba, no tenía. Solo me tocaba mirarlo como un bobo, encantado con la adorable personalidad que mostraba en ese instante. —Lasagna —admití mirándolo a los ojos, contestando a su pregunta acerca de la cena, aguantando mis ganas por llenarle el rostro de besos por lo tierno que se mostraba. Era un Ken distinto, que empezaba a conocer poco a poco, y que quería seguir conociendo. Me daban ganas de pedirle que nos quedáramos en ese lugar para siempre, porque sabía que dentro de esas paredes las cosas entre nosotros seguirían siendo así de increíbles, como hasta el momento estaban. Nada de situaciones incómodas, nada de discusiones y peleas. ¡Qué no daría porque todo fuera así entre nosotros!

Fue divertido verlo mirar de un lado a otro, buscando dónde había puesto la cena. —Soy bueno poniendo los platos —dije divertido, pues era lo único que hice. No contaba el haberme gastado lo que me quedaba de mi último sueldo para traerle algo que pudiera comer sin quejarse de que estaba feo. Vamos, no lo juzgaba, pero sabía el tipo de comida a lo que estaba acostumbrado: lo mejor. Además, quería que fuera perfecto, que mi rubio protegido pudiera decir que le gustaba. Y, como se estaba haciendo costumbre, me sorprendió de nuevo, tirándose a mis brazos y besando mi mejilla. —Gracias por abrazarme de esa forma —susurré también, casi para mí solamente. Me separé un poco, tan solo para poder acercar mi rostro al suyo y darle un pequeño beso en los labios. Sonreí sobre ellos y luego le di un toque en la nariz con mi dedo índice, suave. —¿Podemos ir a comer? Si la cena se enfría se pondrá fea —aseguré mientras me ponía de pie y le tendía mi mano para que la tomara e hiciera lo mismo. Sin darme cuenta, mi corazón se aceleró, como si estuviera a punto de salirse de mi pecho.
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Mensaje por Kenton S. Carson Mar Ago 27, 2013 11:44 am

Aquella comida tan pesada para él, le daba igual en esos momentos. Se la iba a comer, su estómago le estaba pidiendo a gritos que entrara algo. Que pudiera conseguir pasar veinticuatro horas sin comer sin sufrir desmayo no quería decir que le gustara, tan solo era algo que su inseguridad le podía. Pero en esos momentos no se acordaba de ello, tan solo de que tenía mucha hambre, ¿tan bien estaba que ni se acordaba de sus problemas? Su madre había desaparecido de su mente por aquellos momentos. Puede que fuera algo egoísta pero estaba tan encantado de tener al moreno a su lado que nada le estaba importando en ese momento. Nada. Bueno nada no,  y es que había algo que empezaba a notarse porque aunque estuviera bien, tranquilo podían empezar los problemas, y no con la persona que estaba en frente, sino consigo mismo. ¡Oh dios, estaba sin peinar cuanto tiempo! Lo estaría viendo con pelos de loco. Y para ser exactos, su pelo estaba intacto para una persona normal y corriente pero el se lo notaba muy alborotado, pero... ¿los chicos no quedan mejor con el pelo despeinado? Tampoco se había lavado la cara, por lo cual, tenía que tener la cara hecha un desastre después de tanto llano y tanta cama.

Eh si, vamos pero... yo antes voy al baño, ¿si? - Comenta con dulzura al levantarse de inmediato con la ayuda de su mano. - Debo llevar la cara hecha un asco... - Comenta por lo bajo al meterse al baño. Cierra la puerta y se va directo al espejo. Se mira como si no viera bien. Abre los ojos más lentamente.  Abre la boca espantado por la imagen que estaba viendo ante él. ¿¡Por qué nadie lo había avisado de tal atrocidad!? ¿¡Es que el chico no tenía ojos en la cara?! Y fue entonces cuando le vino a la cabeza que su mejor amiga, Tasha, sería lo primero que hubiera hecho para animarlo. Era una forma diferente, pero es que ella era especial. Era la mejor persona del mundo. Aunque sinceramente, ahora la prefería de vacaciones, miedo le daba que apareciera por la puerta y se encontrara con tal situación.

Se lava la cara, se arregla un poco la cara con las pocas cosas que quedan ahí. Se peina lo mejor que puede, el problema es que ahí no tiene todas sus cosas. Por lo que no puede hacer milagros. Se ve medio aceptable. Se peina las cejas con aquel aparato que además arranca los pelos de más. Se coloca bien la ropa y coge el móvil, no, no lo coge. No está en sus bolsillos por lo que pasa de él. Por primera vez en su vida pasaría de él por un día entero. Tampoco le apetecía hablar con nadie, no era necesario. Solo quería ver la hora y cuanto había tardado. El problema es que se tardó cosa de diez o quince minutos. Sale del baño y va andando a paso rápido hacía la mesa tocando su cabello un poco de forma coqueta. - Siento la espera... pero es que iba horrible, de verdad, horrible. - Comenta poniendo énfasis en la palabra que repite.

Se sienta en la silla que queda justo en frente de él, enseña una sonrisa nerviosa. Era la primera vez que cenaba a solas con un chico así. A menos que no lo conociera de mucho tiempo y fuera amigo de la familia. - Espero que esto no acabe como la última comida juntos. - Se dice así mismo. Lo desea. Que no pase, no a él. Le gusta pero no tanto como eso. ¿O quizás sí? ¿Estaría fría la comida? ¿Estaría enfadado? El caso es que estaban ahí sentados. - ¿En dónde compraste la comida? - Pregunta, al fin, para sacar tema de conversación. Oh si, es él quien lo saca. No lo hace con intención de iniciar una guerra, de dejarlo como chico pobre. En su cabeza no estaba ahora que el no tuviera tan poco dinero como para no pagar algo. Aunque si fuera así, Ken no tendría problema de devolverle hasta el último centavo.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Mar Ago 27, 2013 5:05 pm

¿Esa cena contaba cómo cita? ¿Se podría decir que sería el inicio de algo más entre ambos? De que había en sentimiento de por medio, lo había. Quizás no amor, pero un cariño que podría ir creciendo sí. Al menos por mi parte, claro. Estaba dispuesto a que volviéramos a estar juntos si se me daba la oportunidad. Llevarlo a caminar, al cine o a comer unos helados. Esas cosas que hace una pareja cuando se está conociendo, cuando están en pleno “cortejo”. La atracción que sentíamos era palpable, muy evidente. No podía negarme de nuevo que le daban asco mis besos o mi compañía era desagradable. Muy en el fondo sabía que nada iba a ser lo mismo después de esa noche. Y no, no porque pudiera pasar algo más que una agradable conversación. Era que estábamos teniendo un tipo de conexión profunda, más allá de la física, aunque esta también jugaba un factor importante.

Puse gesto de incredulidad cuando mencionó aquello de su rostro. ¿Asco? ¡Estaba de broma! Para mí estaba perfecto. Fácilmente me acostumbraría a ver su rostro de gatito recién despertado a diario. “Por Dios, ¿qué estás pensando?”, reclamó mi consciencia, pero en lugar de hacerle caso, le sonreí a Ken, viéndolo ir al baño. Se notaba que cuidaba mucho su aspecto, así que debía darle su espacio. Tuve que aguantar las ganas locas que tenía de comer. Me senté en una de las sillas y serví un poco de vino en mi copa. La hora del almuerzo había sido hace siglos según mi estómago que sonaba cual niño berrinchudo sin cesar. A él no le mentía. Cuando pedía alimentos, tenía que dárselos. Por eso la mayor parte del mi vida me la pasaba comiendo. Era tan rico comer, que mi madre me decía: “come para vivir, no vivas para comer”. Y mi hermana no se explicaba cómo no me había convertido en un joven obeso. Salir a correr por las mañana. En eso consistía mi secreto.

Varios minutos después. Muchísimos después, la comida estaba helada. No era lo mismo. Ni siquiera tenía que probarla para saber que el sabor inicial se había perdido. Si no fuera porque escuchaba ruido dentro del baño, podía haber jurado que el castaño se había desmayado. Me había terminado dos copas de vino cuando se dignó a salir. Estaba bien arreglado, pero no más hermoso que cuando despertó, había que admitirlo. La naturalidad de ese momento iba a quedarse intacta en mis recuerdos mejores guardados. —No te preocupes —aseguré cuando justificó su demora. ¿Qué más podía hacer? ¿Decirle que la comida tendría un sabor horrible porque estaba helada ahora? Se sentó frente a mí e intenté regalarle una sonrisa, sin embargo, no lo conseguí. Siempre había sido transparente con las personas a quienes les tenía confianza y cierto grado de afecto, y al parecer, Ken se había vuelto una de ellas, porque no conseguí ocultarle mi incomodidad con respecto su tardanza. En lugar de mostrarle una sonrisa cálida, había sido una forzada. Terrible.

Me puse de pie mientras escuchaba su pregunta, esa que me hizo suspirar entre los labios. Tomé su plato y el mío. —No recuerdo el nombre, pero era un sitio decente —le contesté dándole la espalda, caminando con ambos platos de comida a la cocina. Felizmente había un microondas. Momentos así me hacían adorar la tecnología. Los puse a calentar tres minutos cada uno. El olor a comida volvió a hacerse presente. El queso y la salsa juntas eran una maravilla. Regresé a la sala y acomodé los platos tal y como habían estado. —Come —le pedí con una sonrisa floja, mientras me concentraba en mi plato. Tomé el tenedor y cuchillo y empecé a comer en silencio. El sabor era grandioso y mi estómago estaba en el séptimo cielo. ¡Por fin!
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Mensaje por Kenton S. Carson Mar Ago 27, 2013 6:55 pm

Cuando pensaba en un primer beso, no se le ocurría por ningún lado que fuera robado o que, en su defecto, que el primer beso de mutuo acuerdo fuera después de empezar a llevarse bien en serio. Siempre había pensado aquello de cuento Disney, o película típica. Aquel beso que ocurre tras finalizar la primera o segunda cita, un beso tierno en la puerta de casa. Estaba claro que las cosas no ocurrían como uno esperaba, eso era más que evidente. Pero lo bonito estaba en soñar, en esperar algo grande de la vida, en ser como eres y ser feliz. Está claro que lo normal es conformarte con lo que tienes, luchar por lo que quieres y ser feliz con tal cosa. Pero el prefería tenerlo todo y ya con esas ser feliz. Aunque el se denominaba como una persona feliz, y no se equivocaba, por más que una persona pensara que las personas como él no lo eran, si que lo era. Es más... tenía amigos, una madre, familia, cariño y dinero. Tenía todo lo que se le podía pedir a la vida, bueno, le faltaba el susodicho amor, pero parecía que no estaba tardando mucho en aparecer.

El hecho de ir arreglado a todas partes era como algo esencial para él, pero no solo era eso. También era como un juego, algo con lo que se divertía pero que acabó formando rutina de su vida. Necesitaba verse guapo, perfecto pero a la vez le gustaba disfrutar haciendo eso. No quería que los demás le exigieran como debía ser, debía vestir o cómo debía llevar las cosas. Porque una cosa es exigir como hacen algunas personas y otras, como él, es opinar y dar su consejo a otras personas. Si bien pueden resultar comentarios ofensivos, la gente como él no obligaba a que la gente vistiera como ellos querían. El caso es que todos acababan por seguir sus consejos, después de todo eran iconos de moda, ¿por qué no hacer caso? Era evidente.

Sentado, esperó la comida que había llegado del microondas. Sonrió ante aquello y empezó a darle vueltas con el tenedor. Oh si, por más que tuviera hambre y quisiera comer, se debía pensar mucho aquello. Se iba a sentir culpable después de la comida, eso era un hecho. Pero siguió su orden y le dio bocado. No era muy fan de la carne pero si le encantaba el queso, por lo que, una cosa contrarrestaba a la otra. Y el queso fundido sobre aquella estaba delicioso. La carne era pasable, se podía comer por más que no la soportara, tampoco le resultaba desagradable al ser algo suave. Aún así, la pasta que envolvía la carne estaba demasiado deliciosa. Quizás la pasta y el queso era una algo que adoraba demasiado. Si tuviera que decir una comida favorita... ¿Pasta con mucho queso? ¿Sandwich de queso? ¿Tortilla de queso? Todo lo que podía llevar queso era delicioso, aunque rara vez se lo podía permitir en aquella dieta. Por ello, no era más que un capricho de vez en cuando. Lo raro de él, es que por más snob que fuera, le gustaban más las comidas normales y corrientes que las nuevas con nombres extraños que saben pronunciar tan bien la gente como él. El las conoce y le gustan, pero se quedaba con los macarrones con queso, sin ninguna duda.

Está muy rico pero va a ser una bomba, esto no se toma para cenar. - Comenta con una sonrisa mientras saborea el queso que se le quedó en la boca. Esa sensación era demasiado genial. Volvió a cortar y meter a la boca otro trozo más. Delicioso. - ¿Sabes que el vino se toma en ocasiones especiales? Bueno, eso dice mi mamá. Porque si te gusta es normal que pidas. - Comenta nervioso al sentir que ha metido la pata con aquella pregunta pero es que estaba nervioso, ¿por qué debía ser el quien empezara la conversación? Hasta hace una hora era él quien estaba llorando. Mala cosa. Comentó "mamá". Recuerdo. Malas vibraciones. Malos recuerdos. Problema de la mañana. Todos los consejos referidos a protocolo o demás habían sido dados por su madre, ¿cómo iba a hablar de ese tipo de cosas sin mencionarla? Era imposible. Su mente empezó a recordar todo. Sus ojos volvieron a tomar un aspecto brillante, nudo de garganta, por lo que notó que no había agua en la mesa. Se levantó y cogió agua del refrigerador. - Te faltó el agua, no todos toman vino. - Responde con tono agridulce. Intentando mostrar una alegría que en realidad acababa de romperse. Bebió del vaso y cerró los ojos para ver si se le pasaba. Los abrió y lo miró a él intentando encontrar la misma calma que le hizo tener durante su estancia.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Mar Ago 27, 2013 7:44 pm

Me importaba mucho que las cosas salieran bien, que la cena fuera perfecta. En un primer plano tenía la certeza de que si al castaño le gustaban los detalles que tenía con él, se animara a aceptarme una salida aparte, otro día, en otras circunstancias. Esa era la razón que usaba como “tapadera” de mis verdaderas costumbres. Resultaba que cuando una persona tocaba una parte de mi corazón, haciendo que por A o B motivo, la estimara, intentaba hacer las cosas como se debían, como si fueran parte de mi familia o algo parecido. Cuando quieres a alguien debes disfrutar de su compañía intentando que cada momento sea único. Después de la muerte de su padre, esa necesidad por ser agradable y dedicado con quienes quería se había reforzado. Tanto como para dejar de ir a clases si había una comida importante con mi madre y mi hermana. La psicóloga que me trató los dos primeros años después de mi tragedia familiar me decía siempre esa reacción era mucho mejor que cualquier otra que pudiera tener una persona con un shock emocional tan fuerte, como la depresión constante. Por eso le daba gracias al teatro, que me ayudó a superar todos mis males y a tener una vida en paz. De lo contrario, en estos momentos no estaría cenando con Ken en su departamento.

¿Fastidiarme por esperar quince minutos demás, sabiendo que después de aquello podría ver de nuevo su rostro? ¡Era una tontería! Debía dejar ese tipo de pensamientos atrás. Además, si era por verlo, hubiera esperado hasta una hora. Aunque para ese entonces ya me hubiera comido todo el pan cortado que estaba en un recipiente en medio de nosotros. Vamos, que yo podía esperar, mi estómago no. Por eso dejé que mis manos y mi boca hicieran su trabajo cuando la lasagna estuvo nuevamente caliente. Podía decirse que por parte de mi madre teníamos sangre italiana. Uno de mis tíos fuera del matrimonio de mi abuelo era de Italia, y cada vez que iba a nuestra casa en Alemania –cuando todavía tenía yo menos de cinco años– llegaba a cocinar para mis padres. Mi madre, una ávida en la cocina, aprendió sus mejores platos, esos mismo que cocinaba cuando llegamos a Estados Unidos mientras crecíamos. Por eso mi elección para la cena de esa noche había sido la lasagna, y claro, por eso también el vino.

Su comentario me pilló desprevenido, haciéndome plantar mi mirada en su rostro, arqueando una ceja bastante curioso. El vino en ocasiones especiales. ¿Qué mejor que esa? Digo, era su primera cita, o su primera cena juntos sin tirarse los alimentos encima. No, no. Eso no lo iba a decir, era demasiado inesperado y enfermizo por parte suya, tampoco quería asustar a su acompañante con sus fantasías.  —A mí me gusta acompañar las pastas con vino, digo, los rancheros comemos solo mazorcas de maíz —bromeé intentando cambiar el rumbo de la conversación al notar cómo cambió de rostro al haber mencionado a su madre. Hasta me estaba acostumbrando a ese apodo de ranchero. Después de todo, no era un insulto tan malo. O quizás era porque me lo decía él, y cualquier cosa que saliera de sus labios me iba a gustar. Demonios, estaba perdiendo la cabeza de una manera increíblemente rápido. Dos días antes no quería verlo, y ahora no me imaginaba que dejáramos de hablar.

Lo vi levantarse y quise seguirlo, pensando que por haber mencionado a Eleanor estaría mal, pero pronto regresó con un vaso con agua. Sintió un alivio increíble por dentro, hasta casi soltar un respiro luego de haberlo mantenido durante la ausencia del castaño de la mesa. —Deberías probarlo, aunque sea un sorbo —comenté con una media sonrisa, tomando mi copa y tomando un poco. Vino tinto suave, ligero, muy agradable al paladar. Entonces noté más su angustia. ¿Cómo hacerlo sentir mejor? ¿Cómo? Dejé la copa nuevamente en la mesa y tomé un poco de lasagna. Cuando la terminé de masticar me limpié los labios con una servilleta. —Si te sientes mal, solo dilo, Ken... —dije en tono dulce, estirando una de mis manos sobre la mesa con la palma hacia arriba para que pusiera la suya encima —estoy aquí para escucharte, para acompañarte —murmuré sin dejar de verlo a los ojos, siendo completamente sincero —sé que no somos amigos ni nada parecido, pero en serio me importas —confesé con las mejillas algo coloradas, acariciando el dorso de su mano con mi dedo pulgar. "Y me gustas", faltó agregar. Cada segundo que pasaba en su compañía me convencía más de que quería volver a verlo una y otra vez, hasta que me quisiera lejos. Aunque creo que ni así lo podría conseguir.
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Mensaje por Kenton S. Carson Miér Ago 28, 2013 10:42 am

Notaba que le recordaba mucho aquello que le dijo. ¿Tanto le habría dolido? Vale que lo utilizara mucho como broma, pero empezaba a ser pesada. Después de todo, cuando Ken se enfada, suelta demasiados motes malos. Agresivos. Solo sus amigos se había exentado de aquello, y por más daño que le hicieran, nunca le pondría. Simplemente no les hablaría. El rubio no era un tipo muy simple, lo mismo te insultaba que te hacía el vacío. Todo dependía de lo que se le haya hecho o de como se sienta respecto a la situación. - No sabía que fueras un ranchero de verdad. - Bromea sacando una bonita sonrisa. Dejando un poco atrás aquel sentimiento de pena que estaba teniendo por recordar a su mamá. Estaba triste pero no quería estarlo. Era obvio que nadie quiere encerrarse llorar, pero simplemente se necesita hacer.

Negó. No le apetecía vino. Nunca lo probaría. O si. No estaba en sus intenciones de momento. Se podría pensar que entonces el snob era un chico de cero alcohol cuando se iba de fiesta. Pero no. No era así. Bebía dependiendo como se encontrara. Lo mismo le apetecía sin más y bebía. Pero otras veces si estaba peleado con alguien bebía y bebía. Otras era porque veía a alguien que no quería y bebía. Muchas veces se ha puesto demasiado contento, nunca al punto de no poder andar o hacerlo haciendo eses; pero si hasta el punto de estar tan feliz que la persona que peor le cae, le cae bien. Siempre tirando más de una pulla. Estaba claro que le encantaba lanzar pullas, estando o no, borracho.

Tendrá que ser otro día. - Le responde. Aquella respuesta era muy parecida a ese tipo de contestaciones que se da para dar largas, para no ir a equis sitio y demás. No se diferenciaba mucho de ese tipo de casos. No pretendía probarlo pero quizás algún día tuviera que hacerlo, pero prefería tomar vodka rojo con limón para que tuviera ese aspecto rosa que tanto le gusta. Oh si, siempre que sale de fiesta se pide eso solo por el color que acaba por tener. Ha probado otras cosas, pero ese sigue siendo su preferido, además sabe delicioso. Tenía ganas de fiesta, no ahora. Pero llevaba días queriendo salir. Bailar, ponerse algo tonto, criticar vestidos de la gente o coquetear sin intenciones de nada. Era divertido.

Posó su mano dónde el puso la suya. Supuso que lo hizo para eso. Lanzó un fuerte suspiro. - Tan solo son brotes que me dan, no quiero estar mal y lo estoy. Luego se me olvida. Pero no quiero parecer un triste depresivo aquí. - Responde agachando la cabeza vergonzoso. Oh si, por más confianza que se hubiera ganado estaba eso. No le gustaba mostrarse débil delante del mundo. Sus mejores amigas tuvieron que pasar por mucho, pero se criaron con él, era eso. Por eso ellas sabían de todo, todas eran el hombro de todos. Llorar ante la familia no podía ser tabú. - Estoy bien, no te preocupes. - Contesta colocando una sonrisa de esas que se pone después de llorar, cuando te sientes mejor, o cuando alguien intenta consolarte. - Gracias por estar aquí. - Contestó. No sabía que responder. ¿Tú también me importas? No quedaba en ese contexto. El que estaba triste o mal era el castaño. Claro que le importaba pero... ¿era necesario decirlo? Le daba miedo mostrar sus sentimientos por miedo a que le hicieran daño, era demasiado vulnerable.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Vie Ago 30, 2013 12:00 am

Cenicienta. Aparece su “hada madrina” y le cumple un deseo: poder ir a la fiesta del príncipe. Su petición es concedida. La magia hace aparecer un hermoso vestido y un carruaje. Va a la fiesta, y el príncipe, encantado con su belleza, la invita a bailar. La condición del hada madrina, o el consejo, era simplemente que regrese a casa antes de las doce campanadas a casa, porque la magia terminaría. Sucedió. Su vestido volvió a ser unos harapos rotos y sucios, y su hermoso carruaje se convirtió en calabaza. Regresando a mi plano sentimental en ese momento. Yo era cenicienta, Eleanor era el hada madrina, y Ken el príncipe. Yo fui a buscarlo gracias a ella, pero algo me decía que al amanecer, cuando ambos volviéramos a la universidad, me convertiría en el mismo ranchero de siempre para él. En pocas palabras, dejaría de ser Cenicienta para convertirme en calabaza. Mi final feliz faltaba ser escrito. Eso si es que sucedía en realidad y no quedaba como un vago deseo de querer estar con el castaño, querer ser algo más que su… su, ¿qué? Carecíamos de un título, y esperaba que pronto llegáramos a tenerlo. El de amigos, por el momento, estaba bien. Me conformaba con que me hablara y me mostrara esa sonrisa suya que tanto me gustaba.

Mi mano estaba debajo de la suya, mi pulgar acariciaba su dorso cariñosamente, suplicándole que no se alejara y se quedara dónde estaba. La mesa nos separaba, pero con sus palabras lo sentía tan cerca de mí que no veía barrera alguna. Ken me estaba encantando cada vez más. Cada uno de sus gestos de niño nostálgico, de sonrisas más calmadas y tranquilas, hacía que mi corazón se pusiera a mil latidos por segundo. Era exageración pura y dura, pero de la que quería continuar repitiendo mucho tiempo más. —Todos hemos tenido malos momentos, lo importante es superarlo —”así como parece que lo hemos hecho nosotros”, quise agregar, mas no lo hice. ¿Para qué? Si ambos estábamos de lo más bien en compañía del otro sin recordar los últimos días que nos vimos. —Y deja de darme las gracias, me gusta ser así contigo —le dije sincero, sonriéndole sin dejar de verlo a los ojos, para que se diera cuenta de que le hablaba en serio. “Se enfriará la cena”, avisó mi consciencia.

Le di un ligero apretón y solté su mano. Tomé un poco de vino antes de comer nuevamente. En verdad me importaba poco si la comida se enfriaba y la lasagna tenía un sabor horrible. Mis papilas gustativas estaban bloqueadas. Mis labios solamente querían los del castaño, mi lengua la suya, mis manos sus mejillas, su espalda, sus costados. Quería que volviéramos a estar juntos, besándonos, pero que esta vez ese instante mágico se alargara un poco más, quizás hasta que me dijera que yo le gustaba o yo le confesara cómo se aceleraba mi corazón cada vez que lo tenía cerca. Eso lo sabía con toda certeza, desde mis cabellos hasta lo más profundo de mis entrañas.

—Gracias —susurré bajo cuando terminé de comer. Estaba acostumbrado a hacerlo desde siempre. Pasé una servilleta por mis labios y la dejé a un lado del plato. El vino también lo había terminado. El de mi copa, por cierto. La mitad de la botella estaba llena. Quizás la metería en el refrigerador para que se conserve mejor. O puede que al aire libre tuviera un sabor más rico. —Después de que lave esto podemos ver unas películas —comenté con una media sonrisa. Como buen anfitrión de un lugar que no era mío, me estaba ofreciendo a lavar los platos sucios que ambos habíamos usado. Quería hacer de su noche perfecta, y también se me pasó por la cabeza que Ken no estuviera acostumbrado a hacer ese tipo de cosas. —O descansas y yo las veo —bromeé soltando una risa divertida, dejando que mis labios se curvaran hacia arriba. Sí, me encontraba muy expresivo, y no precisamente por el vino.
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Mensaje por Kenton S. Carson Vie Ago 30, 2013 2:18 pm

El momento de calma había llegado. Ya no quedaban lagrimas que soltar, al menos en aquel momento. Mirar a los ojos de aquel chico que en su día le dio seguridad, sin conocerle, en aquel campamento para novatos, lo había vuelto hacer. ¿Cómo una persona a la que conoces de tan poco puede hacer eso? Es curioso pero ocurre. Y no es lo mismo hablar de ídolos, son famosos de los cuales te sabes su historia. O parte de ella. Tampoco tus amigos que lo intentan bajo cualquier método para hacerte volver a sonreír. O tu familia, que te arropa hasta que te sientas bien. Todos acaban estando ahí, pero... ¿Él por qué? No existía razón para que estuviera allí. Bueno, quizás la mamá del snob lo hubiera pedido, y qué decir, lo estaba consiguiendo. Parte de su confianza había sido conseguida. Ken no solía darla, pero él lo había conseguido. Quizás era porque le gustaba, quizás porque confiaba muy deprisa en gente que le ayudaba en esos momentos de debilidad. El caso es que ahí estaba, soltando su mano, seguro de si mismo.

Volvió a retomar los cubiertos con los que empezó de nuevo a comer aquel plato que el chico había comprado para él... Ahora que pensaba, ¿Cómo había pagado? No le parecía muy de mucho dinero. Quizás compró en un local de comida más económica para su bolsillo. El caso es que por la cabeza de Ken no pasaba lo que podía gastarse en la cena, simplemente miraba: local elegante o cutre. Cuando llegó al medio plato su estómago pedía a gritos que parara. Estaba lleno. Empujó ligeramente el plato unos centímetros de él para dar a entender que había acabado. Dobló una servilleta y se limpió las orillas de los labios con delicadeza volviendo a dejarla cerca de la mesa. Bebió lo que quedaba de agua y escuchó lo que dijo. - No entiendo, dices que no te dé las gracias... ¿Y tú si me las das a mi? - Pregunta mostrando media sonrisa, pasando una de sus manos por el flequillo o más bien el mechón inexistente que le molestaba.

Aquel agradecimiento podía ser perfectamente una norma de cortesía que el no llegaba a entender, es decir, su madre le explicó que siempre después de comer se debe agradecer a quien te ha dado o te ha hecho de comer. El sabía de eso, pero el problema erradicaba es que en su casa... las criadas eran tan de confianza que no se les daba las gracias. Cuando salía pagaba su madre y era ella quien lo decía. Solo lo hacía en las casas ajenas que apenas visitaba. Pero esta vez estaban en casa del castaño con la comida del moreno. Quizás sería el quien debía darle las gracias. Quizás.

Asintió a su propuesta mientras se levantaba y colocaba la silla dentro de la mesa. Se apoyó ligeramente en esta pensativo. - O puedo llamar al servicio para que venga mañana, no te molestes. - Responde a su ofrecimiento. Si alguien esperaba que fuera él quien iba a lavar los platos se podía morir esperando. El castaño jamás haría una cosa del hogar tal y como limpiar, ordenar las cosas o hacer la comida. Eso era algo que no le habían enseñado, después de todo... ¿Estando la señora de la limpieza, para qué?

Se acercó lentamente hasta el chico y le agarró de la mano. - ¿Si? - Pregunta dulcemente. Quizás su primera opción hubiera sido más convincente pero no tenía la confianza suficiente y el nivel de aquella no-relación no era muy alto. No eran pareja, no eran novios probando, no eran nada. Solo dos chicos que se atraían mucho, quizás se gustaban mutuamente. Desde luego Ken si se moría por los huesos del chico al que llamó ranchero de cuarta. ¿Cómo acercarse a él sin más, besarlo y coquetear para quedar acurrucados al sofá? No venía al caso. Demasiado deprisa, y aunque pareciera que no... Ken llegaba a poner un filtro entre lo que pensaba y lo que hacía. Dependiendo del concepto y el hecho. Pero ahí se veía.

Entonces se le ocurre que películas en DVD no tenía. Que él siempre compraba en formato digital. - Espera aquí. - Le ordena mientras corre a su habitación y recoge su iPad y aquel cable para conectar a la televisión. Se podía preguntar que por qué, si no vivía allí, tenía aquello allí. Pero no era porque tuviera uno en cada casa, sino porque lo lleva en la bandolera con la que va a clase. Le parece más cómodo eso que llevar el portátil. - No sé que film querrás ver, así que si no está en la carpeta... puedes comprarla, el número de la tarjeta está insertado para recordar. Eso si, no descargues cosas raras. - Ofrece mientras estira el iPad para que el otro lo coja. Con una sonrisa al final, pero era sincero. No era mucho de ver películas tipo ciencia ficción, acción, terror o comedia vulgar.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Sáb Ago 31, 2013 4:33 pm

Qué a gusto e inseguro me sentía. Desvariaba un poco mi cabeza cuando recordaba lo pasado hace unos días y lo vivido esa tarde. Si me daban a elegir entre ambos, sin dudas, elegiría el ahora, donde éramos un par de jóvenes atraídos el uno por el otro, que disfrutarían de una noche de películas, posiblemente, abrazados en el sillón principal del departamento. Bueno, ojalá fuera así, tenía muchas ganas de que sucediera si me lo permitía. Solo esperaba que nadie interrumpiera, que ninguna de sus amigas se hiciera presentes. Sobre todo la que siempre estaba a su lado, la que miraba a todos como si estuvieran por debajo de su persona. Si yo ponía ese rostro cuando fastidiaba a mi hermana al decirle que mi nombre era Tor, porque en serio era hijo de Odín,  y era el Dios del Trueno, esa amiga suya parecía ser Atenea y los demás simples sirvientes dispuestos a limpiar el piso con sus lenguas si lo pedía. Exactamente igual a Vegeta, el príncipe de los sayayín, al mirar a Gokú y sus amigos humanos. Solo le faltaba soltar un “a un lado, insectos”, mientras caminaba por los pasillos de la universidad para ser su vivo retrato. Aunque si Ken hubiera querido estar con alguna de ellas, las hubiera encontrado acompañándolo, pero no, él había estado solo, consolándose así mismo hasta que llegué.

Acerca de las gracias lo único que hice fue sonreír ampliamente. Si le explicaba el sentido del por qué las daba cada vez que terminaba de comer, saldría también un montón de razones por las cuales preparé la cena, por lo había besado, porque sería con él, etc, etc. Por eso me limité a mostrarle mis dientes mientras me ponía de pie, ansioso por lo que se venía para nosotros. Y bueno, lo único que nos separaba de esa noche de películas eran los platos sucios que debía lavar. Por más que el castaño me dijera que vendría la chica del servicio, iba a hacerlo yo, a sabiendas de que no recibiría ayuda alguna de su parte. ¿Para qué engañarme? No tenía la más mínima pinta de estar acostumbrado a hacer ese tipo de cosas. Por mi parte sí, viviendo con dos mujeres era sometido a cierto maltrato como lo era el hacer la limpieza después de la comida o la cena.

—Lavaré más tarde... —contesté viéndolo acercarse y tomar mi mano. Me dieron ganas de tirar de él y robarle un beso. En serio daba lo que fuera por probar nuevamente sus labios. Tenía que controlar mis impulsos antes de quedar como un tonto desesperado. ¡Sus labios! ¿Cómo se suponía que debía reaccionar al tenerlo cerca de mí? No quería hacer una mala comparación, más porque nunca probé la droga, pero parecía haberme vuelto adicto. Estaba hecho un tonto completo. Asentí con la cabeza ante su "¿sí?", para evitar soltar alguna palabra que me hiciera ver raro, como: "¿te puedo besar?", o "quiero besarte". ¡Nosotros los jóvenes y nuestras hormonas revueltas! O quizás era algo más... sí, puede que fuera otra sensación la que me embargaba.

Mientras Ken corrió a lo que parecía ser su habitación, junté los platos uno encima de otro que estaba en la mesa, para poder llevarlos a la cocina después. Lo miré curioso cuando su Ipad Asiente con la cabeza ante sus palabras, pensando qué tipo de películas podría encontrar ahí.  —Me parece bien, deja que lleve estas cosas a la cocina y buscamos una película —comenté dejando el Ipad y el cable sobre la mesa. Así como dije, lleve los platos y las copas, con cuidado, para ponerlas dentro del lavadero. Regresé al instante y tomé nuevamente el aparato. Caminando hacia el sofá revisé los archivos de películas, todas me parecieron bastante particulares. No había nada de terror, o de acción, mucho menos documentales o de comedia. Me senté a su lado sin quitar la mirada del Ipad, moviendo mis dedos ágilmente, como si tuviera mucha práctica. —Bien... —murmuré mirandolo de reojo, girando un poco mi rostro para encontrarme con el suyo. Todos los días de mi vidadije en tono tierno, sin dejar de verlo, mostrándole una media sonrisa. Sin más me puse de pie y conecté el cable al televisor, elegí la película y le di click a "play". Cuando hubo empezado el vídeo regresé a su lado, acomodándome e intentando parecer relajado, aunque parecía todo lo contrario.
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Mensaje por Kenton S. Carson Dom Sep 01, 2013 8:47 am

Ya sabía que en el momento en el que entregaba su iPad estaba claro que ninguna película iba a gustarle, se les veía de gustos opuestos por ello le dejó comprar. Además su lista de películas compradas no era muy grande y algunas ni las había visto, simplemente le gusta y las compra. Algún día las acabaría viendo, quien sabe si en tarde de pelis con sus amigas, si en algún día depresivo o simplemente si le apeteciese. El no era el típico adolescente que se encerraba en su habitación a ver películas, que las criticaba y luego subía su opinión a Twitter. Él las veía, decía si le gustaban y le daba la valoración en forma de estrellas. También era curioso porque no tenía Twitter, más que nada porque lo veía para personas tristes que necesitan conocer más gente contando sus mierdas. Se podía decir que la única red social a la que pertenece es el Instagram y porque le encanta subir y echar fotos. Es algo que tiene que hacer, por eso cuando sale con su tío sabe que lo hará. La mayoría de veces lo lleva a su estudio y le hace un nuevo book, algo que su madre aún no está enterada pero si algún día se enterara, podría matar al pobre tío.

Se quedó observando como miraba la lista de películas, se le hacía curioso como las iba pasando. Aquello era fácil y cualquier persona sabría hacer cosas como esas. Notó que se guardaba comentarios sobre las películas que habían aquel aparato electrónico pero al castaño le daba igual, no todo debía gustarle a todos y, por supuesto, lo suyo siempre iba a ser mejor que lo de los demás. ¿Era algo obvio, no? Lo de uno siempre es mejor que el del contrario, no hace falta demostrarlo. El tampoco hizo comentario porque entonces destruiría el ambiente tan tranquilo que había creado, aquel en el que solo él estaba allí, apoyándolo. ¿Para qué estropear aquello? Ya habrían otros momentos.

No se esperaba bajo ningún concepto que acabaría por coger alguna de las películas que estaban en su lista, pero no fue así. Cogió una de ellas. Notó cuando lo miró para decirle la película, su corazón se aceleró. ¿Por qué debió escoger una tan bonita, romántica y triste? Asintió fingiendo una sonrisa falsa. No le apetecía ese tipo de películas en ese momento. A los diez minutos se embarcaría con la película comenzaba pero sin empezar odiaba tener que verla. Son cosas raras. Esa película si que la había visto y lloró mucho, le pareció todo tan precioso... Y ahora que lo recordaba... ¿Ella era rico y el no... como ellos? No. Ken nunca dejaría su dinero por él, tendría de ambos. No podría renunciar a su dinero, a sus caprichos, a su todo. - Pediría que cogieras palomitas pero mi estómago está lleno, la próxima película que sea antes de cenar y así se cena menos. - Comenta, acabando por proponer un próximo plan que... ¿Se acabaría por cumplir? Habría que dudar mucho eso si era por parte del castaño. El siempre olvidaba todo ese tipo de cosas, nunca llegaba a decir de quedar a nadie, siempre se le debía de buscar a él. Aunque Tasha, su mejor amiga, conseguía romper aquello. Y es que a Ken siempre le apetecía pasar tiempo con ella... ¿Por qué debió irse de viaje?

Se acomodó al sofá, observando de reojo al chico de su lado. Puso sus manos sobre su regazo, dónde normalmente estaba su móvil, que ahora no estaba. ¿Dónde estaría? Buscó nervioso por todo el salón con su mirada pero no daba con él. Supo que lo tiró por ahí en la mañana pero no recordaba dónde. - ¿Tú crees que mi mamá entrará en razón? No me gustaría que se casara con ese hombre... - Comenta finalmente. Su miedo más profundo acaba por salir a flote. Parece un niño pequeño mirando su regazo nervioso. Tranquilo a la vez.  Sabe que su madre debe casarse, pero le gustaría que fuera con un hombre bueno, que no pareciera buscar ampliar su riqueza en puesto llenar su corazón de amor. Al menos esa era su perspectiva de la situación. Parecía obvio a sus ojos.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Dom Sep 01, 2013 10:23 am

Todos los días de mi vida. La recordaba perfectamente porque la vi con mi hermana en el cine, cuando cobré uno de mis tantos sueldos en el restaurant donde trabajaba como mesero. Mi melliza lloraba como si le estuviera pasando lo mismo que a Leo, el protagonista. Cada vez que había una escena triste o muy romántica, la veía con ese brillo en los ojos que tienen todas las chicas cuando anhelan que les pase algo así o cuando no quieren pasar por una situación parecida. Si por mí fuera, ella no estaría con un hombre jamás. La idea de que alguno pudiera hacerle daño me causaba serios dolores de cabeza. Los mismos que ella sentía las primeras veces que le contaba de mis encuentros con el castaño que tenía al lado, a quien parecía tener entre ceja y ceja, pues no le gustaba cómo trataba a su hermano mayor. Decían que las mujeres eran más sentimentales con respecto a esos temas del amor y las películas rosas, pero francamente, me llegó a conmover mucho la forma en que narraron con una facilidad increíble el drama de un chico por recuperar a su verdadero amor. Él pobre, ella rica. Cualquier parecido con la realidad era mera coincidencia, porque no fue ese el motivo por el cual preferí esa película antes que a las demás. O quizás fue porque estaba Rachel McAdams como protagonista, a quien podía amar y odiar a la vez cada vez que la veía en pantalla. Porque, siendo sincero, Channing Tatum recién estaba empezando a dejar de ser solo un pedazo de carne bien formado para convertirse en algo así como actor. Lo hizo bien, sí, tampoco es que fuera Ben Affleck.

Una de mis escenas favoritas era el inicio, donde se les veía a ambos tan felices, tan contentos para después… el accidente. No, quizás no era un parte favorita, pero una de las que más me gustaban, porque te daban pie a darte cuenta cómo era la vida de ambos antes de ese fatídico momento que deja a Paige, la protagonista, sin recordar los últimos años de su vida. Y, por más intentos que tuve de dejar mi mirada solo en el televisor, miré de reojo a Ken, quien estaba casi tan extraño como yo por lo que estábamos haciendo. Sí, era extraño, debía admitirlo, pero lo estaba disfrutando a pesar del silencio que nos acompañaba, dejando solo en primer plano las voces de los actores dentro de la caja mágica. Hasta que él habló, y sus palabras fueron música para mis oídos. Giré mi rostro para verlo y le mostré una sonrisa acogedora, como si con ella estuviera jurándola que un encuentro así se repetiría pronto.  —La próxima vez palomitas antes, lo anoto —dije más relajado. Sabía que, palomitas antes o después, íbamos a estar juntos de nuevo. Solo esperaba que de esta forma, bien, como… amigos. Sí, como amigos.

Así como el castaño se acomodó, yo también lo hice. Estiré mis brazos por encima del respaldar del sillón, cubriendo la parte superior de sus hombros, pero sin tocarlo. No, no era una “táctica”, de esas típicas que usaban el común denominador de adolescentes cuando están en una sala de cine para abrazar a la chica bonita que tienen al lado. Bueno, me daban ganas de abrazarlo, eso no lo iba a negar, pero mi movimiento fue inconsciente, natural, sin premeditación. Solo quería estar cómodo mientras veía una película que me gustaba. —¿Tu madre? —pregunté algo confundido, había estado muy atento en la pantalla, y recién caía en cuenta de lo que me estaba hablando en ese momento el castaño. Felizmente escuché todo, sino, hubiera quedado como un tonto. —No conozco bien al tipo, por no decir que nada —admití mirándolo hacia el piso, intentando hacer memoria, para recordar si alguna vez Eleanor me lo había mencionado, pero no, nunca me dijo nada de su novio, futuro esposo o lo que fuera —pero creo que deberías hablar bien con ella, sin discutir —mi mirada fue de donde estaba hacia los ojos azules hermosos de Ken. Fui sincero. Ese tipo de situaciones se arreglaban dialogando como dos personas civilizadas, no gritando sin entender las razones del otro.

Me cautivaba verlo así de humano, buscando una especie de consuelo, sin actitud prepotente y arrogante. Era uno de sus lados personales que más me gustaba, de los que más disfrutaba. Dejé que mi brazo cayera sobre sus hombros, abrazándolo, pegándolo a mi cuerpo. —Me gustaría ver la película así, si no te molesta —confesé mirándolo a los ojos con una media sonrisa, haciéndole sentir que mi apoyo no solo era de la boca para afuera. Si una imagen vale más que mil palabras, un abrazo también valía más que frases de consuelo. Con total confianza le di un beso en la sien, respirando su perfume, para luego regresar mi mirada al televisor y concentrarme en la película. O al menos eso intentaba, pues más llamaba mi atención hacerlo sentir cómodo, tanto como yo me sentía.
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Mensaje por Kenton S. Carson Lun Sep 02, 2013 8:45 am

Fue con su contestación cuando volvió a la realidad. Ya se sabe que uno no acaba por darse mucha cuenta de lo que dice hasta que llega la consecuencia, y es que volvió de golpe a la realidad. ¿Qué estaba haciendo allí con él? Estaba cómodo, se sentía bien, le gustaba pero... ¿Qué pasaría en la realidad? ¿Todos esos besos en qué quedarían? El pequeño muñeco no sabía como ordenar nada de aquellos sucesos, ¿y si lo mejor fuera olvidar todo después de aquel día? Quizás acabaría siendo lo mejor, como las dos veces que fingió morir de asco por los besos que el moreno le regalaba. Estaba claro que el destino estaba obrando para poder juntar a la pareja. Pero quizás no era mucho el esfuerzo que hacía... ¿Cómo hace a dos amigos tener que gustarse de una misma persona? Y ya no solo era eso... era el dinero. Que estaba bien que no tuviera mucho dinero pero... Ken no podía permitirse caer tan bajo ante la élite a la que acababa yendo de vez en cuando, aquellas reuniones a las que solo un grupo selecto de niños y niñas tienen acceso. Son cosas que se necesitan. Y la ropa.

Ya escuchaba las palabras de esas que se hacían llamar amigas pero no eran más que compañeros de la élite, del poder. "Has hecho muy bien, los chicos pobres son los mejores. Hacen todo por ti, son tan tontos..." Y no quería escuchar eso, no quería hacerle escuchar eso. Entre ellos se hacían millones de críticas, a veces, muy dolorosas. Pero estar en la cima costaba, y para tener acceso a todo hay que estarlo. Aunque era obvio que si no llegaba a estar con su mejor amiga allí dentro, no podría soportar toda la presión. Ni qué decir, su casi anorexia fue por culpa de los maltratos de esa gente. Algún día tendría que escapar de allí. Pero entró cuidado en Brown gracias a ellos. No podía enemistarse, todos sabían secretos de todos. Tasha era demasiado fuerte y era la única a la que temían. Podría ser líder perfectamente, lástima que ella sudara mucho de ese tipo de cosas.

Escuchó las palabras del joven referidas a su madre, hacía la situación. No contestó. No quiso hacerlo. Vio la mano del chico llegar hasta su hombro, acabó acercándose a él. ¿Qué más daría lo que pasaría mañana? Apoyó su cabeza en el pecho del moreno tal y como si fuera el abrazo tierno que le dio cuando se vieron por primera vez en ese día. - ¿Y dormirás así? - Preguntó sin llegar a referirse a nada. Dando a entender nada y todo a la vez. - O sea, con esa ropa, tú sabes... - Comentó. Y se refería al pijama. No le entró ninguna crisis de moda, sería un tanto extraño. Podría hasta prestarle un pijama para él, pero seguramente no le gustaría, quizás era demasiado... Ken. Para él, los pijamas debían de ser cómodos a la vez que estilosos. Y el suyo lo era, todo lo suyo era lo mejor y de eso no había ninguna duda.

El cerebro de Ken. Era rubio. Su neurona le costaba regir. Y por ello, quizás, entendió algo demasiado mal, muy contrario a todo lo que era en realidad. A aquello que se refería a que se quedaran abrazados mientras veían la película acabó por entender que mejor ver la película callados. Según él, su realidad era... - ¿Me está pidiendo que me calle? - Y así miles de preguntas del mismo calibre. Ya se puede entender millones de malentendidos por culpa de ello. Y es que el castaño no era de esos que cogía las cosas como eran, más que nada, porque le pues pedir sexo y puede entender que saltar en la cama es saltar de saltar como dos niños pequeños... la cosa, una desilusión para el pobre hombre que pensara que podría haber conseguido desvirgar al castaño.

Vale, callados vemos la película. - Contesta. Prefirió no contestar por no quedarse solo. Porque estaban viendo una película y llevaba razón. Así que sus ojos se fueron hacía la televisión, viendo como los jóvenes acaban estrelladas, como después el chico quedaba apoyado en una máquina expendedora, llorando por su amada. Cuando ella ha perdido la memoria y para sus padres era una bendición porque podría empezar con algo maravilloso, sin aquel chico que arruinó la vida de ella.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Lun Sep 02, 2013 10:49 pm

¿Habría una segunda vez para nosotros sin factores extras de por medio que pudieran unirnos? ¿Con el único motivo simple y sencillo como es que deseáramos estar juntos y que deseáramos volvernos a ver? Una cita. Sí. Una primera cita, con todas las letras, como se debe hacer cuando te gusta alguien y quieres demostrarle lo bien que la puede pasar contigo. Conversación amena, conocernos, sonrisas, abrazos, quizás besos. Eso último no era necesario, pero si llegara a pasar, sería de lo mejor. Eso de sentir sus labios sobre los míos… podría acostumbrarme a que sucediera seguido. Es parecido a cuando conoces a una persona de la nada, sin que la hubieras esperado o te hubieras imaginado que te encontrarías con ella, y… ¡Pum! De la nada, sin razones aparentes, te das cuenta que es parte de ti. Ni siquiera te lo imaginaste, no lo viste venir, pero te tocó, y te tocó tan profundamente que es difícil que se vaya de tu cabeza. Me pasaba con mis mejores amigos, cuando creaba cierta dependencia por ellos. En esta ocasión era con los labios del castaño. En realidad, con todo el castaño. Estaba dispuesto hasta soportar que me llamara “ranchero” si eso lo hacía feliz. Había conocido su lado débil, su lado humano, y me había fascinado, más de lo que mi hermana podría creer cuando se lo contara mañana, llegando a casa después de la universidad.

Se había recostado en mi pecho. Dios. ¡Qué bien olía! ¡Qué bien se sentía tenerlo tan cerca! Me dieron ganas de subir mi mano y acariciar sus cabellos castaños, quedarme así muchísimo tiempo, hasta que se quedara dormido en mis brazos, mientras yo lo veía respirando tranquilo, en paz, como lo había visto hace un par de horas. Esa noche que empezó distinta a cualquiera que pude imaginar, parecía que terminaría todavía más sorprendente. Dormiría a solo metros del castaño que me hacía enfadar y sonreír a la vez. Y justamente él me preguntaba si me quedaría con las prendas que estaba. Asentí con la cabeza, muy divertido por su comentario inocente y curioso. —Sí, estoy cómodo —mentí convencido, mostrándole una sonrisa curva, cálida, mirándolo a los ojos. Me gustaba el azul de los suyos, podías perderte en ellos si te dejabas llevar, imaginando que era el mismísimo mar, el océano. Incluso, si te concentrabas, quedabas hipnotizado.

No comprendí bien su comentario, ese de que nos quedáramos callados. ¿Le había molestado mi voz? Quizás estaba hablando mucho y solo quería disfrutar de la película. Me recordaba en cierta parte a mí, cuando veía una cinta en casa y mi madre se la pasaba diciendo una y otra cosa, haciéndome perder el hilo de la historia, llevándome por rumbos desconocidos que se quedaban grabados en mi cabeza mucho más que los diálogos de las películas. Después de aquello, siempre debía volver a poner el vídeo, para poder entenderlo. Era gracioso, en verdad mucho. Supuse que lo mismo le pasaba a Ken, así que no le refuté nada. —A ver la película entonces —le contesté en tono agradable, cordial, mientras mi mano acariciaba su hombro despacio, de forma inconsciente y mi otro brazo descansaba en el respaldar del sofá.

Antes de que el protagonista intentara recuperar a su pareja, mis ojos se cerraron. Sí. Me quedé dormido. Morfeo se llevó mi cuerpo entre sus brazos y lo sedó. La tranquilidad me recorrió. Estaba exhausto. No había descansado desde primeras horas de la mañana. ¿Qué podía esperar? ¡De vampiro no tenía nada! Sin embargo, creí que duraría un poco más tiempo despierto, al menos hasta arropar a mi acompañante y luego lavar los platos sucios de la cocina. A la mañana siguiente me sentiría avergonzado por lo sucedido. Es que, así como una de mis principales pasiones era la comida, también me gustaba dormir. Por eso terminé con mi cabeza sobre la suya, respirando calmado, acurrucándolo contra mi pecho de forma protectora. Puede que el castaño se diera cuenta muchos minutos después, ya que desde que miramos ambos el televisor, nos quedamos así bastante rato. En fin. Para ese entonces, yo estaría en mi séptimo sueño, volando en lo más alto del cielo, con la digna apariencia de un oso perezoso sobre el sofá.
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