I'm a racing car. || Colin.

Cuando llegué al gimnasio, había tantos alumnos como los domingos en misa. Tuve total libertad en cuanto a las máquinas para utilizar. Me sentía como un rey en su palacio. Un sentimiento parecido a cuando llegaba a la cafetería y era de los primeros en la fila: podía elegir cuanto quería, sin que me dijeran que se había terminado. ¿Qué de malo hay con que a uno le guste comer como si fuera tres personas en una? Luego utilizaba el gimnasio para bajar las grasas y demás sustancias ingeridas excesivamente en las horas de las comidas. Mi cuerpo no se mantenía delgado y firme por arte de magia, por mucho que mi familia tuviera genes de peso ligero. Además, usaba el ejercicio como un medio de desfogue, donde saca todos mis sentimientos reprimidos sin dañar a nadie. Era mi segunda opción, quitando de en medio a la actuación, pues estando de vacaciones eran menos las veces en las que el club de teatro se juntaba para practicar.

El gimnasio era mi terapia alternativa, por eso me encontraba ahí desde muy temprano. Usé primero la caminadora, haciendo dos kilómetros sin detenerme. La música de Muse retumbaba en mis oídos, mientras mis labios se movían al compás de la melodía, masticando las letras de forma inentendible, solo para mi interior. Así se escuchaban mejor las canciones, cantadas mentalmente, sin que nadie las pudiera escuchar más que nosotros mismos. Me creía en plena grabación del vídeo clip, moviendo mis brazos y mis piernas a un mismo ritmo, un pegajoso ritmo. Uno que tuve que dejar pasar con el transcurrir de los minutos dentro del gimnasio, el cual empezó a llenarse de forma notoria. ¿Qué hora era? ¿Las once, las doce del día? No tenía idea. Solo quería seguir soltando mi cuerpo delante de las diversas máquinas que tenía cerca.

A esas alturas mi camiseta sin mangas se encontraba mojada en el pecho y la espalda. Me sentía extrañamente sucio aunque solo fuera sudor por haberme ejercitado mucho. Tuve que quitármela. Y como buen hombre que escondía su vanidad, me miré de reojo en el espejo, sin hacerlo notar demasiado. Lo que vi me gustó. Tanto como al par de chicas que recién habían llegado y se quedaron con sus ojos clavados en mi cuerpo. Les sonreí amable, e incluso levanté una de mis manos para saludarlas. Luego caí en cuenta de que podrían pensar que coqueteaba, cosa imposible, pero preferí dedicarme a lo mío: observarme en el espejo. Mis brazos se veían más grandes -eso por haber hecho pesas la semana pasada, suponía- y mi abdomen estaba plano... demasiado plano para mi gusto. Las pequeñas marcas que logré sacar gracias a los abdominales desaparecieron cuando dejé de hacerlos por pereza. Pasé mi camiseta por mi frente, limpiándome el fruto de mi buen ejercicio y la tiré en una de las bancas cercanas. Me quedé tan solo con mi short deportivo negro y mis zapatillas blancas.

Pronto mi espalda y las plantas de mis pies estuvieron pegadas al suelo, así como mis rodillas flexionadas. Levantaba mi torso, hasta que mi pecho tocara mis rodillas, y luego volvía a mi posición inicial. Necesitaba como fuera que esas marcas en mi abdomen volvieran, y solo haciendo ese tipo de ejercicios lo lograría. No es que me sintiera incómodo con mi cuerpo, era solo que siempre uno se podía ver mejor, y así continuaba sudando y quemando calorías. Todas esas que regresarían a la hora de la comida. Según escuché, había pizza en el menú del día. En fin. Subí el volumen de mi reproductor, encontrándome con Supermassive Black Hole. Entonces me metí en mi mundo de música y números. Diez, once, doce, trece, catorce...