Juguemos ajedrez y movamos la torre [Valquiria]

El tiempo había pasado y ya me separaban varios días desde que tuve aquella inesperada visita de Leo en mi casa. El paso del tiempo y la ausencia de preguntas me habían confirmado que nadie había sospechado ni visto nada, cosa que me venía bien, pero en cuanto a Leo, parecía que simplemente se lo había tragado la tierra. No recibí ninguna llamada o visita, ningún tipo de prueba que me advirtiera si él estaba bien o mal. 
Reconozco que su forma de escapar me tomó por sorpresa, no me había imaginado que él respondiera de esa manera, pero cuando pasó no tuve más que resignarme y hasta ahora aún tenía fresco en mi memoria aquel día, deseosa por encontrar a alguien o algo que me respondiera las preguntas que habían crecido en mi cabeza y se habían quedado allí, esperando a ser resueltas. Esperaba de todo corazón que las cosas hayan ido bien con él y con su herida, no me gustaría enterarme que algo había salido mal y que Leo había terminado mal, pero las malas noticias eran las primeras en llegar, así que no me podía preocupar de más.

Estaba en mi casa, editando unas fotografías que esa semana debía presentar ante mi clase, cuando el sonido de mi celular rompió el momentáneo silencio que se había instalado en la sala. Fruncí levemente el ceño, extrañada al notar que era un mensaje de un número desconocido. Algo parecido al alivio se extendió por mi cuerpo al empezar a leer y saber que se trataba de Leo, por fin estaba dando señales de vida. En el mensaje él reconocía que me debía explicaciones sobre el asunto y debíamos vernos algún día, pero que no podía volver a mi casa, añadiendo también que ese era su nuevo número de celular y que podía contactarlo libremente. Me alegré de saber que estaba bien y que aún se mantenía en New York, pero cuando pensé en responderle, deseché la idea porque en realidad no sabía qué decirle.
Suspiré y miré algún punto fijo en la pared, en blanco. Finalmente, en un futuro muy próximo, me enteraría de qué era lo que Leonarth estaba escondiendo. Mi ensoñación duró unos minutos, en los que dejé que mi imaginación volara. Sentía que había algo grande detrás de todo esto y mi curiosidad estaba a flor de piel con todo eso. 
Aún en mis manos, el celular volvió a sonar. Me sobresalté pero mis manos se movieron hábiles por la pantalla táctil. Se trataba otra vez de Leo, pero esta vez había una invitación concisa en el mensaje. Él quería que nos viéramos en la torre panorámica del mirador, un lugar al que yo no había ido más de un par de veces, pero sabía cómo llegar. Miré el reloj de mi celular, eran las 15:52 p.m, y considerando que la cita era a eso de las 5, tenía tiempo de sobra para arreglarme.

No sabía qué saldría de aquella reunión entre los dos y tampoco había pasado por alto que me había citado en un lugar bastante alejado. Seguramente él no quería testigos, no quería arriesgarse a que alguien escuchara nuestra conversación. 
Luego de los mensajes que recibí, no tuve cabeza para seguir editando las fotografías en la computadora, así que lo dejé de lado y me entretuve, en medio de la ansiedad, con alistarme para la cita.
Cuando salí, en el camino hacia el mirador, me puse a pensar en todo lo que pasaría. Yo realmente no conocía del todo a Leo, en realidad, lo conocía únicamente poco y nada, entonces. ¿cómo sabía yo, que todo lo que Leo dijera, era verdad? ¿Tendría que confiar en él, a ciegas? Era algo difícil, y el instinto no me ayudaba, porque no tenía ningún presentimiento. 
Llegué al lugar tres minutos después de las 5. Subí al topo de la torre, seguramente Leo ya estaría allí. Mi calzado no emitía ruido alguno, porque hoy no llevaba tacones como era mi costumbre, sino que zapatos estilo militar, así que cuando llegué allí y me encontré a Leonarth de espaldas hacia mi, atento a la vista que se exponía desde allí arriba, supe que no se había percatado de mi presencia.
Lo observé por unos momentos, se veía tranquilo, pero del tipo de tranquilidad cansada que sólo un hombre con pasado oscuro y tormentoso poseía. Me acerqué a él, pero no hablé, simplemente toqué su hombro, sacándolo de sus cavilaciones internas. 
Se volteó hacia mi y me sorprendió, realmente lo hizo, notar que tenía un delicado adorno floral entre las manos. Sonreí inmediatamente, algo atónita y agradecida, eran unas flores hermosas. Asentí levemente y luego de tomar las flores, besé su mejilla. —Es un bello detalle, te lo agradezco de verdad, Leo.— Mi sonrisa se apagó al ver su mueca, ese intento fallido de sonrisa que intentó hacer. Ladeé mi cabeza levemente y lo miré con apesadumbrada curiosidad. —¿Qué está pasando, Leo?— Gemí, descubriendo que no me gustaba ni un poco verlo mal. —Recuerda que puedes confiar en mí.—Dije intentando asegurar ese punto, que él supiera a ciencia cierta que yo estaría allí para él siempre. —Cuéntame qué sucede, quizás yo pueda ayudarte.— Le sugerí, pero una súplica iba disfrazada en la frase, quería descubrir qué era lo que lo atormentaba, quería en verdad que él me permitiera ayudarlo.

Las flores me sorprendieron. No me había esperado realmente aquel gesto atento de parte de Leo, y quizás en cierta forma eso confirmaba lo poco que le conocía. En verdad, él podría haber intentado una emboscada a mi persona ahí mismo, sin testigos ni nada que le inculpara, para salir sin pena ni gloria del embrollo en el que estaba metido y del que yo deseaba respuestas. ¿Qué le impedía, entonces, eliminarme del camino para no correr ningún riesgo? Nada y yo podía ser una estúpida al confiar en él y aventurarme a acudir a sus llamados y a mantener todo en secreto. Pero era como si algo me empujara a creer y a confiar en él, algo en mi instinto me decía que él no me dañaría ni ahora ni nunca, por lo menos no apropósito y yo me había aferrado a eso, sin querer alejarme de los misterios que se enredaban alrededor de Leo.
Yo sabía que no era fácil que él abriera sus secretos a los demás, mucho menos si nos conocíamos tan poco el uno al otro, pero algo entre nosotros se había formado, un muro de confianza que era difícil de evitar. Y eso hacía que me confiara en que sólo era cuestión de tiempo para saber qué pasaba en la cabeza de aquel hombre que tenía frente a mí. Miré a sus ojos y vi la inquietud que danzaba en el interior de ellos. El misterio, también. Algo que él se concentraba en mantener bastante escondido, que me avivó la curiosidad.
Luego de saludarlo y agradecer el detalle de las flores, me mantuve callada, esperando a que él diera el primer paso en la conversación que ambos nos debíamos y así lo hizo, mientras que yo escuchaba atenta. Tocó el tema sobre las dos oportunidades en que yo le había salvado de la muerte, alcé una ceja y esperé mi turno de hablar. Medité sus palabras y me detuve cavilando en su primera pregunta, algo fácil de responder para mí, en realidad.
Seguí su discurso, sin perderme nada. Esperaba que lo dijera todo, antes de que yo siquiera empezara a hablar, así que me mantuve a raya, hasta que terminó. Estaba siendo sincero, sincero de verdad y eso realmente me gustó, al fin teníamos aquella conversación que había anhelado desde el día del accidente.
El accidente... sí, el día en que Leonarth "había muerto" pero claro que no lo había hecho, se salvó por los pelos, en realidad, pero para todas las personas, de la universidad y los alrededores, él verdaderamente había perecido en aquel automóvil como decía claro en las noticias. Esas habían sido las únicas cosas que me había enterado luego de que él desapareciera de mi casa al otro día de haberlo ayudado.
Una sonrisa de medio lado se formó en mi rostro cuando Leo trató de bromear con su actual situación, pero no dije nada, aún quería que él llegara al final y luego hablar yo.
Luego de eso él llevó una de sus manos a mi cabello, me sorprendí un poco, pero no me alejé. En lugar de eso le sonreí mientras miraba a sus ojos. Esos ojos misteriosos que me tenían fascinada. Supe que en ese momento me tocaba hablar y lo hice, sin separar mi vista de él.
—Bueno... me la has puesto fácil, porque sé como responderte.— Dije, sonriendo débilmente. Suspiré y miré hacia el paisaje que se exponía ante nosotros, para luego volver la vista hacia sus ojos. Era algo como una necesidad mía hablar mirando a los ojos. —En cuanto a lo primero, Leo...—Empecé a hablar, mientras mantenía mi rostro sereno. —En la manera de que yo lo veo, hubiera quedado como la heroína para las autoridades de New York, pero para mi, entregarte a la policía habría sido el actuar de una traidora.—Aseguré, con total sinceridad. —La lealtad es algo que a mí me importa mucho y la mía está de tu lado, ¿sabes? No sé desde cuándo, ni cómo, ni porqué, pero así es y es muy difícil de que eso cambie. Confío en ti, Leonarth, con secretos o sin ellos y si está a mi alcance, te defenderé y ayudaré, ¿entiendes?— Una suave brisa jugueteó con mi cabello y hice una pequeña pausa pero luego proseguí. —Estoy consiente de que tu vida es complicada, que hay cosas de ella que te avergüenzan y que las cosas no están bien en este momento para ti, pero... ¿quién dice que esto será para siempre? Llegará el momento en que todo se arreglará, o por lo menos la mayoría de toda esta locura. No eres un hombre malo, Leo y estoy segura de ello. No importa cuantas veces te has equivocado, ni qué cosas has echo en tu pasado, en realidad, esas cosas a mi no me importa, quiero que sepas que puedes confiar en mí, yo no te juzgaré porque no soy quién para hacerlo porque todos cometimos errores... No te haré preguntas, ¿está bien? Simplemente me quedaré confiada con todo lo que tú decidas contarme, no necesito más que eso.— Me quedé callada y esperé con ansias a que hablara. Había sido sincera, del todo sincera y había sido mucho más fácil de lo que había pensado en mi cabeza. Ahora esperaba que él fuese sincero y me dijera quién era realmente o qué pasaba con su vida, porque la verdad yo no estaba pidiendo demasiado.