Universidad Brown
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NEW YORK CITY
2013
Dicen que a los trece años es una época donde los niños dejan de ser niños y pasan a ser adolescentes. Se revelan contra el mundo, les salen espinillas, empiezan a interesarse en el amor, en el sexo, a las chicas les viene la menstruación etc. Vamos, una época en que estos pequeños humanos están en pleno crecimiento y comienzan a aprender las verdaderas lecciones de la vida. Dura exactamente cinco años, hasta los dieciocho años, cuando supuestamente pasar a ser adultos.

Ahora mismo si estas planteándote en inscribirte en esta prestigiosa universidad es por que has pasado esta etapa, pero bueno, ¡eso cosa del pasado! Olvídalo, pon eso en un rincón de tu memoria.

Ahora estás viviendo el año 2013 en la Universidad de Brown, situada cerca del corazón de Nueva York.

¿Estás aquí por elección propia, por el sueño de convertirte en alguien famoso en la vida? ¿Por qué tus padres tienen una cuenta bancaria muy grande? ¿O tal vez por obligación?

Sea la razón que sea el resultado es el mismo, estas en una de las mejores universidades de América, pero aquí no te daremos 'la comida masticada' lo cual si de verdad deseas llegar a ser alguien en la vida tendrás que currártelo, aquí no regalamos nada.

¡Casi lo olvido! Tal vez exijamos mucho, pero tampoco descartes la idea de tener un poco de diversión. Fiesta, alcohol, sexo, drogas.

En resumen, el libertinaje total.

Para Algunos, la diversión significa dormir en tantas camas como sea posible, para otros, las compras y manicura son las cosas más importantes en su vida y siempre habrá los -por su padres- tienen dinero y reputación.

Pero dejando todo eso atrás, en la oscuridad de Brown se esconden varias personas que pertenecen a una especie de secta, un grupo donde su intenciones no son exactamente buenas. Se hacen reconocer por 'la logia', una panda de personas donde jugarán con cualquier persona que les apetezca. Les gusta ver sufrir a los demás, viven a costa de ellos. ¿Que pasa? ¿A caso tienes miedo de ser su próximo elegido? Tranquilo, como en los cómics y películas de Stan Lee donde hay un villano, hay un super héroe, e aquí nuestros super héroes se hace llamar anti logia, un grupo donde quieren la paz en la universidad y acabar con toda esa crueldad.

Y dime, ¿quien eres tu? ¿Eres un becado? ¿Un estudiante normal? ¿O tal vez te guste la idea de pertenecer a la logia? Otra posibilidad es que quieras cumplir el sueño de todo niño, ser un super héroe y pasar a ser miembro de la anti logia pero...

Seas lo que seas, se bienvenido a Brown University.
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Mensaje por Kenton S. Carson Mar Ago 13, 2013 8:45 pm

Llegaba la hora de comer y ahí estaba el rubio, dudando entre entrar a la cafetería o no hacerlo. El hambre no entraba con él, al menos, el no conocía esa sensación. Hacía de mucho tiempo que olvidó lo que era que su estomago rugiese, ya solo comía si le apetecía, siguiendo un horario estricto. Ni siquiera sabía si le apetecía comer. Habían horas que directamente se olvidaba de comer, podía pasar un día sin comer desde el desayuno por el simple hecho de que no lo echaba en falta. Había superado aquel trastorno pero eso no quitaba que su estomago ya dejara de emitir sonidos molestos cuando estuviera vacío. Su cerebro no pensaba en seguir perdiendo peso, pero no pensaba en comida. De vez en cuando le llegaban cosas en plan de miedo a engordar. Ya se sabe, eso no se supera, es algo que hay que luchar día a día.

Acababa de tener un examen que lo había puesto de los nervios. Seguro lo aprobaba, ya se pasó la noche pasada estudiando para algo. Le dolía la cabeza y encima el autor que le entró era de los que hubiera deseado que no entrara. Se lo sabía, pero no a la perfección. ¿Sacaría al menos un notable bajo para así no tener el castigo de su madre? Ese fin de semana tenía que irse de compras, había que aprovechar por la posible retirada de tarjeta que estaba a punto de venir. Eso o recurrir al peloteo con el profesor, pero aquello le apetecía mucho menos. Ya vendría después con la nota.

Se acercó a la mesa y se sentó. En una mesa de al lado estaba su pequeña esclava con su grupo de amigas. Le trajo la comida y le sonrió. Ken no se quejó de nada, se notaba que estaba agotado mentalmente. Sacó su BB y empezó a teclear compulsivamente y de vez en cuando masticaba algo de comida. Esa ensalada típica y una botella de agua mineral. No se complicó mucho a la hora de pedir la comida. No pensó en el postre porque seguramente no tendría tantas ganas de comer. Ya se iría a un Starbuck luego a por un café antes de ir de compras. Aún no sabía si quería ir de compras, si podía siquiera, pero lo más seguro es que lo hiciera.

Luego había otra cosa que rondaba la cabeza del snob. Su última pelea con aquel chico, el final le dejó de forma muy extraña. Nunca jamás le había dolido tanto que lo comparasen con un muñeco de plástico, hasta tal punto de hacerle parecer que no tenía sentimientos. Fue horrible. Realmente su corazón se hizo trizas al escuchar aquello. Al llegar a su habitación lloró, se le pasó rápido pero lo pasó algo mal. Aunque eso le dio fuerzas para seguir con la misión, ver que en la otra persona el odio había crecido tan rápido le hizo pensar que tampoco había nada destacable. Realmente estaba entrando en una confusión tonta, ¿en qué momento pudo pensar que el otro chico podía gustar de chicos? El chico con cierto parecido al muñeco ya había empezado la guerra porque después de la tormenta llega la calma. Y lloró para comenzar con mucha más fuerza. La guerra no hacía más que empezar.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Mar Ago 13, 2013 11:54 pm

“No hay amor más sincero que el que sentimos hacia la comida”, maravillosa cita de un  escritor irlandés con una gran sabiduría. Pues, digamos que también era mi filosofía de vida. Me encantaba comer. Buenos desayunos, almuerzos y cenas, llenas de vegetales, carnes y lácteos. En ese sentido mi estómago era fácil de complacer. Podía comer cualquier cosa, siempre y cuando tenga uno de los tres elementos mencionados. Sobre todo, los vegetales, me encantaban. La lechuga, el tomate, el brócoli y los pepinillos eran mis favoritos, más si iban juntos con una hamburguesa de carne. Sí. Eso quería como almuerzo esa tarde. De solo pensarlo mi estómago rugió como un león furioso desde el fondo. Los compañeros que tenía sentados a mis lados me miraron de reojo, evitando soltar una risotada por el espectáculo que estaba dando en clase.

¡Salvado por la campana! ¡Hora de la comida! Salí casi volando del salón, pidiendo permiso a diestra y siniestra. Dejé en mi casillero mi mochila llena de libros para ir en busca de la felicidad, que básicamente constaba de comer, comer y comer.  Cuando llegué a la cafetería tomé una charola roja. Hamburguesa de carne, con lechuga y tomate, justo como lo había imaginado en plena clase. Claro, sin el brócoli, pues parecía que a muchas personas les gustaba y me habían dejado sin ración. No importaba. Puse un vaso de jugo de pera, un pequeño muffin de fresa y gelatina de naranja. Oh, también papas fritas y un potecito de kétchup. Moría de hambre.

Con la mirada busqué una mesa vacía, encontrándome con varias dispuestas a darme posada mientras terminara de comer. Sin embargo, la única que llamó mi atención estaba ocupada por un castaño entretenido en su móvil. Sonreí inconscientemente. Mierda, nuevamente esa sensación de “felicidad” al verlo. No comprendía el por qué, si la última vez que hablamos terminé queriéndole dar un golpe en el rostro y estropear sus delicadas facciones. La única razón por la que no lo hice fue por mi aversión a la violencia y por no dañar esa belleza suya. Pero desde esa última noche, algunas cosas habían cambiado. Solo un poco, al menos con respecto a mí, porque de él seguía pensando absolutamente lo mismo.

—Hola, Ken, ¿y Barbie? —saludé al castaño mientras ponía mi charola en su mesa. Mi tono fue cortés, como si en verdad me agradara su persona. Me acomodé en la silla frete a él y empecé a tomar las papas fritas, algunas con salsa, otras no. Estaba tranquilo, confiado, con un humor diferente a la última vez que nos vimos. Pero procuré no mirar mucho su rostro, eso lograba hacerme desvariar de mi objetivo: molestarlo.
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Mensaje por Kenton S. Carson Miér Ago 14, 2013 8:22 am

Los pensamiento de Ken estaban muy dispersos esa mañana. Desde que se sentó en la mesa para comer, sus ojos solo estaban pendientes del aparato electrónico que utilizaba para llamar y que recibía el nombre de Robbie. Y es que estaba totalmente distraído, leía mensajes sin contestarlos, los leía sin siquiera prestar atención, de vez en cuando pinchaba en el plato para llevarse algo a la boca. Sus pensamientos estaban desordenados, lo mismo pensaba en la nueva colección de alguna firma que en la última pelea que tuvo con su madre; y no es que le preocupara aquella pelea, debería estar olvidada pero es que pronto vendría otra. Después de un examen le entraba ese no se qué de terror. Muchas veces optaba por sudar de la nota para no tener que pasar por el calvario. Ya las vería su madre por internet.

Y ahí estaba el chico del guiño. Se sentó sin previo aviso, sin una confirmación por parte del castaño. ¿Pensaría que la cafetería era suya? ¿Acaso pensaba que de verdad podían ser amigos? Además con una estúpida broma que tenía repetida hasta la saciedad. No era buena idea haber dicho eso. La guerra estaba firmada y no había motivo para pararla. Aquello solo hizo que las ganas de guerrear se incentivasen mucho más. Tenía que acabar con él como si fuera a aplastar a una cucaracha. Oh, espera... ¿Ha matado alguna vez a alguna? Seguramente no. Él es más del tipo que huye corriendo esperando que alguien las aplaste. Aunque prefiere que las echen, ¿por qué han de matar al pobre animal? Si, los animales son los únicos que consiguen su pena sean feos o guapos. Vale no, tampoco nos pasemos. El corazón de Ken era muy noble, solo que no lo parecía.

Ah pues no sé... ¿acaso quieres ser su Action Man? Porque creo que mejor debes ir detrás de una Polly Pocket de mercadillo, te pega más. - Responde con cierto desprecio pero sin levantar la voz. No tenía ganas de levantarla, sin más. Quizás eran las fuerzas lo que le faltaban. - Por cierto... ¿Por qué te sientas aquí? ¿No te quedó claro la otra noche? No, en serio... no quiero compartir tu aire. - Responde con cierto odio en su voz. Ya no era fingido. Lo de muñeco de plástico le llegó al alma. Ahora si que lo odiaba, porque el no era una persona de medios, o odiaba o te quería. Bueno, también estaba los indiferentes, pero de ellos recordaba su nombre rara vez. Ah, y los de interés. Vale, habían algunos huecos más entre medias.

Obviamente seguía sintiendo esa curiosidad por él, ese no se qué cuando le veía. Ese sin saber si era atracción o repelencia. Más que nada porque todo empezó como eso, pero gracias a su mejor amiga acabó como lo segundo. Bueno, ese sentimiento lo generó él por su amiga, no vino solo de la nada. Aunque estaba bien como estaba. Se sentía bien consigo mismo.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Miér Ago 14, 2013 10:11 am

Habían pasado un par de semanas desde la última vez que hablamos. Luego de esa noche, cuando nos veíamos por los pasillos, hacíamos como si no nos conociéramos. Pasábamos el uno del otro. Era lo mejor, o al menos así lo creía. Los primeros días estuve tan dolido que si lo escuchaba mencionarme o algo parecido, iba a reaccionar de una forma que jamás me lo perdonaría, pues, no era el tipo de personas agresivas o vengativas. Claro, eso si no tocaban a mi familia. Ese era otro asunto muy diferente. Ahí me desconocía. Volviendo al tema. ¿Por qué me sentaba en su mesa y le hablaba? Hace dos días exactamente me encontré con una hermosa mujer en el jardín de la universidad. Ella buscaba a su hijo, mientras yo terminaba de hacer unas anotaciones de mi última clase. Esa mujer me resultó muy agradable, al punto que nos quedamos conversando varios minutos. Grande fue mi sorpresa cuando me dijo el nombre de su retoño y sus descripciones para reconocerlo y ayudarle a encontrar su paradero.

La tarde de ayer nos habíamos vuelto a ver, pero esta vez en su casa. Sí, la también casa del castaño que tenía en frente. Me pidió que lleve unos trajes a una de sus oficinas en el centro de la ciudad. Extrañamente parecía que el agrado era mutuo, porque luego de haber hecho lo encargado, me pidió que volviera hoy, para ayudarla con otros asuntos parecidos más. No comprendía cómo una mujer así, tan humilde, había traído al mundo a un chico como Ken. Pero bueno, cosas así pasaban todo el tiempo. Los hijos casi nunca heredaban los valores de los padres. En fin. Uno de sus pedidos especiales fue que intentara acercarme al castaño, porque a veces lo veía muy solitario a pesar de estar rodeado de mucha gente y que necesitaba un chico como yo en su vida. Eso me pareció sumamente raro, aunque en el fondo sabía a qué se refería. Era lo mismo que yo había pensado esa noche del sábado al conocerlo en la excursión, pero desde mi perspectiva. Sí, yo quería un chico así, como el de esa noche.

Su comentario me hizo sonreír divertido, como si me hubiera hecho el mejor de los chistes. Asentí con la cabeza. —Paso de las muñecas —dije inconsciente, mientras llevaba otra papa frita a mi boca. Hablaba claramente de las mujeres en general. Si bien no había estado con ninguna, las veía muy hermosas, pero no causaban lo que los hombres en mí. —Si te incomoda mi presencia, puedes irte, Carson, yo almorzaré aquí, y tú deberías hacer lo mismo, no creo que con esa ensalada sobrevivas todo el día —dije amable, tomando mi hamburguesa y mordiéndola. No entendía cómo las mujeres que buscaban estar delgadas comían tampoco, pero era aún más increíble que un hombre comiera tan poco como él. Eso, su ensalada, para mí, recién era el inicio de mi comida. Luego de eso podría venir un filete con papas, arroz y de postre algún pastel. Luego, para bajar calorías, me encerraba en el gimnasio. Así no me privaba de mi placer culposo que era el comer. En ese momento me sentía despreocupado, relajado, confiado. Y, muy en el fondo, contento de estar ahí.
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Mensaje por Kenton S. Carson Miér Ago 14, 2013 8:19 pm

Qué Ken comía poco no era nada nuevo. Su madre siempre estaba preocupado por el, y es que no quería que volviera a recaer en aquella "casi" enfermedad. Se debe decir casi porque se trató a tiempo sin llegar a un caso extremo. No hubo daños severos en el cuerpo del rubio. Tan solo comenzó. Aún así que se preocupara era lo más normal del mundo. Vivía en un mundo lleno de personas superficiales, empezando por el snob, que se juzgaba de manera impresionante. Incluso los "amigos" que conocía la madre eran de ese tipo. Tan solo dos chicas eran de confianza, y eran sus mejores amigas. Por más que quisiera, sus amigas no le iban a estar controlando siempre, y quizás Ken no era el tipo de persona que luchaba día a día por aquello que le podía haber dañado la vida. Esa reputación que no quería manchar.

Ah claro, no quieres muñecas. A ti te van más las camioneras de cuarta, se te veía venir. - Comentó. Ataque lanzado. Porque si, pulla tras pulla. Ataque tras otro. El rubio no tenía fin, siempre estaría así y no descansaría hasta verlo comer de su mano. O al menos lejos de su vida, solo teniendo que verse a través de miradas... ¿o prefería pelear solo por estar a su lado? Posiblemente, pero eso era algo que nunca confesaría ni a su mejor amiga, más que nada porque ni el mismo sabía de ello. En su cabeza escuchaba odio hacía su persona, en su corazón, al cual no escuchaba, había una atracción tan fuerte que le asustaba.

Odió ese último comentario. Lo que más le molestaba era que le cuestionaran la comida que comía... era como si todo el mundo hubiera sabido de aquel secreto y lo viera como aquel chico de nuevo. Aquel que necesita ayuda. Y aunque el no lo quisiera ver, quizás seguía siendo así. - Yo creo que si, y si, quizás deba irme. - Responde mientras se levanta. Se acerca y le vacía el plato en el hombro. - Viendo esto podré sobrevivir, estoy seguro. - Responde entre risas. Entonces es cuando le pasa la mano por la cabeza de éste, acariciando el pelo como si fuera un perro. Como si estuviera diciendo que era un buen chico. Se aleja resplandeciente hasta la salida. Oh si, salida espectacular. Lo que el moreno nunca sabrá es que en realidad se moría de miedo por la posible consecuencia.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Miér Ago 14, 2013 9:07 pm

El favor que me pidió la mamá del castaño fue subliminal, no una orden directa. Sus palabras fueron: “Si te encuentras con Ken, acércate. Tiene un carácter especial, pero es buen chico, ustedes se llevarían bien”. Algo parecido, tampoco exacto. Tenía buena memoria, tampoco una fotográfica. Obviamente la señora desconocía lo que había pasado entre su hijo y yo, y no pensaba quejarme como niño pequeño de lo acontecido hace unas cuantas semanas. ¿Para qué? Si ella, siendo su madre durante todos sus años de vida, no había podido hacer nada, por mi queja, las cosas no iban a cambiar de milagro. Además, era preocuparla y hacerla sentirse mal por la clase de retoño que tenía. Y, para ser sinceros, muy en el fondo, necesitaba una razón para estar cerca del castaño sin ser considerado un arrastrado, acosador o tipo que se quiere vengar por el desplante de la última vez. Porque sí, aunque me cayera como una patada en la entrepierna sin previo aviso, me gustaba. ¿Para qué negar lo evidente?

Tragué lo que tenía en la boca y le di otra mordida a mi hamburguesa. Estaba demasiado buena. Me pediría otra más, sin dudas. Luego de terminar mi muffin y mi gelatina, claro, tampoco iba a pecar de gula. Todo iba bien, hasta que noté cómo el castaño se ponía de pie. Me rendí, pues no lo iba a detener, era libre de hacer y deshacer con su presencia. —Adiós y que te vaya bi… —giré mi rostro hacia la derecha, sintiendo cómo unos cuantos vegetales caían por mi hombro. Y luego, luego ese comentario suyo. Pero eso no era todo, aun faltaba. Me quedé tan sorprendido que ni siquiera me moví cuando su mano despeinó mis cabellos como si fuera un cachorro bien portado. Pronto caminó a la salida. ¡El cobarde se fue! ¿Por qué era tan infantil? “Sí, claro, lo dice quien le preguntó a Ken  dónde estaba Barbie”, me reclamó mi consciencia, haciéndome gruñir. Limpié mis labios con la servilleta y me puse de pie también, siguiéndolo por toda la cafetería. Dejé mi comida, se me había quitado el hambre que tenía.

—Tú vienes conmigo —casi grité, tomándolo del brazo. Lo arrastré de forma poco amable por el pasillo de la universidad, sin mirarlo a la cara porque estaba furioso. A pesar de que habían sido solo vegetales, las gotas de la salsa agria que se les ponía estaban marcada en mi camisa. Llegamos a la habitación del conserje, de dos metros cuadrados por dos metros cuadrados y abrí la puerta. De un tirón lo metí ahí y después entré yo. Cerré la puerta, dejando mi mano en el picaporte. Con la otra mano prendí la luz. La habitación era sumamente reducida, casi asfixiaba. Podía percibir olor a pino, estábamos rodeados de escobas, trapos, y demás materiales de limpieza. Y, también, demasiado cerca el uno del otro, frente a frente. Era la primera vez que me daba cuenta de que era solo unos cuantos centímetros más alto. Mierda, se veía muy apuesto de cerca. —¿Qué demonios tienes contra mí? —le pregunté en tono indignado. Mi ceño estaba fruncido, mi rostro se veía contrariado. El enojo me salía por los ojos.   —No saldrás de aquí hasta que me pidas una disculpa —sentencié firmemente. Ahí nos quedaríamos los dos toda la tarde si no era capaz de admitir que había hecho algo tonto y que debía disculparse por aquello.
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Mensaje por Kenton S. Carson Miér Ago 14, 2013 10:00 pm

La forma que tuvo para irse quizás no fue la más correcta... bueno, de hecho fue de lo más divertido que había hecho en años. ¿Cuánto hacía que no humillaba de esa forma a una persona? Tan solo faltaba que todas las personas de la cafetería hubieran estado mirando. Una lástima, otra vez sería. Aquello que hizo le llenó de adrenalina, le encantó. Sintió que tenía que hacerlo. Quizás se había pasado, lo había hecho... otra cosa es que se arrepintiese. Es más, seguro llamaba a su mejor amiga para contarle y reírse. Ya se imaginaba a su amiga suplicar haber estado allí.

Y es que encima no llegó a almorzar totalmente. Tan solo dio dos bocados, no tenía hambre. Ya comería en la merienda. Seguro que algo dulce si que le entraba. Además que aquel momento fue genial. Tan solo había que ver como ni pudo terminar esa frase. Lo peor es que por muy bien que se sintiera, todo tenía sus contras. Y era el miedo que sentía a lo que pudiera pasar. En el internado todo se solucionaba con reportes y llamadas a los padres, después de todo lo que hacía no dejaba de ser dentro de lo normal y corriente. Con testigos que solían ir a su favor. ¿Pero en la universidad? Quizás lo echasen, quizás se ganara enemigos más violentos. El nunca podría pelear por algo, al menos no de forma física. Una vez estuvo a punto y se sintió horriblemente mal. Fueron empujones y un guantazo. El guantazo lo dio él, ni siquiera se podía recordar el por qué pero el caso es que no fue devuelto. Seguro que merecía ser devuelto, pero ya se sabe quien es el que manda.

Eso si, el susto que se metió al ver como el chico le cogía del brazo para arrastrarlo le puso de los nervios, ¿le pegaría? ¿Lo llevaría al despacho del director? Aquella orden lo dejó roto. Se estaba poniendo en lo peor. Su maravillosa cara iba a ser cubierta por moratones de un bestia. Oh dios, seguro no saldría de su casa en semanas, hasta que se le quitasen las marcas de la cara. Quizás cambiaría de Estado solo para poder ser olvidado entre la gente y que no lo recordasen como el chico al que pegaron. Obviamente primero destruiría la vida del bestia. Ante todo destruir una vida miserable como la de éste. El que la hace la paga o mejor dicho, el que se mete con quien no debe, paga consecuencias.

El miedo corría por las venas del snob. La mano contraria al brazo que cogió con fuerza el bestia, estaba cogiendo al brazo para acariciarlo porque sentía algo de dolor por el segundo tirón. Sus ojos seguían la mirada del chico. Había tensión. Realmente no podía apartar su mirada. - ¿No me dejarás salir si no te pido disculpas? ¿Me pegarás para obligarme? - Pregunta con chulería. Y es que si, la prepotencia iba a ir siempre de la mano del rubio. Era así. Siempre. Incluso con su madre, su padrastro o sus amigos. Con unos de forma más cariñosa que otra, pero ahí iba. - Porque no es que no tenga nada en contra tuya, es que no te aguanto. ¿No entiendes o te tengo que dar explicaciones con palitos? - Pregunta con media sonrisa mientras señala con su dedo para mantenerse firme e indicar orden. Ni que fuera más alto que él le hacía quedar callado. Que tuviera miedo no le hacía callar porque no era el mismo miedo que pudiera sentir ante un montón de moteros, de vagabundos en los callejones largos de NY o, incluso, de los payasos. Porque estos últimos le ponían más bien de los nervios.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Miér Ago 14, 2013 11:49 pm

Si había una cosa en el mundo que detestara más que la arrogancia, era la violencia. Desde pequeño, al llegar a Estados Unidos, estuve familiarizado con los abusos entre los niños, por cuestiones que uno a esa edad no entiende. Pero lo superé sin necesidad de usar la fuerza, solo utilizando mi razón. Los compañeros que tenía en primaria me molestaban constantemente, haciéndome notar que mi acento y mi forma de “masticar” el inglés era inapropiado. Lógico, tenía ocho años y en mi casa se hablaba por completo en alemán. ¿Cómo no continuar con el acento de mi país natal? Para mí era normal, pero para ellos era lo contrario. Fueron cuestión de semanas para que, empeñado en cerrarles la boca, empezara a estudiar inglés y lo aprendiera como si hubiera nacido en América, en Estados Unidos. Parecía incluso mi primera lengua. Así que, de todas las formas, la violencia estaba descartada, y más si se refería a Ken.

No. A Ken jamás podría golpearlo. Su rostro era demasiado perfecto como para dañarlo. Su cuerpo por completo, en realidad, era demasiado dibujado. Demonios, me gustaba mucho. Tenerlo cerca lograba hacer que mi corazón se acelerara y que mis mejillas se tiñeran de un leve color rosáceo. Felizmente daba a relucir mis dotes de actor para verme natural y no tan nervioso como en verdad lo estaba. Es que nuestra cercanía hacía que lo viera con mucha más dedicación, notando que mis pensamientos eran ciertos: era un muñeco viviente. Y aunque su carácter era de un niño berrinchudo, caprichoso e hijo de papi, me moría por acercarme más. “Quiero besarlo”, pensé e interiormente algo en mí se encendió. Sí. Quería besarlo, necesitaba besarlo. Una simple inclinación de mi rostro contra el suyo y nuestros labios se juntarían. ¡Y me lo estaba imaginando mientras lo escuchaba hablarme de esa forma! Era un caos completo. Mientras él me decía “imbécil”, yo pensaba: “acércate”. Era patético, y aun así, disfrutaba de sentir su aliento rozando vagamente mi piel. Pero era momento de volver a la tierra. Él había terminado de hablar.

—No te golpearé, pero tampoco te dejaré salir —aclaré mi objetivo en tono solemne. Nos quedaríamos los dos dentro de esa pequeña habitación hasta que estuchara de entre sus labios un “lo siento”. Estaba decidido. Si teníamos que quedarnos horas, lo haríamos, porque mi mano no saldría del picaporte. —Yo tampoco te aguanto, así que cállate y solo habla si vas a pedirme una disculpa —sentencié sin más, seguro de mis palabras y sin bajar la mirada. Su prepotencia era un insultaba a mi paciencia. Si continuaba comportándose de esa forma, mis reacciones futuras resultaban inciertas. A ese extremo me había llegado. Era arrogante, insoportable. Atractivo, adorable. Todo junto en una sola persona. Pero estos dos últimos adjetivos se los había ganado la noche de excursión –donde se había comportado como una verdadera persona– y los comentarios de su madre alagándolo.

—Nunca había conocido a un niño tan berrinchudo como tú —escupí molesto, mirando sus labios. Por Dios, las ganas de acercarme se hacían cada vez más grandes. Si no se callaba, la única forma que cerrarle la boca sería esa que tenía en mente. Y quizás me ganaría un golpe por su parte, porque no tenía pinta de quedarse tranquilo, pero iba a valer la pena. "Quien no arriesga, no gana", solían decir. Y me tomaría a pecho esa frase.
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Mensaje por Kenton S. Carson Jue Ago 15, 2013 7:24 pm

Por más miedo que tuviera a aquel chico o a las consecuencias que pudiera tener aquello, le tenía mucha más repugnancia al estar encerrado en un lugar tan pequeño, tan sucio, tan maloliente, tan todo. Y encima con aquella compañía que le encantaba pero no quería permitirse. Aunque el pensara que se moría del asco por estar allí con él, estaba encantado, el problema es que no sabía ver las cosas. Sus ojos veían a un chico al que temer, al que odiar y demás. Pero su mirada se le iba, y se fijaba en aquellos labios sin saber por qué, sin saber nada de nada. Más que nada porque nunca había besado, no sabía nada de aquel sentimiento, todo era nuevo para él. Incluida su forma de mirar disimuladamente a los ojos marrones del moreno, o aquella nariz que parecía estar perfilada. Y para los que les parezca raro si, lo primero que se fija en una persona es en su nariz. No se puede confirmar que estaría con una persona de nariz fea porque hasta la fecha no ha estado con nadie. Y no tenía intención de romper aquello.

Casi prefiero tus golpes a tener que compartir tu mismo aire. No sé cual es peor tortura. - Responde con cierto aire de prepotencia. Mirando directamente a sus ojos. Obviamente no prefería sus golpes pero si su orgullo. Y jamás, digo jamás, le pediría perdón. Quizás era pasarse pero es que el orgullo del snob era casi inquebrantable. De hecho, ya le tiene que importar la otra persona, lo que pueda conseguir o perder para pedirlo. ¿Por qué iba a pedirle perdón a un chico del cual intenta escapar? -Pues vas a tener que aguantarme, de hecho podría gritar ahora mismo para que la gente se alarmase y viniera en mi rescate. - Responde a modo de amenaza. Y no es una amenaza en seco, podría hacerlo sin ningún reparo. Ken no es el tipo de persona que se para a pensar en la vergüenza que pueda pasar, que también, sino más bien en lo que pueda conseguir con ello. Medirá que es lo que le importa más o que le conviene más. Y está claro que gritar solo perjudicaría al moreno.

Idea brillante. Ya sabía como salir de allí. Lo miró directamente a los ojos sin pestañear una pizca. Se mordió el labio ligeramente porque estaba pensando. Y si, cuando pensaba en algo que le gustaba se mordía el labio, el no era el tipo de persona que coqueta con alguien porque quiere estar con ese alguien. No, para nada. El es más del tipo de rehuye de alguien por más que le interese amorosamente hablando, aunque solo hablemos de un ejemplo, el se comportaría así. - Así que... tu lo has querido nene de cuarta. - Comentó para dar inicio a aquel plan. Intentó hacer separación, algo más de los pocos centímetros que los separaban y se puso en posición. Iba a iniciar el mayor grito que había realizado en su vida. Cerró los ojos y abrió la boca. Y ahí comenzaba un grito derivado de la voz  más irritante que te puedes echar a la espalda. Porque el rubio podría tener la voz más irritante que se pudiera escuchar. Al menos cuando la sacaba a relucir, porque esa era artificial, como de "bebé".
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Jue Ago 15, 2013 7:54 pm

Era estresante tener que lidiar con una persona tan caprichosa como el castaño. Desde pequeño me había enseñado lo que significaba el “respeto” a los demás, y me extrañaba que él tuviera ese comportamiento, teniendo a un ángel como madre. Bueno, tampoco conocía a su papá, quizás de él sí sacó el carácter tan irritante. No iba a golpearlo, pero tampoco permitiría que siga siendo un maldito prepotente cuando se dirigía a mí. Queriendo o no, iba a pasar tiempo conmigo. “Claro, eso te hace muy feliz”, escuché una voz en mi cabeza. Sí, me parecía una buena idea, aunque soportar su forma de ser se me hacía a mí también una tortura.  Como había dicho. No saldría de ahí hasta que me pidiera disculpas por lo que me hizo. Era mejor que darle un golpe. Nunca me había peleado con nadie, sin embargo, sabía de mi fuerza porque constantemente me ejercitaba y alguna vez había practicado boxeo. Con buenos resultados, pero fue por cuestión de un par de días. Más que nada para desahogar la ira que tenía luego de la muerte de mi padre. Después, nada que ver con la violencia. Y no pensaba usarla con el castaño, como me había prometido  desde que me cayeron sus vegetales por el hombro.

—Ya te dije que hables solo si me vas a pedir disculpas —le aclaré con tono severo, mirándolo de forma dura y seria. Ken podía gritar todo lo que fuera, nadie lo escucharía. Estábamos en un ambiente demasiado cerrado, demasiado pequeño. ¡Ni siquiera podía haber eco! Si gritaba, en los pasillos, nadie lo oiría. Todo el mundo estaba tan inmerso en sus propias vidas y propios problemas, que iban a pasar por alto cualquier sonido ajeno a sus intereses. Eso pasaba en una sociedad tan egoísta como en la que nos encontrábamos. Los americanos eran así a mi parecer.

No le dije nada más. Me quedé mirándolo, embobado por lo que empezaba a hacer. Se estaba mordiendo el labio inferior. No sabía a qué iba ese gesto, pero lo estaba haciendo y era demasiado provocador a mis ojos. Desvié la mirada, aclarándome la garganta de forma sutil. Necesitaba sacar pensamientos impropios de mi cabeza o las cosas terminarían peor. Mi ceño se frunció al escuchar lo último que dijo, y las consecuencias de sus palabras. Ken gritó. Gritó muy fuerte y mis oídos casi sangraron. —¡Eres insoportable! —grité frustrado, aunque no me iba a escuchar. Su voz retumbaba en la pequeña habitación.

Sin pensarlo mis dos manos fueron a su nuca y tiré de su rostro hacia mí. Fue de forma rígida, pero sin llegar a hacerle daño. Al instante mis labios se posaron en los suyos, callándolo de forma inmediata, besándolo de forma delicada. Mi nariz tocó la suya y mi corazón empezó a latir con más fuerza, como si se fuera a salir de mi pecho. Sus labios eran muy suaves, muy cálidos, muy…. ¡Tal y como me imaginé que sería! Me encantaba, en serio me encantaba. Como acto involuntario, mis ojos se cerraron, ignorando completamente la expresión que tenía en su rostro el castaño. Es que, en ese momento, solo me encargué de silenciarlo y aprovecharme de cierta manera de la situación.
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Mensaje por Kenton S. Carson Jue Ago 15, 2013 8:55 pm

Ya nada podía hacer callar al rubio, al chico que se encerraba en su bola de cristal para que nadie lo tocase. Ese chico que rara vez dejaba paso al contacto físico. Ni por miedo ni por asco, simplemente por inseguridad. No le gustaba que lo tocasen, le hacían sentir raro. Solo cierta gente lo podía abrazar, de hecho cuando iba a sitios en los que tenía que saludar estrechando la mano, lo pasaba horrible. Aparte de que no gustaba de esos sitios, era como extraño tener que saludar a los conocidos de su madre y quizás, próximos suyos. Ya se sabía que entre familias ricas las amistades eran más comunes que fueran del tipo por conveniencia. Y seguramente acabaría siendo amigo de algunos hijos de esos solo por un posible mandato en la empresa de su madre, y es que hasta el momento el era el próximo heredero de la firma Carson.

Pero si que consiguió callarlo. Le cerró la boca con la suya. El moreno rompió el límite de cercanía impuesto por el snob. Lo estaba besando. ¡OH DIOS! El primer beso de Ken estaba siendo robado, de tal forma, que quizás fuera hasta devastador. La imaginación del rubio era muy bonita cuando no tenía que compartirla con alguien al que tenía que hacer sentir inferior o tuviera que demostrarle que seguía siendo superior. Y su primer beso lo imaginaba como aquello que siempre se recordaría de forma preciosa. Póngase como ejemplo un beso después de una cena romántica, a la puerta de la casa del enamorado. Y hay que hablar que el beso que él se imagina es un beso tierno y seguido en los labios pero sin lengua. Más que nada porque el no sabía que era eso. Lo había escuchado pero siempre habrá pensado otro tipo de cosas. ¡Hasta dónde llegaba su inocencia!
La expresión facial del chico de los ojos celestes era un monumento. Sus ojos plasmaban el más puro asombro, la sorpresa. El shock. No sabía ciertamente que hacer hasta que optó por cerrar los ojos. Mover sus manos locamente hasta dejarlas quietas en el aire a la altura de los hombros con el fin de dejarlas quietas. Al final volvieron a moverse hasta ser casi posadas en el pecho del moreno, era como que iba a intentar separarlo pero no lo hizo. Se quedaron cerca. Empezó a disfrutar. Empezaba a sentir ese primer beso. A notar unos labios, dejándose llevar por el moreno, por lo que hiciera él. Probando esos labios blandos como el algodón. Estaba claro que aquel día iba a quedar marcado de por vida. ¿Esa era la consecuencia por haber vertido su ensalada en el hombro del chico? Ya sabía lo que no tenía que hacer más. Miedo le daba que todos los chicos se pusieran a besarlo por eso.

No quería volver a la realidad, era un hecho. No quería seguir pensando que tenía que odiarlo por amistad. Quería seguir pensando en cosas bonitas, en seguir siendo el chico dulce que podía llegar a ser. En ser diferente. En no tener que mostrarse de forma diferente a la gente que se iba apareciendo. Si bien no fingía ser una persona diferente a la que era, si que lo era dependiendo de dónde se encontraba. No era artificial en ese ámbito pero ya se dice: hay personas que sacan lo mejor de ti, y otras que también sacan lo peor. Así de simple.

Un corazón latiendo a mil, unas manos sin llegar a ser colocadas, una nariz tocando la de la otra persona. Una nariz que por alguna razón deseaba besar de forma cariñosa. Como si fuera un bebé. Sus manos le gustarías acabar por posarse en la cara del chico y no tener que fingir que las del compañero no estaban tocando su misma nuca. Una mezcla de sentimientos sin definición completa estaba siendo triturada en el interior del chico, y unos deseos hacía miles de cosas que no haría. Cómo la de abrazarlo y olvidar a todo el mundo. Después de todo aquel guiño que le lanzó aquella noche si que significaba algo.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Vie Ago 16, 2013 12:55 am

Cuando un sentimiento inexplicable controlar tu cuerpo, no puedes hacer nada más que dejarte llevar. Me pasaba desde que tenía uso de razón, el hecho de demostrar mucho mi estado de ánimo mediante acciones espontáneas. Quizás por eso mis padres me dejaron llevar talleres de teatro, para aprender a contener mi euforia cuando me embargaba la emoción. En esta ocasión debí controlarme, porque mis sentimientos no solo me afectaban a mí, sino a otra persona. Y era un fiel creyente en esa frase de: “tus derechos terminan donde empiezan los derechos de los demás”. En este caso, los de Ken, que tenía derecho a no ser abusado por mis impulsos. Me daba cuenta que no solo carecía de filtro entre mi cerebro y mi boca. También me faltaba un freno entre mis pensamientos y ganas de hacer algo, contra mi cuerpo.

Desde un primer momento me percaté de la rigidez de sus labios. No se movían como lo hacían los míos, pero tampoco me apartaba de su cuerpo. Si era sincero, esperaba ese momento en el que me diera un empujón y saliera de la pequeña habitación. Lo merecía por atrevido, por ser un gran idiota que no sabía respetar las decisiones de los demás, o sus espacios personales. Por eso, cuando sentí sus manos en mi pecho, mi corazón se detuvo. “Te va a empujar”, escuché a mi consciencia. Sin embargo, solo reposaron sobre la tela de mi camisa de forma tranquila, casi sin tocármela,  mientras mi boca seguía pegada a la suya. De nuevo mi corazón se desbocó, se volvió loco.Se quería salir de mi pecho. Esta vez el castaño me estaba correspondiendo. Era demasiado temeroso, inocente, tierno. Perfecto. Sí. Esa era la palabra para describir el cómo se movían sus labios contra los míos. Parecía como si me estuviera dejando llevar el ritmo del beso, me daba el control de cierta forma y yo me sentía en el cielo.

Mis dedos se alargaron un poco en su nuca, logrando acariciar sus cabellos de forma sutil. Atrapé mi primero su labio superior, luego el inferior. Eran suaves, húmedos, tibios. Era una sensación tan única que la guardaría en mi banco especial de recuerdos. Estaba siendo tierno, cuidadoso, como él se lo merecía. Porque extrañamente, eso producía en mí: ternura. Solo quería mostrarme cariñoso, como una persona inocente como él necesitaba. Es que a pesar de los desplantes que me había hecho la última vez que nos vinos, nuestras conversaciones en la excursión me hicieron ver que era alguien tierno y muy buena persona. Que se hubiera convertido en un villano de comic bien vestido después, era otra cosa.

Villano… sus palabras, sus gestos, sus ofensas. Todo volvía a mi cabeza de pronto. Dios. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Por qué disfrutaba de besar a un chico tan engreído? Mi nariz y la suya se acariciaron de forma que cualquiera que nos viera, pensaría que éramos un par de enamorados cariñosos, demostrándose el amor que se sentían el uno al otro con ese simple gesto. Solté su labio inferior –que se encontraba entre los míos– con suma delicadeza, cortando el beso por completo, pero de forma pausada y tranquila, tomándome mi tiempo. Quizás sería la primera y última vez, debía intentar guardarme bien la sensación en mi memoria. Mis manos se dejaron caer desde su nuca hasta sus hombros, habiendo pasado suavemente por su cuello. Quedaron mejor a los lados de mi cuerpo, donde debieron estar todo el tiempo. Abrí los ojos, respirando un poco entrecortado, intentando mantener la compostura. Pero la verdad era que lo que había sucedido, me parecía un sueño, uno que me dejaba sin aliento. Vi la tenue luz de la habitación llena de artículos de limpieza de nuevo y junto a ella, el rostro del castaño. No duré mucho mirándolo.

—Lo… yo… —balbuceé rascándome la nuca, mirando al suelo. Era la segunda vez que me mostraba tan patético y nervioso delante del castaño. —... lo lamento —me disculpé. Las cosas debieron ser al revés. Él debió disculparse por lo que me hizo, pero no. Lo besé y ahora le pedía disculpas por algo de lo que no me arrepentía, porque había sido una sensación increíble la que recorrió mi cuerpo, mente y corazón.
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Mensaje por Kenton S. Carson Vie Ago 16, 2013 8:02 pm

No había mucho que decir. La mente de Ken estaba en las nubes, de visita o sin puerta de entrada para ellas. Ahora mismo no podía pensar en qué estaba dando su primer beso, aquel beso que marcaría un antes y un después en su vida. Qué sería tan importante como su graduación, el baile de graduación o su fiesta para los dieciocho/dieciséis años. Esas dos últimas fueran impresionantes, con bailes de motivos, temáticas. Todos disfrutaron mucho de esas fiestas pero aún así... el esperaba un vals con la persona a la que amaba, que aún no había aparecido. Y ya no se trataba de que el no quisiera a nadie, es que tampoco se iba a conformar con el primero, segundo o décimo octavo que pasara por su puerta. Se trataba de la historia de amor más preciosa jamás contada. El quería que fuera especial, no que fuera algo de quita y pon. Era un romántico. Un nene de cuento.

De vez en cuando le venían hilos sobre a quien estaba besando. Sus deseos sobre que estaba haciendo o los reproches que su mente le estaba dando, explicándose... dos pequeños seres cual serie de televisión. Uno hablaba sobre lo que debía hacer y otro sobre lo que no. El bien y el mal. En un lado se encontraba un Ken vestido de rosa que le decía que siguiera con ello, que se dejara llevar, que su amiga lo entendería. O que ni siquiera se enteraría. El otro Ken estaba vestido de azul celeste y le recordaba la promesa que se había repetido o el tipo de chico al que estaba besando. Le recordaba todo aquello que una persona jamás pensaría en su sano juicio. ¿¡TU HAS VISTO COMO VISTE?! ¿¡EN SERIO, LO HAS VISTO!? Cómo pregunta más suave.

Y llegó el final. Los ojos celestes empezaron a tomar color, a ver la luz de aquella habitación. A volver al mundo real. Escuchó su disculpa. Tardó en reaccionar, le costó. - ¿Cómo que lo lamentas? No entiendo... ¿Por qué hiciste eso? - Pregunta inocentemente. Aunque aquel Ken de azul prefería unas palabras mucho más violentas tipo: ¿Es que no entiendes la gravedad del asunto? Es un asco tocarte. Algo  más duro. El snob aún no llegaba a comprender aquello, y es que no le entraba en la cabeza el motivo de aquel beso, nadie besa a nadie porque si. O si, no sabía muy bien que había pasado. No quería entenderlo, su inconsciente le hacía pensar y pensar en un mar sin tierra firme. Estaba perdido en un desierto sin futuro oasis.

La confusión del chico se podía equivaler a cuando se desveló el secreto de la Gossip Girl en la serie. Cuando sus personajes favoritos acababan por caer en el amor con personas que no pegaban. También a cuando su tarjeta no funcionaba, sus notas eran malas o demasiado buenas. Cuando sus amigas le decían que alguien le tiraba los trastos o cuando el supervisor del internado acabó por confesarle su amor. Todo muy confuso. ¿Qué hacía él? Pues explotaba. Ni su más pura sesión de relajación funcionaba. Y trataba con todo. Masajes, compras, peluquería y visitar tiendas que criticar. Solo el helado de chocolate y su mejor amiga le ayudaban a pasar aquellas confusiones. Ella le solucionaba la mayoría de cosas. Era su segundo cerebro, o el cerebro que le faltaba. Un cerebro con una neurona en funcionamiento necesita de mucha ayuda.
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Mensaje por M. Torsten Dietrich Sáb Ago 17, 2013 12:13 am

¿Amor a primera vista? ¡Jamás! Ese flechazo que sentimos al conocer a alguien irresistiblemente atractivo para nuestro gusto es solo una atracción física que entra por nuestros ojos. En otras palabras: lo que me había pasado con el castaño la primera vez que lo vi. Quedé impresionado por su belleza tan natural y bien cuidada. Desde su rostro y cuerpo, hasta su forma de vestir y la forma de llevar su cabello. Negarlo sería absurdo, patético, nunca negaba mis sentimientos o pensamientos, salvo que fuera una situación que en realidad lo requería. De hecho, era bastante abierto a compartirlos con cualquier persona que se ganara mi confianza. Si estaba feliz, reía. Si estaba triste, lloraba. Me mostraba tal y como era, sin caretas, sin máscaras. Alegre, espontáneo, estudioso, orgulloso, divertido, cariñoso, entre otras cosas más.

Pero en ese momento las cosas habían cambiado. Por un lado, lo veía y recordaba al chico que conocí en la excursión. Por otro lado, solo estaba el chico que me ofendió hace unas cuantas noches. Estaba el tierno e inocente, y el frío y arrogante. Entre el que me insultaba y el que me correspondía el beso. Por Dios. ¡¿Por qué mejor no me hacían elegir entre Batman e Iron Man?! O entre el chocolate y el dulce de leche.  Digo… ¡Hasta eso se me haría más fácil que saber qué contestarle! Me sentía entre la espada y la pared. Acorralado, casi asfixiado. Podía sentirme, incluso, apunto de sudar del nerviosismo. Patético. Mil veces patético. Y para mi mala suerte, Ken tenía un signo de interrogación en la cara. Cuando pensé que reaccionaría de la forma más racional: golpeándome. Quedé sorprendido ante su capacidad para convertirse de buenas a primeras en un pequeño niño indefenso contra el mundo. Yo no era nada más que el hombre mayor que se retorcía en bigote mientras lo pervertía con mi comportamiento. “Vamos, no ha sido así”, mi voz interior se hizo presente. Puede que tuviera razón, aunque fuera un poco.

La habitación se hacía cada vez más pequeña o nuestros cuerpos más grandes. No lo sabía, así como tampoco sabía qué contestarle. Lo lamentaba. Lamentaba lo sucedido, claro que sí. Pero parecía que a él no le había ofendido en lo más mínimo, cosa que me alentaba a volver a hacerlo. Así como también el pequeño ser dentro de mí, uno que vivía muy en el fondo de mi cuerpo llamado “ilusión”, empezaba a revolotear en mi estómago de forma desesperada.

—Sí, lamento haberte besado —insistí apretando los dientes. No me costaba pedir disculpas, pero sí saber qué decirle ante lo que había sucedido. ¿Qué pretendía? “Que seas sincero”, de nuevo la voz. Era mi consciencia, siempre inoportuna. Para mí mala suerte, ahora sí tenía la razón por completo. —Eres muy… —atractivo, pensé. Me detuve antes de decirlo, pues iba a ser demasiado directo, intimidante, estúpido, etc, etc. Mi plan era decir algo sin hacerlo en realidad. Así que debía atenerme a él. —… no pude resistirme, ¿está bien? —solté sin más, en un tono de voz más alto del que hasta el momento había usado. Parecía que le estaba reclamando el ser tan terriblemente perfecto. ¡Qué frustrante!  —Me irritas, pero también logras que quiera hacer algo como eso —confesé sin pensarlo, mirándolo directo a los ojos por primera vez después del beso. Gracias a Dios me encontré con esa hermosa mirada cristalina, pura y brillante. Luego con sus labios suaves, los que moría por volver a acariciar con los míos.
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Mensaje por Kenton S. Carson Sáb Ago 17, 2013 7:01 pm

La inocencia del snob tenía dos vertientes, quizás tres, muy contrarias. Estaba la adorable, aquella que no veía nada sexual en las palabras, la que solo veía cosas buenas en las palabras de las personas. Obviamente, ese tipo de inocencia solo se ve cuando está frente a gente que le cae bien, más que nada porque hay veces que no tiene la confianza suficiente como para mostrar su verdadero ser. ¿Y si alguien lo tacha de algo? La imagen que uno da es muy importante. Su madre no opina lo mismo, de hecho, ella piensa que a las personas hay que darles dos oportunidades, nunca se sabe como puedes pillar a una persona; entonces puedes pensar que es la persona más adorable del mundo pero luego no lo sea, o en su contrario, que fuera borde porque le haya pasado algo. No todo el mundo muestra como es. Para Ken, las personas se mostraban tal y como los demás querían que le viesen, y eso es como eres en verdad. Se debe juzgar a una persona por su portada, pues es lo que los demás van a juzgar, sin más. Puede que luego te cayera bien, pero la primera impresión es la que más cuenta. Siempre. Marca un antes y un después en la vida de las personas. ¿Ejemplo? Estos dos.

Otra de las caras era la de los insultos, aquella que utiliza para sus enemigos. Sabe, lo más seguro, qué es lo que le dicen pero el le da la vuelta para que esos insultos hayan parecido lo más bonito del mundo. No lo hace aposta, pero su inocencia no dejaba ver odio, es decir, ¿quien va a odiar a un chico tan como el? ¿Quién? Pues eso.

La otra cara era aquella que mostraba con más descaro. No era denominado como inocencia pues siempre pensaba mal, es decir, siempre va a pensar que lo que una persona va para malas, que lo está atacando. Como un caparazón para asestar golpes para evitar ser objeto de burlas, que suele salir solo con piropos y demás. Personas que le lanzan cosas bonitas y que el maquilla para que parezcan insultos. Cuando es ironía no la pilla y cuando no la es, piensa que si. Curiosa forma de pensar la suya, pero un rubio inocentón y corto de mente tenía ese defecto, ¿qué se podía pedir? - Entiendo... me besaste por eso... - Dice asestando un golpe invisible. Su cabeza empezaba a tergiversar los hechos. No se sabía hasta dónde podía llegar. Comenzaba a pensar en lo que había hecho y pareció llegar a la clave. - Me besaste para callarme, ¿cierto? Para no pegarme. - Responde cambiando aquella cara de bueno e infantil a una más típica. Como con odio, rencor, asco.

Pero... ¿Sabes qué? - Pregunta dejando ver que habrá una respuesta que dirá sin que el otro le pregunte. Intenta abrirse algo de paso para separarlo algo más. - Hubiera preferido que me pegaras, quizás el dolor hubiese sido menos fuerte que del asco que estoy sintiendo por culpa de esto. Porque me das asco. - Responde con el mayor desprecio que pueda haber utilizado en toda su vida. Lástima que sea falso. Disfrutó del beso como nadie y... lo recordará de por vida. Soñará con él. Lo peor es que lo sabe aunque quiera negarlo. Nuestro snob, nuestro muñeco empezaba a sentir cosas bastante fuertes y un día acabaría por explotar.

Abrió la puerta al hacerse paso. - En fin... ¡Byeeee! - Se despide con aquellos aires de superioridad que le definían bastante bien.
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