Me ah salvado un angel~ Valquiria

Desde que, hace más o menos un mes, cuando Leo, James y yo nos habíamos metido en un embrollo en la mansión de los viejos hermanos Oaktree, mi vida se había trasformado en simple rutina, ninguna sorpresa o problema en el que me viera involucrada, pero algo me decía que eso muy pronto cambiaría. Sabía que sólo era cuestión de tiempo para que algo hiciera cambiar todo en 360°. Por eso no me confiaba de andar relajada y siempre estaba alerta.

Me dirigí nuevamente a mi casa después de estar todo el día en la ciudad. Hoy en la noche estaría sola, porque James me había avisado que no llegaría a dormir, así que en mi mente iba maquinando qué hacer aquella noche, para no sentir tanto la soledad.
Paré mi motocicleta una vez me encontré en el jardín de mi residencia y bajé de ella. Tenía un sentimiento de ansiedad clavado en el pecho y eso mismo, mi instinto, hizo que me dedicara a mirar a mi alrededor con cuidado. Todo estaba silencioso y le daba un aire sospechoso al lugar, caminé hacia la puerta de entrada y saqué de mi pequeño bolso las llaves para entrar a la casa, pero éstas resbalaron de mi mano y me hicieron clavar la vista directo en el suelo, donde, además de las llaves, encontré algo que se me había pasado totalmente desapercibido antes: un rastro, con un color rojizo oscuro. Contuve el aliento y con la mirada seguí la marca, era más que obvio que era sangre, pero la cuestión era ¿De qué o quién? Con pasos sigilosos, avancé siguiendo la huella roja que llegaba hasta un cuarto donde a veces guardaba cosas como mi motocicleta. Me detuve en la puerta, tomé valor y entré. Cuando encendí la luz no me llevó más de unos segundos dar con una persona tirada en el piso. — Con un demonio...— Susurré mientras me acercaba. Al reconocerlo, se me heló la sangre en las venas. Era Leonarth O'donell, herido y al borde del colapso. Bufé. — ¿En qué mierda estás metido ahora, O'donell?— Pregunté sin esperar respuesta al ver el estado en el que estaba. Pensé en qué hacer con él y sabiendo que Leo no querría ir al hospital, lo llevé dentro de la casa con bastante dificultad y lo dejé descansar en uno de los sofás de la sala. Después de ésto, la rutina y la tranquilidad de mi vida se había ido al caño.

No me habría imaginado ni en un millón de años encontrarme con esa escena al llegar a mi casa, todo lleno de sangre y Leo O'donell moribundo en mi propio patio, pero de alguna manera u otra la rutina en la que me había introducido tenía que romperse y el destino decidió que ésta brusca manera era como debería pasar, así que tenía que hacerle frente a las nuevas circunstancias.
Inmediatamente recordé lo que había pasado en la mansión esa noche lluviosa y fuera de lo común. Estábamos pasando por algo parecido porque yo sabía que de mi dependía que O'donell viviera, otra vez. Aunque en realidad no me importaba, yo no era de aquellas personas que se desesperaban fácilmente ni perdían la calma en momentos como estos, así que simplemente actué como me lo dictaba el razonamiento. Mi mente se mantenía fría mientras pensaba en lo que había pasado para que Leo hubiera terminado así, tuve muchas ideas, pero con él nunca se podría saber las cosas a ciencia cierta, así que esperaría hasta que me lo dijera y la curiosidad me picaba.

Cuando habló, avisándome que estaba desarmado, su voz se oyó demasiado débil, tanto que temí que en ese momento las fuerzas le abandonaran y muriera ahí mismo. El cuerpo se me tensó y avancé hasta él. No me importaría que estuviera armado hasta los dientes y amenazando con pegarme un tiro, nada hubiera evitado que lo fuera a ayudar, verlo así me hizo sentir que debía ponerlo a salvo, era una de las pocas veces en que alguien pudiera ver a Leo O'donell desprotegido y necesitado de otra persona.
Una vez dentro de la casa, tensa y ansiosa por salir rápido de eso, intenté recordar dónde estaba el botiquín de primeros auxilios que había en la casa, en él estaría todo lo que necesitaba para Leo. Habían pequeños rastros de sangre en mi ropa y en mis manos, pero no me importaba, en comparación a la herida que él tenía en la pierna, no eran nada unas manos sucias y una ropa destruida. Oí como él me dio unas instrucciones, órdenes, mejor dicho, bufé y lo mandé a callar, sabía qué cosas tenía que traer y no quería que su estado se empeorara más haciendo esos esfuerzos por hablar. —No hables, ni te muevas, quédate quieto que yo buscaré todo lo que necesito.— Anduve por toda la casa de aquí para allá buscando las cosas y pude recordar dónde estaba el botiquín. Entré a mi habitación y lo saqué de arriba de mi closet. No lo había usado nunca y sólo lo había comprado hacía unos meses, así que todo estaba en su sitio. Llevando el botiquín, un par de tijeras y una botella de vodka (Que era de James y me mataría por sacarla), regresé a la sala, no sin antes haber lavado bien mis manos.
Cuando llegué al lado de Leo, me saqué la chaqueta, quedando sólo con la sudadera blanca y tiré los tacones a un lado, para estar más cómoda y suspiré, ésto le dolería. —Ten, bebe ésto.— Le tendí la botella recién abierta, una vez que la tomó, con tijera en mano, rasgué el pantalón de Leo en una pierna hasta la rodilla. Gemí, la herida se veía feísima. —Veamos qué tan valiente eres...— Dije mientras le echaba una gran cantidad de alcohol para desinfectar y limpiar la herida. El líquido incoloro se tiñó de rosado, deslizándose por su pierna hasta el sofá. Paró de sangrar y me dediqué a coser la herida, algo que jamás había hecho y por lo mismo, traté de hacerlo con extremo cuidado. ¡Joder! todo ésto hasta a mí me dolía.

El tiempo pasaba y la idea de llevar a Leo a un hospital me rondaba en la mente, la herida era grande y no dejaba de sangrar, pero éso lo podría meter en problemas. En el hospital harían preguntas y si las respuestas resultaban ser sospechosas, entrarían a escena algunos policías, lo que a ninguno de los dos nos convenía. Suspiré y decidí no seguir pensando en eso, ayudé a Leo a situarse en mi sofá, para ése momento con la luz de la casa podía ver bien su rostro, pálido por la pérdida de sangre, sucio y rasguñado. Me costó dejarlo solo en la sala, no soportaba la idea de que cuando volviera él pudiera haber perecido ya, así que hice todo lo más rápido que pude.

Lo oí murmurar algo a lo lejos, maldito sea por intentar hacer esfuerzos cuando estaba en ése estado. Bufé y salí de la habitación, pasé por el lado del termostato que tenía el aire acondicionado y subí la temperatura, sabiendo que la pérdida de sangre lo tendría pasando mucho frío. Avancé por la sala llegando a su lado, lo siguiente que hice fue tenderle una botella de vodka, se bebió la mitad de tres largos tragos y me preparé para empezar a curarlo. Asentí y lo miré. —Lo haré bien, no te preocupes.— Suspiré, tomé aire y comencé, vi como él se llevaba uno de los almohadones del sofá al rostro y lo apretaba, gimiendo de vez en cuando de dolor. Me demoré bastante tiempo en desinfectarle, hacer que parara la hemorragia y luego coserle la herida, pero al fin terminé. Para ese momento, Leo ya estaba ebrio y la botella de vodka estaba casi terminada. —No seas estúpido, no necesito ninguna recompensa por ésto...— Aseguré mientras me paraba a tirar a la basura todo lo que había usado. Volví a lavar mis manos y tomé un vaso de agua, ahora debía limpiar las pequeñas heridas de su rostro y brazos. Volví a su lado con un paño mojado en la mano y me aproximé a él para limpiarle la suciedad de la cara, luego le desinfecté los rasguños y seguí así hasta los de los brazos. Suspiré cansada cuando terminé de hacer todo. —Leo, estás muy débil descansa un poco y luego te bañas, ¿vale?— Le dije mientras me levantaba.

Fui a la habitación de Alonso, daba gracias a Dios que él no estuviera hoy en la casa porque hubiera armado un lío de los grandes y eso era lo que menos nos hubiera convenido. Abrí su armario y busqué algo que pudiera servir para que Leo se pusiera. Encontré unos pantalones y una camisa holgada que quizás le quedaran buenos y los llevé a la sala. Quería darme una ducha para relajarme, pero no me atreví a dejar a Leo solo en esa condición, así que preferí hacerme un café y sentarme en la alfombra de la sala a tomármelo. Lo peor ya había pasado, o eso esperaba.

La curiosidad me picaba cada vez más con esa situación. Conociendo a Leonarth, nada bueno saldría de allí y las razones por las que él estaba en ese estado lo más probable es que tuvieran que ver con algún plan mal echo, algo descabellado o nada legal y yo quería averiguarlo todo, o hasta donde se pudiera contar. Si fuera algún problema de esos, la verdad no me importaba demasiado, sólo quería saber en qué andaba metido para calmar mi naturaleza curiosa, nada más. Yo sabía que él estaba acostumbrado a estar en medio de cosas encubiertas, mentiras, líos y demás situaciones de ese estilo, debido a eso sospechaba que la razón por la que Leo estaba así no iba más lejos que alguna de ésas.
Las cosas lejos de empeorar iban mejorando, así que no había razón por la que asustarse de más o perder la calma. Yo sabía que Leo estaba en un estado crítico, pero intuía que ésta vez él iba a escaparse de la muerte, como quizás cuantas otras veces lo ha echo ya. Yo casi nunca había sentido empatía por las situaciones que vivían otras personas, pero ver el dolor dibujado en el rostro de Leo y escuchar sus quejidos cuando estaba suturando la herida, me hacían sentir enferma y tener una pequeña opresión molesta en el pecho. Quería que aquel dolor terminara ya.

Me concentré mucho en que la improvisada cirugía forzosa fuera un éxito y cuando terminé, quedé satisfecha con los resultados. Luego de terminar, decidí tomarme un rápido café y me lo tomé sentada en la alfombra, me vino realmente bien hacerlo. —No te dejaré solo. Con lo terco que eres, quizás hasta te vas de la casa en esas condiciones, yo puedo aguantar sin una ducha, no te preocupes.— Le aseguré, mirándolo seria. Vi cómo con manos hábiles pero movimientos lentos, se hacía un improvisado torniquete para su pierna. —Prefiero la fotografía, ése siempre fue mi fuerte.— Dije, guiñando un ojo, luego seguí las instrucciones que Leo me había dado hace poco, quién parecía ser un "líder nato" para aquel tipo de cosas. Caminé hacia el final de la casa aún descalza, para llegar al cuarto de lavado y sacar una de las cubetas. La llevé hacia el sofá y le hablé a O'donell. —Vas a tener que sentarte... No quiero que te marees, muévete lento.— Le dije mientras dejaba la cubeta a sus pies y me disponía a ayudarlo. Lo dejé sentado con la pierna herida en la cubeta vacía y fui por dos bolsas con hielo, las vertí dentro del recipiente, esperando que éso hiciera que la pierna le dejara de sangrar por completo.
Miré fugazmente el reloj de pared que tenía en la habitación y recordé que mañana temprano debía ir a Brown porque aún era día de semana, gemí. Con lo cansada que estaba a duras penas llegaría mañana a las clases y estaría todo el día en estado zombie, así que desistí inmediatamente de eso, simplemente no iría a la universidad. Luego de haberle curado las heridas menores que tenía en su rostro y brazos, pensé en que podría al fin ducharme, porque se veía muchísimo mejor que cuando lo encontré. Me sorprendió la pregunta que me hizo, pero era algo fácil de responder, no había nada oculto en mi ayuda hacia él. —No te entregué a la policía porque soy todo menos estúpida y sé que eso te podría haber puesto en peligro y a mi también— Respondí, mientras me encogía de hombros. —Y el hospital tampoco era una opción, ellos trabajan conectados con la policía y no quería arriesgarte a eso. Además, no lo sé, algo me empujó a ayudarte, como aquella vez en la mansión Oaktree. Pero ahora que tocas ese tema... ¿Tengo que preocuparme por las cosas que puedan pasar después de ésto?— Curoseé. Era una manera sutil de conseguir respuestas sobre porqué estaba en ese estado, esperaba que funcionara.

Yo no era de aquellas personas que se encariñaban rápido ni mucho menos, tampoco me gustaría serlo porque siempre había pensado que eso traería problemas. Pero también tenía la mala costumbre de tomarle aprecio a las personas sin siquiera darme cuenta y cuando caía en ello, ya era muy tarde y no había vuelta atrás. En ése momento me di cuenta de que eso era lo que me había pasado, antes había pasado desapercibido para mi pero lo sabía: Quería a Leo. Lo apreciaba y por eso me mostraba tan dispuesta a ayudarlo y a hacer de cómplice en cosas como éstas, porque si él hubiera sido otra persona, algún desconocido o algo como eso, no me habría tomado tantas molestias en que se sintiera bien y estuviera a salvo.
Recordé nuestro bastante breve "pasado amoroso" y sonreí levemente. Fue algo de lo que tenía buenos y bastante vergonzosos recuerdos, una etapa adolescente difícil de olvidar.

La herida de Leo había quedado bien, bueno, no tan bien como hubiera quedado si manos expertas lo hubieran suturado, pero lo importante era que servía. —No puedo, tengo el estómago muy débil, agradécele a Dios que no vomité en ti cuando te estaba curando.— Bromeé, pero luego fruncí el ceño cuando él llevó una de sus manos a la herida recién cosida. —No te toques, Leo, quédate quieto, joder.— Gruñí mientras ponía los ojos en blanco. Estaba preocupada por él, aún estaba muy débil y él se empecinaba en moverse y hacer esfuerzos estúpidamente innecesarios.

Desde la cocina, que al ser estilo americana me permitía tenerlo "en la mira", lo examiné con la vista. Se veía mucho mejor ahora, pero aún estaba pálido por la pérdida de sangre. Lo oí hablar para sí mismo, no entendí lo que dijo, pero escuché que se murmuraba. Llegué con el hielo y lo puse en la cubeta, con su pierna dentro. —Uhm... cuando donas sangre, siempre te dan una caja de jugo y una galleta...— Dije, encogiéndome de hombros. —Creo que necesitas comer, ¿Te gusta la lasaña? Tengo del almuerzo, pero puedo hacer otra cosa...— Le ofrecí, cada vez que alguien veía a la casa, yo no podía evitar mostrarme como buena anfitriona, era una costumbre que adquirí con el tiempo en la casa de mi abuela, en Italia.
A la mención de su padre, Leo miró hacia otro lado. Estaba claro que era un tema delicado y yo no lo tocaría. —Todo Brown conoce la fama que tienes, Leo. Los polis son un fastidio para cosas como éstas...— Yo jamás había sido partidaria de la ley, en mi adolescencia había estado metida en más de alguna cosa que habían servido para tensar la relación con la policía, así que jamás los llamaba.

Poco a poco, veía a Leo más desanimado y adormilado, seguramente el cansancio al fin lo estaba dominando, pero no lo dejaría dormir sin antes comer, porque le podría ir peor.
Las palabras que dijo, me sorprendieron y me dejaron un poco confusa. Me besó la mano, dejando un cosquilleo allí. Me turbó la sinceridad con la que hablaba, ¿por qué estaba diciendo todo aquello? El corazón se me aceleró levemente. —No me vas a perder, Leo. Yo tampoco soy perfecta y sí, puede que tengas un pasado oscuro, pero sé que no eres malo, puedes ser todo menos eso. No soy quién para juzgarte, también he cometido errores como todos. Pero... ¿Por qué me lo estás diciendo?— Las cosas habían dado un leve vuelco, pero yo sabía que Leo debía descansar, así que no le di demasiadas vueltas al asunto y sólo le hice esa pregunta.

Poco a poco notaba como Leo iba perdiendo ante la lucha contra el cansancio. Y no era para menos, cualquier persona que haya pasado por algo como lo de aquel día habría caído rendido a los cinco minutos. La herida no se veía tan mal como antes de la sutura, así que era momento de relajarse y dejarlo descansar. Mi mente aún estaba dando vueltas en las cosas que me había dicho antes, pero no quise presionarlo más. Él tomó ambos lados de su cabeza y tiró de su cabello. Me preocupé, seguramente le dolía la cabeza.

Lo guié hasta una habitación de huéspedes, que gracias a Dios se encontraba en la planta baja de la casa, así no tendría que sufrir subiendo las largas escaleras al segundo piso. Le señalé el baño y le dejé sobre la cama la ropa que antes había sacado de la habitación de James. —Demórate y usa todo lo que quieras, estás en tu casa.— Le dije elevando la voz para que me escuchara desde el baño, mientras yo salía de la habitación y me dirigía a la cocina a preparar algo. 
Él necesitaba algo liviano, pero que le diera energías, así que decliné ante la idea de calentar la lasagna e hice un poco de pasta. 
Cuando terminó de bañarse, yo ya tenía la mesa lista. Ambos estábamos cansados así que la conversación no fue demasiado productiva. Comimos y lo ayudé para llevarlo otra vez a la habitación para que durmiera, lo necesitaba mucho. —Hasta mañana, si algo anda mal, llama a la primera puerta del segundo piso, es la mía.— Le aseguré, mientras me iba y lo dejaba solo. 
Luego de eso me demoré alrededor de media hora en sacar toda la "evidencia" que había quedado en la casa. Limpiar el piso de la sala, sacar los almohadones del sofá, botar las cosas que usé para la improvisada operación y todas esas cosas, así que cuando al fin fui a descansar, apenas toqué la almohada caí rendida, totalmente exhausta. Al otro día me desperté poco después de las 11 de la mañana, y cuando fui a ver cómo estaba Leo, me encontré con que no estaba. Se había ido, solo y sin decir nada. Entonces comprendí que de verdad estaba metido en algo realmente serio, porque si no fuera de esa manera, él no hubiera huido de mi, no así.