2013
Ahora mismo si estas planteándote en inscribirte en esta prestigiosa universidad es por que has pasado esta etapa, pero bueno, ¡eso cosa del pasado! Olvídalo, pon eso en un rincón de tu memoria.
Ahora estás viviendo el año 2013 en la Universidad de Brown, situada cerca del corazón de Nueva York.
¿Estás aquí por elección propia, por el sueño de convertirte en alguien famoso en la vida? ¿Por qué tus padres tienen una cuenta bancaria muy grande? ¿O tal vez por obligación?
Sea la razón que sea el resultado es el mismo, estas en una de las mejores universidades de América, pero aquí no te daremos 'la comida masticada' lo cual si de verdad deseas llegar a ser alguien en la vida tendrás que currártelo, aquí no regalamos nada.
¡Casi lo olvido! Tal vez exijamos mucho, pero tampoco descartes la idea de tener un poco de diversión. Fiesta, alcohol, sexo, drogas.
En resumen, el libertinaje total.
Para Algunos, la diversión significa dormir en tantas camas como sea posible, para otros, las compras y manicura son las cosas más importantes en su vida y siempre habrá los -por su padres- tienen dinero y reputación.
Pero dejando todo eso atrás, en la oscuridad de Brown se esconden varias personas que pertenecen a una especie de secta, un grupo donde su intenciones no son exactamente buenas. Se hacen reconocer por 'la logia', una panda de personas donde jugarán con cualquier persona que les apetezca. Les gusta ver sufrir a los demás, viven a costa de ellos. ¿Que pasa? ¿A caso tienes miedo de ser su próximo elegido? Tranquilo, como en los cómics y películas de Stan Lee donde hay un villano, hay un super héroe, e aquí nuestros super héroes se hace llamar anti logia, un grupo donde quieren la paz en la universidad y acabar con toda esa crueldad.
Y dime, ¿quien eres tu? ¿Eres un becado? ¿Un estudiante normal? ¿O tal vez te guste la idea de pertenecer a la logia? Otra posibilidad es que quieras cumplir el sueño de todo niño, ser un super héroe y pasar a ser miembro de la anti logia pero...
Seas lo que seas, se bienvenido a Brown University.
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¿Qué hace alguien como tú en un sitio como este? {Priv. Ariadna.}
2 participantes
Universidad Brown :: We're One! :: CLUBS :: CLUB DE MÚSICA
Página 1 de 1.
¿Qué hace alguien como tú en un sitio como este? {Priv. Ariadna.}
Sería tarde, o pronto según se mirase, para que alguien anduviera solo por allí. Lo bueno de tener un apartamento totalmente a su disposición, era que no debía rendir cuentas a nadie. La sensación de libertad siempre me había acompañado, pues aunque fingiese escuchar e interesarse nunca era de ese modo, sino que hacía lo que me parecía.
Mi piso contaba con una gran decoración y acomodación: cuadros en las paredes de los pasillos y las habitaciones, algunos de los cuales deberían estar en museos, y cuyo valor era de varios miles de euros; muebles de caoba y arce; una chimenea de piedra negra, en un salón con sillones de cuero envejecido; un dormitorio cuya cama contaba con un amplio dosel para dar cobijo a las fugaces correrías nocturnas de Valentino y sus amantes, del mismo modo fugaces; y finalmente un estudio, cuyas paredes estaban forradas de libros en estanterías. La mayoría eran autores clásicos: Jane Austen, Charles Dickens, Galdós, Shakespeare, Cervantes; aunque contaba con algunos como Thomas Harris, Loup Durand y Muriel Barbery, autores bastante modernos y cuyos libros me habían llegado muy hondo. Sin embargo, y a pesar de todos los lujos de los que disponía, seguía sin contar con un piano decente. El antiguo Bosendorfer de concierto que tenía en el salón fue traspasado al club de música {Con candado y cuya única llave estaba en mi poder} pues mis compañeros de universidad consideraban que la inspiración a las 3 de la mañana no existía y que yo era un coñazo. Por tanto, mi piano se tuvo que ver sustituido por un piano de pared, un Kawai, que no hacía tanto ruido, pero que no era lo mismo de ninguna manera.
Me encaminaba, pues, al lugar donde los sueños se cumplen y las teclas crean hermosas melodías: el salón de música. La Universidad Brown, en su inmensidad, contaba con Clubs de todas las características, pero ninguno podría comparar la labor artística que nosotros, los músicos, hacíamos continuamente. No era solo una forma de crear belleza, o satisfacer... ¡Era un medio para expresarnos, para decir que estábamos allí! Era la revolución más fiera, la vida más plena.
Cogí mi coche, un Mustang de 50 litros. Veloz, y en 15 minutos ya había llegado, a pesar de cierto percance con una chica en uno de los semáforos. ¿¡Os lo podéis creer!? Estaba yo normal, y de repente esta tía me hace un corte de manga. Me sentía tan ofendido que, de ser consciente de lo tan ofendido que estaba, no hubiera dudado en comerme su hígado, acompañado de verduras asadas, y un Ristreto (De 550€ la botella). Pero eso no había sucedido así, y simplemente la había ignorado, dedicándole una irónica sonrisa.
Dejé el coche aparcado y tras ver que estaba bastante solo “Naturalmente, son las 6 de la mañana” me decidí a entrar. El club de música estaba escasamente amueblado. El único mueble que había eran dos docenas y media de taburetes, planeados para que los músicos pudieran sentarse. El resto del material de trabajo se hallaba en manos de los músicos: nadie en su sano juicio dejaba aquí su violín. Yo era un caso aparte, porque no podía llevar mi piano a cuestas.
Era el momento.
Saqué con un tintineo las llaves, y abrí la tapa del piano. Durante mi estancia con mi tío ese había sido el mejor amigo que había tenido. Él lo sabía todo y no contaba nada. Quité con solemnidad el pañuelo que cubría las teclas. Y toqué un acorde sencillo, para comprobar que todo seguía en orden. Lo estaba, e inmediatamente me puse a tocar: primero lento, tal y como era la canción, después iba incrementando, al son de una balada de hace casi 200 años. Chopin siempre ha sido el pianista que mejor se me ha dado tocar, y esa pieza le pertenecía.
Mi sensibilidad fluía en cada nota, como si fuese Wladyslaw Szpilman tocando para el capitán Wilm Hossenfeld. Pero no todo estaba bien. Algo chirriaba, un sonido de fondo extraño, como la respiración de un ser expectante. No dejé de tocar, pero él seguro sabía que conocía su presencia.
¿Quién podría ser a aquellas horas? ¿Tal vez... alguien interesante?
Mi piso contaba con una gran decoración y acomodación: cuadros en las paredes de los pasillos y las habitaciones, algunos de los cuales deberían estar en museos, y cuyo valor era de varios miles de euros; muebles de caoba y arce; una chimenea de piedra negra, en un salón con sillones de cuero envejecido; un dormitorio cuya cama contaba con un amplio dosel para dar cobijo a las fugaces correrías nocturnas de Valentino y sus amantes, del mismo modo fugaces; y finalmente un estudio, cuyas paredes estaban forradas de libros en estanterías. La mayoría eran autores clásicos: Jane Austen, Charles Dickens, Galdós, Shakespeare, Cervantes; aunque contaba con algunos como Thomas Harris, Loup Durand y Muriel Barbery, autores bastante modernos y cuyos libros me habían llegado muy hondo. Sin embargo, y a pesar de todos los lujos de los que disponía, seguía sin contar con un piano decente. El antiguo Bosendorfer de concierto que tenía en el salón fue traspasado al club de música {Con candado y cuya única llave estaba en mi poder} pues mis compañeros de universidad consideraban que la inspiración a las 3 de la mañana no existía y que yo era un coñazo. Por tanto, mi piano se tuvo que ver sustituido por un piano de pared, un Kawai, que no hacía tanto ruido, pero que no era lo mismo de ninguna manera.
Me encaminaba, pues, al lugar donde los sueños se cumplen y las teclas crean hermosas melodías: el salón de música. La Universidad Brown, en su inmensidad, contaba con Clubs de todas las características, pero ninguno podría comparar la labor artística que nosotros, los músicos, hacíamos continuamente. No era solo una forma de crear belleza, o satisfacer... ¡Era un medio para expresarnos, para decir que estábamos allí! Era la revolución más fiera, la vida más plena.
Cogí mi coche, un Mustang de 50 litros. Veloz, y en 15 minutos ya había llegado, a pesar de cierto percance con una chica en uno de los semáforos. ¿¡Os lo podéis creer!? Estaba yo normal, y de repente esta tía me hace un corte de manga. Me sentía tan ofendido que, de ser consciente de lo tan ofendido que estaba, no hubiera dudado en comerme su hígado, acompañado de verduras asadas, y un Ristreto (De 550€ la botella). Pero eso no había sucedido así, y simplemente la había ignorado, dedicándole una irónica sonrisa.
Dejé el coche aparcado y tras ver que estaba bastante solo “Naturalmente, son las 6 de la mañana” me decidí a entrar. El club de música estaba escasamente amueblado. El único mueble que había eran dos docenas y media de taburetes, planeados para que los músicos pudieran sentarse. El resto del material de trabajo se hallaba en manos de los músicos: nadie en su sano juicio dejaba aquí su violín. Yo era un caso aparte, porque no podía llevar mi piano a cuestas.
Era el momento.
Saqué con un tintineo las llaves, y abrí la tapa del piano. Durante mi estancia con mi tío ese había sido el mejor amigo que había tenido. Él lo sabía todo y no contaba nada. Quité con solemnidad el pañuelo que cubría las teclas. Y toqué un acorde sencillo, para comprobar que todo seguía en orden. Lo estaba, e inmediatamente me puse a tocar: primero lento, tal y como era la canción, después iba incrementando, al son de una balada de hace casi 200 años. Chopin siempre ha sido el pianista que mejor se me ha dado tocar, y esa pieza le pertenecía.
Mi sensibilidad fluía en cada nota, como si fuese Wladyslaw Szpilman tocando para el capitán Wilm Hossenfeld. Pero no todo estaba bien. Algo chirriaba, un sonido de fondo extraño, como la respiración de un ser expectante. No dejé de tocar, pero él seguro sabía que conocía su presencia.
¿Quién podría ser a aquellas horas? ¿Tal vez... alguien interesante?
- La canción:
Última edición por Valentino C. Lisitsa el Sáb Ago 24, 2013 1:38 pm, editado 1 vez
Valentino C. Lisitsa- Fecha de inscripción : 10/08/2013
Edad : 39
Re: ¿Qué hace alguien como tú en un sitio como este? {Priv. Ariadna.}
Era comprensible que tras un largo día de entrenamiento y clases teóricas sobre cosas que siquiera me importaran, el sueño no hubiera profundizado en mi cerebro como de normal lo hacía cuando las clases sólo eran pura práctica, es decir, bailar como descosidas hasta que no podíamos más. Por lo que esa noche no tenía demasiado sueño, un poco sí de haber madrugado, pero nada comparado con otros días, pues, esa noche sabía que estaría despierta demasiado tiempo y como había decidido aceptar la petición de Phillip de quedarme en la universidad a dormir, pues allí estaba… sin poder parar de dar vueltas en la cama de la última habitación de la fraternidad SAE. Miré el reloj con cuidado para no despertar a Phil y bufé al ver que tan siquiera eran las doce de la noche, así que, debía buscar una alternativa, algo con lo que entretenerme y hacer que el sueño fuera desapareciendo hasta que llegara el punto donde el cuerpo ya me pedía dormir. Por lo que me levanté y me fui hasta la mochila donde tenía toda mis materiales de ballet, tomando la bolsa donde guardaba las puntas con los protectores. Las saqué de ahí y con sumo cuidado salí de la habitación, mirando por última vez a Phillip roncando. Pero… ¿dónde iría ahora? Me quedé pensando unos segundos en la oscuridad del pasillo, pensando dónde estaba un lugar cercano en el que desparramar mi arte sin que nadie me molestara y que estuviera cerca puesto que iba en pijama y no era plan de irme demasiado lejos para dar el cante. Pensé y pensé durante unos segundos y me acordé, entonces, que el sótano de SAE conectaba con el salón del Club de Música, así que me vendría bien porque no tendría que salir del edificio y si había alguien que me vería con el pijama serían miembros de SAE, que, sinceramente, me daban absolutamente igual.
Así que, ese fue mi recorrido hasta la sala del Club de Música; con las puntas en mis manos y el pijama veraniego. Llegué en menos de lo que esperaba y me preparé los tobillos para que soportaran un poco más de ejercicio, coloqué las puntas con los protectores de silicona y subí sobre éstas sintiendo como mis gemelos querían estallar y los cuádriceps dejar de funcionar. Dolía un poco, pero era soportable. Me había acostumbrado a las agujetas. Así, empecé a bailar dejándome llevar por mis pensamientos, viendo tan sólo con la escasa luz que entraba de las calles de la universidad, evitando en todo momento que mis largas piernas no se dieran con algún instrumento y armara un ruido descomunal tras la avalancha de ellos.
Fue pasando el tiempo y como siempre me pasaba, no me percaté del tiempo que llevaba ejercitándome. El ballet era una pérdida para mí, me enloquecía y me hacía entrar en un mundo alterno del que me costaba salir pero… de repente, escuché el gran portalón de la sala seguido del sonido hueco de unos andares pesados. Tomé aire, frenando en seco mis movimientos y caminé con suma tranquilidad a un sillón que estaba detrás de una batería, y esos pasos, se fueron acercando y acercando… hasta que pude ver la silueta de la persona sentándose en el piano que estaba justo al lado. Un centelleante ruido de llaves se escuchó y después el crujir de la madera. Arrugué el ceño, comenzando a pensar y preguntarme el por qué estaría esa persona allí, a esas horas de la noche, pero… comenzó a tocar y no pude hacer más que entornar los ojos, dejándome llevar por aquella música. Me levanté con cuidado cuando éste parecía que iba a terminar de tocar, pero era tan torpe que pisé el bombo más grande de la batería y por el repentino susto que me di, uno de mis codos chocó contra un platillo. Me mordí la lengua por lo ruidosa que había sido y rulé los ojos, pues ahora si quería que no se enterara de que estaba allí, seguro que ya se había enterado. –Vale… pues ahora tengo que dedicarte unas palabras. –Dije mientras me ponía en pie estirando el short del pijama. –Voy en pijama, y no eres un Sigma, así que como te gires y me mires te echaré spray pica pica en los ojos porque voy horrible. Así que, haremos como que tu no sabes quién soy y como que yo no te he visto aquí. –Dije sin más, rodeando la batería y pegando unos pasos rodeándolo con el fin de llegar a la puerta. –Y ah, no soy una ocupa, tengo casa propia. –Dejé en claro por si pensaba cosas raras. –Y tampoco he venido a robar, que conste. –Y me volví a girar, pero volví a girar señalándole con un dedo para seguir indicándole cosas que pensaba que a este se le pasarían por la cabeza. –Te lo contaré, para que todo quede en claro. –Dije y caminé hacia éste negando con la cabeza, pensando que sería lo mejor. Agarré un sillín de otro piano y lo arrastré hasta estar a una distancia prudente de éste, observando el perfil del chico. –No tenía sueño porque bueno hoy he tenido clases teóricas y de normal sí que tengo sueño porque sólo doy teóricas, pero esque no sabía qué hacer para dormir y como estoy durmiendo… -Sentí como si su mirada fuese a girarse y alcé un poco la voz exclamando lo siguiente. - ¡no me mires que voy en pijama! –Con un tono que parecía una niña en vez de una casi adulta que era. –Bueno, y eso, que no podía dormir y he venido aquí porque era el sitio que más cerca me pillaba. No soy ni ladrona, ni ocupa, ni nada de eso, sólo bailarina, mira. –Alcé una pierna poniéndosela a unos centímetros de su rostro queriéndole enseñar las puntas. -¿Ves? Bueno, pues eso. –Dije sin más y tras el ridículo pastel que había creado yo sola me levanté de nuevo y caminé para la entrada del sótano. -Y ah, tocas el piano demasiado bien.
Así que, ese fue mi recorrido hasta la sala del Club de Música; con las puntas en mis manos y el pijama veraniego. Llegué en menos de lo que esperaba y me preparé los tobillos para que soportaran un poco más de ejercicio, coloqué las puntas con los protectores de silicona y subí sobre éstas sintiendo como mis gemelos querían estallar y los cuádriceps dejar de funcionar. Dolía un poco, pero era soportable. Me había acostumbrado a las agujetas. Así, empecé a bailar dejándome llevar por mis pensamientos, viendo tan sólo con la escasa luz que entraba de las calles de la universidad, evitando en todo momento que mis largas piernas no se dieran con algún instrumento y armara un ruido descomunal tras la avalancha de ellos.
Fue pasando el tiempo y como siempre me pasaba, no me percaté del tiempo que llevaba ejercitándome. El ballet era una pérdida para mí, me enloquecía y me hacía entrar en un mundo alterno del que me costaba salir pero… de repente, escuché el gran portalón de la sala seguido del sonido hueco de unos andares pesados. Tomé aire, frenando en seco mis movimientos y caminé con suma tranquilidad a un sillón que estaba detrás de una batería, y esos pasos, se fueron acercando y acercando… hasta que pude ver la silueta de la persona sentándose en el piano que estaba justo al lado. Un centelleante ruido de llaves se escuchó y después el crujir de la madera. Arrugué el ceño, comenzando a pensar y preguntarme el por qué estaría esa persona allí, a esas horas de la noche, pero… comenzó a tocar y no pude hacer más que entornar los ojos, dejándome llevar por aquella música. Me levanté con cuidado cuando éste parecía que iba a terminar de tocar, pero era tan torpe que pisé el bombo más grande de la batería y por el repentino susto que me di, uno de mis codos chocó contra un platillo. Me mordí la lengua por lo ruidosa que había sido y rulé los ojos, pues ahora si quería que no se enterara de que estaba allí, seguro que ya se había enterado. –Vale… pues ahora tengo que dedicarte unas palabras. –Dije mientras me ponía en pie estirando el short del pijama. –Voy en pijama, y no eres un Sigma, así que como te gires y me mires te echaré spray pica pica en los ojos porque voy horrible. Así que, haremos como que tu no sabes quién soy y como que yo no te he visto aquí. –Dije sin más, rodeando la batería y pegando unos pasos rodeándolo con el fin de llegar a la puerta. –Y ah, no soy una ocupa, tengo casa propia. –Dejé en claro por si pensaba cosas raras. –Y tampoco he venido a robar, que conste. –Y me volví a girar, pero volví a girar señalándole con un dedo para seguir indicándole cosas que pensaba que a este se le pasarían por la cabeza. –Te lo contaré, para que todo quede en claro. –Dije y caminé hacia éste negando con la cabeza, pensando que sería lo mejor. Agarré un sillín de otro piano y lo arrastré hasta estar a una distancia prudente de éste, observando el perfil del chico. –No tenía sueño porque bueno hoy he tenido clases teóricas y de normal sí que tengo sueño porque sólo doy teóricas, pero esque no sabía qué hacer para dormir y como estoy durmiendo… -Sentí como si su mirada fuese a girarse y alcé un poco la voz exclamando lo siguiente. - ¡no me mires que voy en pijama! –Con un tono que parecía una niña en vez de una casi adulta que era. –Bueno, y eso, que no podía dormir y he venido aquí porque era el sitio que más cerca me pillaba. No soy ni ladrona, ni ocupa, ni nada de eso, sólo bailarina, mira. –Alcé una pierna poniéndosela a unos centímetros de su rostro queriéndole enseñar las puntas. -¿Ves? Bueno, pues eso. –Dije sin más y tras el ridículo pastel que había creado yo sola me levanté de nuevo y caminé para la entrada del sótano. -Y ah, tocas el piano demasiado bien.
Ariadna H. O'Vullöus- Fecha de inscripción : 18/01/2013
Edad : 32
Localización : Donde la mierda no llegue.
Re: ¿Qué hace alguien como tú en un sitio como este? {Priv. Ariadna.}
El alma de un músico es algo muy frágil y muy pequeño.
Es así, y no por otro motivo, para que pueda caber por entero en un instrumento. ¿Creéis que para un violinista su violín es solo cuerdas, o una caja de resonancia? ¿Qué diferencia hay entre el habla y la música, aparte del sonido? ¿No es la música algo así como la voz, como la lengua? ¿Acaso no se sentiría un músico desmembrado si su instrumento se rompe; o si la música deja de fluir? Hasta el borracho más desgraciado tiene la delicadeza de no interrumpir en mitad de una canción. Todas ellas, en sus imperfecciones, son completas. La entereza de la canción es la fuerza del alma del músico. Si una canción se rompe, parte de ella se rasga, y como la porcelana ya quebrada, nunca se convertirá en lo que fue.
Existen todo tipo de canciones que yo pueda tocar: sé desde canciones de amor hasta obras que ambientaron tragedias como la Guerra de Troya; desde canciones apropiadas para el Albert Hall de Londres como para llenar una ruidosa taberna, donde los gritos deberían hacerla callar. Y no importa como sea o de lo que trate: interrumpir una canción, o una pieza si se prefiere, es una grosería. Y yo odio a los groseros.
Estaba casi terminando, quedando solo 9 u 8 compases. Cerca de 30 segundos de canción. La presencia seguía ahí, inmutable. O no, como descubriría a continuación. ¡BLAM!¡BUM!¡CRASH! El ruido de su torpeza fulminó mis sentidos y mi música se vino abajo. La Balada de Chopin se destruyó en un complejo entramado de notas sueltas y asonantes. Una basura, vamos. Bajé las manos lentamente, sintiéndome totalmente ofendido.
Entones su voz me alcanzó, y mi furor asesino se quedó donde estaba. Ni incrementó ni descendió: se mantuvo igual; pero podríamos decir que dentro de lo posible era algo muy bueno.
Ella empezó entonces su diatriba, a la que atendí de forma educada, y sin mover un solo músculo. Mi educación me impedía interrumpirla y contestarle algo mordaz, así que esperé pacientemente a que ella se callara. Fue en vano, pues no cesaban nunca sus increíbles inventivas, incluso llegó un momento en el que estaba yo tan anonadado que me olvidé de su prohibición y giré un tanto la cabeza, llegando solo a ver sus manos y sus zapatos, que luego pude ver en mayor profundidez con su exaltación de su profesión de bailarina.
-Antes de que usted se vaya, ¿tendría la bondad de sentarse, por favor, y escuchar lo que tengo que decir? Antes de nada aclarar que una chica de entre 20-23 años no encaja en el perfil de una ladrona, como del mismo modo no encaja que quisiera o pudiera usted robar una batería de 150kg. Por su perfume podría decir que estaba reunida usted... ¿Con un chico? ¿Planean ambos dormir en la Universidad? o es parte de su programa en la ¿SAE? ¿Me equivoco? Y tampoco quisiera ser indiscreto, pero dudo que lleve usted un spray de pimienta en esos pantalones tan cortos, según creo que lleva ¿Es así? -Sonreí pícaro ante los aciertos que acababa de hacer, y ante la esperanza de haber creado cierta confusión en ella. (Como parte de mi vendetta por ser grosera.)-
-Quisiera añadir que sus manos parecen diferentes en lo usual de una bailarina, pues están hidratadas y cuidadas. ¿Es su crema francesa? He visto a demasiadas bailarinas y sus manos, y no son como las de usted. ¿Es, por casualidad, músico? Déjeme adivinar... ¿Tal vez cello? No, muy pesado -Dije ensimismado.- ¿Pianista? -Seguía sin girarme, como parte del protocolo exigido por ella. La verdad es que la mayoría de las cosas las había averiguado por detalles como el timbre de voz {Entre 20-23 años}, su modo de hablar {Demasiado infantil para llevar otra cosa que shorts}, su perfume, y observando sus manos. No había deducido más cosas, que por ahora permanecían en un velo de misterio. Como su rostro, que seguía sin ver, e ignoraba si ella estaría asombrada, confusa, indignada por mi atrevimiento. Nada había dicho que no pudiese ser deducido con un poco de lógica... Bueno, excepto lo del SAE, que lo había dicho por ciertos rumores de que su establecimiento se unía con el aula de música.
Yo me podría haber explayado en mis deducciones, pero ya había alardeado suficiente de mi capacidad de observación.- Si es usted pianista, ¿podría tener la bondad de decirme si reconoce esta pieza?
Toqué la primera parte de una sonata para J. S. Bach, uno de los músicos que más admiro. Esa sonata estaba hecha para ser interpretada a 4 manos. Y con cuatro manos me refería a las mías y a las suyas. Esa proposición se había hecho con un solo propósito: hacerla acercarse a mi. Reconozco a la gente y sus deseos con solo mirarlos, pero a ella, que no la había visto, estaba envuelta en un halo indescifrable. Solo me podría acercar a ella de una manera, con el cuidado con el que te acercarías a un ser salvaje: cuidadosamente, lentamente; y dejando que él decida cuando o no acercarse.
Es así, y no por otro motivo, para que pueda caber por entero en un instrumento. ¿Creéis que para un violinista su violín es solo cuerdas, o una caja de resonancia? ¿Qué diferencia hay entre el habla y la música, aparte del sonido? ¿No es la música algo así como la voz, como la lengua? ¿Acaso no se sentiría un músico desmembrado si su instrumento se rompe; o si la música deja de fluir? Hasta el borracho más desgraciado tiene la delicadeza de no interrumpir en mitad de una canción. Todas ellas, en sus imperfecciones, son completas. La entereza de la canción es la fuerza del alma del músico. Si una canción se rompe, parte de ella se rasga, y como la porcelana ya quebrada, nunca se convertirá en lo que fue.
Existen todo tipo de canciones que yo pueda tocar: sé desde canciones de amor hasta obras que ambientaron tragedias como la Guerra de Troya; desde canciones apropiadas para el Albert Hall de Londres como para llenar una ruidosa taberna, donde los gritos deberían hacerla callar. Y no importa como sea o de lo que trate: interrumpir una canción, o una pieza si se prefiere, es una grosería. Y yo odio a los groseros.
Estaba casi terminando, quedando solo 9 u 8 compases. Cerca de 30 segundos de canción. La presencia seguía ahí, inmutable. O no, como descubriría a continuación. ¡BLAM!¡BUM!¡CRASH! El ruido de su torpeza fulminó mis sentidos y mi música se vino abajo. La Balada de Chopin se destruyó en un complejo entramado de notas sueltas y asonantes. Una basura, vamos. Bajé las manos lentamente, sintiéndome totalmente ofendido.
Entones su voz me alcanzó, y mi furor asesino se quedó donde estaba. Ni incrementó ni descendió: se mantuvo igual; pero podríamos decir que dentro de lo posible era algo muy bueno.
Ella empezó entonces su diatriba, a la que atendí de forma educada, y sin mover un solo músculo. Mi educación me impedía interrumpirla y contestarle algo mordaz, así que esperé pacientemente a que ella se callara. Fue en vano, pues no cesaban nunca sus increíbles inventivas, incluso llegó un momento en el que estaba yo tan anonadado que me olvidé de su prohibición y giré un tanto la cabeza, llegando solo a ver sus manos y sus zapatos, que luego pude ver en mayor profundidez con su exaltación de su profesión de bailarina.
-Antes de que usted se vaya, ¿tendría la bondad de sentarse, por favor, y escuchar lo que tengo que decir? Antes de nada aclarar que una chica de entre 20-23 años no encaja en el perfil de una ladrona, como del mismo modo no encaja que quisiera o pudiera usted robar una batería de 150kg. Por su perfume podría decir que estaba reunida usted... ¿Con un chico? ¿Planean ambos dormir en la Universidad? o es parte de su programa en la ¿SAE? ¿Me equivoco? Y tampoco quisiera ser indiscreto, pero dudo que lleve usted un spray de pimienta en esos pantalones tan cortos, según creo que lleva ¿Es así? -Sonreí pícaro ante los aciertos que acababa de hacer, y ante la esperanza de haber creado cierta confusión en ella. (Como parte de mi vendetta por ser grosera.)-
-Quisiera añadir que sus manos parecen diferentes en lo usual de una bailarina, pues están hidratadas y cuidadas. ¿Es su crema francesa? He visto a demasiadas bailarinas y sus manos, y no son como las de usted. ¿Es, por casualidad, músico? Déjeme adivinar... ¿Tal vez cello? No, muy pesado -Dije ensimismado.- ¿Pianista? -Seguía sin girarme, como parte del protocolo exigido por ella. La verdad es que la mayoría de las cosas las había averiguado por detalles como el timbre de voz {Entre 20-23 años}, su modo de hablar {Demasiado infantil para llevar otra cosa que shorts}, su perfume, y observando sus manos. No había deducido más cosas, que por ahora permanecían en un velo de misterio. Como su rostro, que seguía sin ver, e ignoraba si ella estaría asombrada, confusa, indignada por mi atrevimiento. Nada había dicho que no pudiese ser deducido con un poco de lógica... Bueno, excepto lo del SAE, que lo había dicho por ciertos rumores de que su establecimiento se unía con el aula de música.
Yo me podría haber explayado en mis deducciones, pero ya había alardeado suficiente de mi capacidad de observación.- Si es usted pianista, ¿podría tener la bondad de decirme si reconoce esta pieza?
Toqué la primera parte de una sonata para J. S. Bach, uno de los músicos que más admiro. Esa sonata estaba hecha para ser interpretada a 4 manos. Y con cuatro manos me refería a las mías y a las suyas. Esa proposición se había hecho con un solo propósito: hacerla acercarse a mi. Reconozco a la gente y sus deseos con solo mirarlos, pero a ella, que no la había visto, estaba envuelta en un halo indescifrable. Solo me podría acercar a ella de una manera, con el cuidado con el que te acercarías a un ser salvaje: cuidadosamente, lentamente; y dejando que él decida cuando o no acercarse.
- La canción que empiezo::
Valentino C. Lisitsa- Fecha de inscripción : 10/08/2013
Edad : 39
Re: ¿Qué hace alguien como tú en un sitio como este? {Priv. Ariadna.}
Ciertamente hacía tiempo que no me mostraba de esa forma tan añiñada a cualquiera, pues la mayoría del tiempo siempre tenía encima una especie de cascarón con el que sólo parecía la borde histérica de toda la universidad. Pero la noche por lo visto a mi me perturba demasiado. Y es que, esa situación era tan rara que no sé por qué me vi en la obligación de darle tantas explicaciones, tal vez sería porque el no tener sueño me estaba causando estragos, porque realmente no era un obligación… sino que yo había querido darle esas explicaciones, y todo había sido por la alarma que saltó en mi cabeza cuando la misma me hizo pensar que tal vez ese hombre era un profesor, o alguien que conociera a Aleksei. Y lo que menos quería era que le llegaran más rumores a aquel hombre de mis escapadas y mi manera de saltarme las clases; no quería más problemas con él.
Cuando parecía que podría irme ya sin dejar de hacer más el ridículo, una voz ronca, profunda y misteriosa irrumpió en las paredes de la sala donde estábamos. Una voz que podría valer para doblajes de películas, tenía un aire especial, algo enigmático que me llamaba la atención. Detuve mi caminata y giré sobre mis puntas, accediendo a su petición. Caminé hasta la silla donde hacía unos minutos atrás había estado sentada y la retiré de la luz del ventanal, sentándome a la vez que no dejaba de escucharlo. Y resultó que su voz hacía juego con su forma de expresarse; enigmático y misterioso. Dejé que comentara todo aquello que quiso, con el ceño arrugado al denotar que estaba acertando en la mayoría de las cosas que comentaba. Una carcajada hueca salió de mis labios al escuchar lo que dijo sobre la batería; demasiado elocuente. Pero claro, tanta información acertada viniendo de alguien desconocido –o eso creía- se hacía extraño, algo no encajaba, aunque… si era de las personas minimalistas y observadoras, sí encajaba, pero no terminaba de convencerme todo aquello. Era como si lo conociese de algo o como si él me conociera a mí de algo. Me hizo quedar confusa. Y con lo último ya me dejó fuera de mí. Miré mis manos poniéndolas al trasluz de la ventana, mirándolas aún con el ceño arrugado, encogiéndolas y llevándolas a mi ropa; estirando la camisa hasta mi nariz para olisquearla. Y en eso también había acertado, olía a Phillip. Mojé mis labios en saliva, deslizando mi lengua por los labios como una depredadora, pensando en qué responderle. –Pianista desde los seis años. Bailarina desde los cuatro y no he dicho de pimienta, sino pica pica. –Mi expresión se torció en una expresión de molestia, confusión y asombro. Una mezcla un tanto extraña, pero que denotaban en la misma la curiosidad que me daba aquel chico. Y por una vez, tras mucho tiempo, haberse quedado a dar explicaciones de qué hacía en un lugar a un extraño había resultado ser algo excitante y nuevo para mí; mataría mis pocas ganas de dormir seguro.
De un momento a otro la sala se vio de nuevo sumida en notas resonantes, peliagudas, rápidas. Miré aquella silueta, ese perfil misterioso, marcándose una sonrisa traviesa, pícara, con algo de malicia escondida en mi rostro. Éste comenzó a tocar, y parecía que me quería poner a prueba retándome a seguirle con aquella sonata. Estiré uno de mis brazos tanteando las notas, presionando alguna de vez en cuando, hasta que los dedos comenzaban a picarme, parecía que me dijeran que plantara los dedos ya sobre las teclas y siguiera aquel ritmo con él. Me subían rampas frías por la columna… lo estaba deseando, y, aunque ese tipo de música no fuera del todo mi gusto, recordaba perfectamente cuando me hacían tocar esa sonata delante de un teatro entero para demostrar mis avances a mi familia. Mordí mi lengua y retiré mi melena de la cara, dejándola en mi espalda para que no me molestara, acerqué la silla y ya parecía que me daba igual que el extraño observara mi vestimenta puesto que me coloqué a su lado, coloqué mis manos en la clave de sol y empecé a seguirle el ritmo.
Resultaba poco familiar, tal vez un poco incómodo tocar el piano de esa manera y con esa canción tan extremadamente fría con alguien desconocido, puesto que la mayoría de veces prefería reservarme “mi forma de expresarme”, “mi arte”, para mí misma. Aunque eso ya estaba quedándose muy atrás porque Vlad se hacía cargo de que no fuera así. La canción, entonces, tras unos escasos minutos terminó y miré de reojo a aquel chico. –Mozart. –Solté sin más. –Pero no es mi estilo. –Me levanté de aquel sillón, de nuevo, dejando atrás el piano para ir donde había dejado las zapatillas, desenredando las cintas de mis tobillos. -¿Qué haces a éstas horas aquí? Si alguien por casualidad oye tu música, se quejará seguramente al guarda y, si eres estudiante terminarás con el director. –Dije como si fuese la chica más responsable de la universidad, sacando una de las puntas de mis pies y tras ésta el protector. –A veces esto parece más un colegio que una universidad de adultos. –Solté a forma de queja, siguiendo con la otra punta. –Pero bueno… -Rulé los ojos sacando aquella punta; poniéndome las chanclas y sintiendo como tenía los pies resentidos igual que las extremidades del cuerpo. Bufé por lo bajo y alcé mi mirada, observando la espalda del misterioso. –No pensaba que habían más personas que tocaran el piano de la forma que tu lo haces. ¿Has dado algún concierto en una cafetería de New York? Me suena esa manera de darle matices y puntear el piano. No olvido lo que me gusta. ¿En el Valhalla puede ser? –Seguramente no era quién pensaba, o tal vez sí. Él lo desvelaría y si era quién había creído conocer, su figura, rostro y nombre dejarían de ser parte del misterio.
Cuando parecía que podría irme ya sin dejar de hacer más el ridículo, una voz ronca, profunda y misteriosa irrumpió en las paredes de la sala donde estábamos. Una voz que podría valer para doblajes de películas, tenía un aire especial, algo enigmático que me llamaba la atención. Detuve mi caminata y giré sobre mis puntas, accediendo a su petición. Caminé hasta la silla donde hacía unos minutos atrás había estado sentada y la retiré de la luz del ventanal, sentándome a la vez que no dejaba de escucharlo. Y resultó que su voz hacía juego con su forma de expresarse; enigmático y misterioso. Dejé que comentara todo aquello que quiso, con el ceño arrugado al denotar que estaba acertando en la mayoría de las cosas que comentaba. Una carcajada hueca salió de mis labios al escuchar lo que dijo sobre la batería; demasiado elocuente. Pero claro, tanta información acertada viniendo de alguien desconocido –o eso creía- se hacía extraño, algo no encajaba, aunque… si era de las personas minimalistas y observadoras, sí encajaba, pero no terminaba de convencerme todo aquello. Era como si lo conociese de algo o como si él me conociera a mí de algo. Me hizo quedar confusa. Y con lo último ya me dejó fuera de mí. Miré mis manos poniéndolas al trasluz de la ventana, mirándolas aún con el ceño arrugado, encogiéndolas y llevándolas a mi ropa; estirando la camisa hasta mi nariz para olisquearla. Y en eso también había acertado, olía a Phillip. Mojé mis labios en saliva, deslizando mi lengua por los labios como una depredadora, pensando en qué responderle. –Pianista desde los seis años. Bailarina desde los cuatro y no he dicho de pimienta, sino pica pica. –Mi expresión se torció en una expresión de molestia, confusión y asombro. Una mezcla un tanto extraña, pero que denotaban en la misma la curiosidad que me daba aquel chico. Y por una vez, tras mucho tiempo, haberse quedado a dar explicaciones de qué hacía en un lugar a un extraño había resultado ser algo excitante y nuevo para mí; mataría mis pocas ganas de dormir seguro.
De un momento a otro la sala se vio de nuevo sumida en notas resonantes, peliagudas, rápidas. Miré aquella silueta, ese perfil misterioso, marcándose una sonrisa traviesa, pícara, con algo de malicia escondida en mi rostro. Éste comenzó a tocar, y parecía que me quería poner a prueba retándome a seguirle con aquella sonata. Estiré uno de mis brazos tanteando las notas, presionando alguna de vez en cuando, hasta que los dedos comenzaban a picarme, parecía que me dijeran que plantara los dedos ya sobre las teclas y siguiera aquel ritmo con él. Me subían rampas frías por la columna… lo estaba deseando, y, aunque ese tipo de música no fuera del todo mi gusto, recordaba perfectamente cuando me hacían tocar esa sonata delante de un teatro entero para demostrar mis avances a mi familia. Mordí mi lengua y retiré mi melena de la cara, dejándola en mi espalda para que no me molestara, acerqué la silla y ya parecía que me daba igual que el extraño observara mi vestimenta puesto que me coloqué a su lado, coloqué mis manos en la clave de sol y empecé a seguirle el ritmo.
Resultaba poco familiar, tal vez un poco incómodo tocar el piano de esa manera y con esa canción tan extremadamente fría con alguien desconocido, puesto que la mayoría de veces prefería reservarme “mi forma de expresarme”, “mi arte”, para mí misma. Aunque eso ya estaba quedándose muy atrás porque Vlad se hacía cargo de que no fuera así. La canción, entonces, tras unos escasos minutos terminó y miré de reojo a aquel chico. –Mozart. –Solté sin más. –Pero no es mi estilo. –Me levanté de aquel sillón, de nuevo, dejando atrás el piano para ir donde había dejado las zapatillas, desenredando las cintas de mis tobillos. -¿Qué haces a éstas horas aquí? Si alguien por casualidad oye tu música, se quejará seguramente al guarda y, si eres estudiante terminarás con el director. –Dije como si fuese la chica más responsable de la universidad, sacando una de las puntas de mis pies y tras ésta el protector. –A veces esto parece más un colegio que una universidad de adultos. –Solté a forma de queja, siguiendo con la otra punta. –Pero bueno… -Rulé los ojos sacando aquella punta; poniéndome las chanclas y sintiendo como tenía los pies resentidos igual que las extremidades del cuerpo. Bufé por lo bajo y alcé mi mirada, observando la espalda del misterioso. –No pensaba que habían más personas que tocaran el piano de la forma que tu lo haces. ¿Has dado algún concierto en una cafetería de New York? Me suena esa manera de darle matices y puntear el piano. No olvido lo que me gusta. ¿En el Valhalla puede ser? –Seguramente no era quién pensaba, o tal vez sí. Él lo desvelaría y si era quién había creído conocer, su figura, rostro y nombre dejarían de ser parte del misterio.
Ariadna H. O'Vullöus- Fecha de inscripción : 18/01/2013
Edad : 32
Localización : Donde la mierda no llegue.
Re: ¿Qué hace alguien como tú en un sitio como este? {Priv. Ariadna.}
Atendiendo al acuerdo de no mirar, no me giré en ningún momento, mas me imaginaba su expresión: asombrada, confusa... Para mi era divertido e interesante el crear reacciones así. Lo veía como una gran ecuación, en la que simplemente hay que aplicar cierta estequiometría y ¡voilà!, obtienes un resultado satisfactorio. No digo que siempre fuera el esperado, pero igualmente me resultaba agradable el poder controlar a la gente.
La verdad, no esperaba que hubiera salido tan bien. Al fin y al cabo, la última persona a la que le había hecho averiguaciones me había respondido con grosería un “vete a mamarla, joder”. Supongo que le habría molestado que hubiera descubierto por su acento que venía de Virginia Occidental, la zona pobre, concretamente; por el estado de su piel, morena a lo camionero, había averiguado que solo una generación le separaba del hambre; y sugerir que ella no descansaba las rodillas ni un instante, a juzgar por sus hematomas, para ganar dinero extra, no había ayudado. Lo cierto es que sí había acertado en todo. ¡Ah! Y las averiguaciones que hice se debieron a que ella, una chica vulgar y poco agraciada, me había preguntado que qué opinaba de ella. A la gente parece que le disgusta la verdad sobre ellos mismos, pero si no estás dispuesta a conocer la verdad, no preguntes.
Huelga decir que esa chica se convirtió, después, en parte del banquete que serví a la Junta Sinfónica de Baltimore, en una fiesta privada que organicé hace tiempo. Y si mal no recuerdo, la serví con un Lemaire Cuvée Sélect Réserve Brut, un Champgne francés; unos higos frescos; y jamón ibérico.
La canción de Mozart que estaba tocando era una pieza un tanto especial. No cualquiera podría hacerla sonar divertida. De hecho, sin la perfecta intervención del tercer y cuarto grupo de manos, la melodía era imposible de armonizar, y en consecuencia se extraía un sonido horrible. Y es por ello que la había elegido. Porque, inconscientemente, tengo el deseo de saber todo sobre las personas. Y a través de esta prueba yo averiguaría sus habilidades. Y de paso, mi afán de desenvolver el halo de misterio que la cubría se vería realizado.
Cuando ella se sentó me rozó ligeramente, y encontré su cuerpo tibio. Había cerrado los ojos, como tenía costumbre hacer cuando tocaba. Pero aparte de centrarme en lo que tocaba me centré en mi, ahora, compañera. Notaba el tacto y el olor de la camisa que ella llevaba. Oí el resonar de sus primeras notas vacilantes. Me concentré en imaginar su figura, y esbocé una sonrisa ya que me la imaginaba bastante atractiva. Y yo tengo debilidad por lo bello. Ví (De forma figurativa) lo recto de su espalda, lo correcto de su postura, la presteza de sus manos. Su habilidad. Era una grandiosa pianista.
Antes de empezar a tocar, ella se había reído ante mi comentario de la batería, pero su mutismo siguiente me dio a entender que estaba siendo malinterpretado: Quisiera aclarar que yo no sabía nada de usted. No sé nada que no pudiera averiguar... -Me detuve, pues decir “cualquiera” podría sonar muy pretencioso.- ...mirándola. Bueno, -Esbocé una sonrisa, divertido.- lo que he alcanzado a ver. Y perdone mi descuido, ha sido estúpido. -Dije en referencia al Spray pica-pica. Mientras, la pieza seguía, fluida y rápida.
La pieza en sí podría sonar divertida. Sin embargo yo no lo soy. Y mi frialdad habitual se transmitía en cada nota. Esa era mi maldición como músico. ¿De qué me sirve poder interpretar cualquier cosa a la perfección si me falta pasión? Era como un Arturo Benedetti Michelangeli moderno: tocaré perfecto, más nadie podrá emocionarse. Supongo que el ser un sociópata como yo no ayuda al arte.
Y con esto en mente finalizó la canción.
En efecto es Mozart. Su formación musical es excelente. -Ante su comentario de que no era su estilo solté una carcajada. ¡Desde luego que no era su estilo!- Sé que no lo es, pero ruego que me disculpe, y es que quería ver el alcance de sus habilidades. -Mi profunda voz de barítono sonó divertida, como quien acaba de gastar una broma.- Supongo que podría hacerte la misma pregunta. -Contesté con ironía.- Pero supongo que no me hará mal que lo confiese. ¡Ah! Por cierto, ¿me permitiría usted girarme? Sus shorts son francamente interesantes, pero su rostro me llamaría más la atención. -Mi lenguaje, irónico y educado, me permitía ser mordaz sin reprimendas, ser un cabrón con elegancia, y ser un estupendo manipulador.- No creo que se pueda denegar a alguien el tocar su propio piano, incluso si soy un estudiante. -Contesté con franqueza.-
Ante la mención del Valhalla mi espíritu literario corrió hacia la Edda Poética donde se cuentan las maravillas del Palacio de Odín.- He dado conciertos en muchas partes del... -Me detuve sobresaltado, algo insólito en mi calmada forma de ser. Un recuerdo pasó fugaz por mi mente. No era algo desagradable, sino algo en lo que hacía tiempo que no pensaba. Con un ligero temblor en las manos continué: ...mundo. La verdad, es muy posible que haya actuado en ése café... ¿Podría ser usted...? -Dejé la frase inacabada, en el aire, esperando que ella la completara en cierta manera. Muchas cosas podrían pasar atendiendo a su respuesta.-
La verdad, no esperaba que hubiera salido tan bien. Al fin y al cabo, la última persona a la que le había hecho averiguaciones me había respondido con grosería un “vete a mamarla, joder”. Supongo que le habría molestado que hubiera descubierto por su acento que venía de Virginia Occidental, la zona pobre, concretamente; por el estado de su piel, morena a lo camionero, había averiguado que solo una generación le separaba del hambre; y sugerir que ella no descansaba las rodillas ni un instante, a juzgar por sus hematomas, para ganar dinero extra, no había ayudado. Lo cierto es que sí había acertado en todo. ¡Ah! Y las averiguaciones que hice se debieron a que ella, una chica vulgar y poco agraciada, me había preguntado que qué opinaba de ella. A la gente parece que le disgusta la verdad sobre ellos mismos, pero si no estás dispuesta a conocer la verdad, no preguntes.
Huelga decir que esa chica se convirtió, después, en parte del banquete que serví a la Junta Sinfónica de Baltimore, en una fiesta privada que organicé hace tiempo. Y si mal no recuerdo, la serví con un Lemaire Cuvée Sélect Réserve Brut, un Champgne francés; unos higos frescos; y jamón ibérico.
La canción de Mozart que estaba tocando era una pieza un tanto especial. No cualquiera podría hacerla sonar divertida. De hecho, sin la perfecta intervención del tercer y cuarto grupo de manos, la melodía era imposible de armonizar, y en consecuencia se extraía un sonido horrible. Y es por ello que la había elegido. Porque, inconscientemente, tengo el deseo de saber todo sobre las personas. Y a través de esta prueba yo averiguaría sus habilidades. Y de paso, mi afán de desenvolver el halo de misterio que la cubría se vería realizado.
Cuando ella se sentó me rozó ligeramente, y encontré su cuerpo tibio. Había cerrado los ojos, como tenía costumbre hacer cuando tocaba. Pero aparte de centrarme en lo que tocaba me centré en mi, ahora, compañera. Notaba el tacto y el olor de la camisa que ella llevaba. Oí el resonar de sus primeras notas vacilantes. Me concentré en imaginar su figura, y esbocé una sonrisa ya que me la imaginaba bastante atractiva. Y yo tengo debilidad por lo bello. Ví (De forma figurativa) lo recto de su espalda, lo correcto de su postura, la presteza de sus manos. Su habilidad. Era una grandiosa pianista.
Antes de empezar a tocar, ella se había reído ante mi comentario de la batería, pero su mutismo siguiente me dio a entender que estaba siendo malinterpretado: Quisiera aclarar que yo no sabía nada de usted. No sé nada que no pudiera averiguar... -Me detuve, pues decir “cualquiera” podría sonar muy pretencioso.- ...mirándola. Bueno, -Esbocé una sonrisa, divertido.- lo que he alcanzado a ver. Y perdone mi descuido, ha sido estúpido. -Dije en referencia al Spray pica-pica. Mientras, la pieza seguía, fluida y rápida.
La pieza en sí podría sonar divertida. Sin embargo yo no lo soy. Y mi frialdad habitual se transmitía en cada nota. Esa era mi maldición como músico. ¿De qué me sirve poder interpretar cualquier cosa a la perfección si me falta pasión? Era como un Arturo Benedetti Michelangeli moderno: tocaré perfecto, más nadie podrá emocionarse. Supongo que el ser un sociópata como yo no ayuda al arte.
Y con esto en mente finalizó la canción.
En efecto es Mozart. Su formación musical es excelente. -Ante su comentario de que no era su estilo solté una carcajada. ¡Desde luego que no era su estilo!- Sé que no lo es, pero ruego que me disculpe, y es que quería ver el alcance de sus habilidades. -Mi profunda voz de barítono sonó divertida, como quien acaba de gastar una broma.- Supongo que podría hacerte la misma pregunta. -Contesté con ironía.- Pero supongo que no me hará mal que lo confiese. ¡Ah! Por cierto, ¿me permitiría usted girarme? Sus shorts son francamente interesantes, pero su rostro me llamaría más la atención. -Mi lenguaje, irónico y educado, me permitía ser mordaz sin reprimendas, ser un cabrón con elegancia, y ser un estupendo manipulador.- No creo que se pueda denegar a alguien el tocar su propio piano, incluso si soy un estudiante. -Contesté con franqueza.-
Ante la mención del Valhalla mi espíritu literario corrió hacia la Edda Poética donde se cuentan las maravillas del Palacio de Odín.- He dado conciertos en muchas partes del... -Me detuve sobresaltado, algo insólito en mi calmada forma de ser. Un recuerdo pasó fugaz por mi mente. No era algo desagradable, sino algo en lo que hacía tiempo que no pensaba. Con un ligero temblor en las manos continué: ...mundo. La verdad, es muy posible que haya actuado en ése café... ¿Podría ser usted...? -Dejé la frase inacabada, en el aire, esperando que ella la completara en cierta manera. Muchas cosas podrían pasar atendiendo a su respuesta.-
Valentino C. Lisitsa- Fecha de inscripción : 10/08/2013
Edad : 39
Re: ¿Qué hace alguien como tú en un sitio como este? {Priv. Ariadna.}
Le causaba gracia mis palabras, podría jurar que hasta mi forma de expresarme. Se rió ante mi aclaración de que ese tipo de música no era mi estilo, y ciertamente, era así puesto que ese tipo de música no solía tocarla ya que me recordaba a los años que fueron “buenos” en los que estaba en una escuela que gracias, al trabajo de mi abuela, de para mí mi madre, podía pagar; una de las más prestigiosas de Alemania. Un conservatorio lustroso al que sólo iban niños y niñas pijas a los que sus padres les sobraba el dinero. Y yo, sin embargo, siendo una muerta de hambre iba. Digno de recordar con orgullo.
Bufé dejando que se expresara cuanto quisiera hasta que esa voz dejara de intimidarme con pisar mi voz y hacer que sólo se escuchara la suya, hasta que éste terminó contestando tanto cuanto pedí y esbocé una sonrisa aún con el asombro sobre mí. –Está claro que mi rostro te llamaría más la atención si eres del tipo de hombres caballerosos, si eres uno más del montón te interesarán más mis piernas. –Solté estrépita y mundana, con algo de ironía en el fondo de esas palabras. –No lo creo, pero tu piano está en un sitio público, entonces sí pueden quejarse. La gente a veces puede llegar a ser muy quejica, y eso que es piano… si fuese una guitarra eléctrica te la podrían armar aún peor. Sólo es un consejo. –Puntualicé puesto que realmente si aparecía algún guarda con un grupo de estudiantes furiosos, tenía la conciencia tranquila de que no había sido gracias a mí.
Estiré todos mis músculos conforme mis pies se relajaron de aquella tensión que las puntas ejercían sobre ellos y sentí como los músculos, a su vez, se relajaban también. Las agujetas se hacían menos toscas, pero sabía que conforme tuviera que levantarme de nuevo en unas horas mi cuerpo pediría a gritos un descanso de semanas; unas vacaciones en algún SPA, o tan sólo unas vacaciones sin salir toda una semana de la cama. Fue, entonces, después de preguntarle si había dado un concierto cuando una ráfaga de recuerdos que hasta el momento habían sido invisibles o no reconocidos por mi cerebro, que inundaron mi cabeza. Me llevé, instintivamente, una mano a la boca y tragué saliva, quedándome en silencio por un rato que se hizo eterno. – ¿Ser quién formó parte de tu público ?–Dije ocultando aquello que realmente quería decirle… a la vez, que mi cabeza, se volvió a unos meses atrás, al Valhalla, a las dos y media de la madrugada…
Tomé aire, encrispada, negando con la cabeza ante los hechos y eché un suspiro lento. –Sí. –Afirmé ante lo que ambos podíamos estar pensando unísonamente, pero sin querer dar detalles, puesto que realmente no sabía si sería buena idea. Así que, le di paso a él. –Sinceramente, no me acuerdo si soy quién piensas. ¿Quién podría ser yo? –Murmuré, poniendo a prueba a la vez si éste tenía esa mente privilegiada de la que en su día pude darme cuenta. Seguía mirando esa espalda fornida, ancha y decidí avanzar hasta éste lentamente. –Te escuché toda la noche tocar el piano. –Volví a sentarme en el sillón que había dejado atrás anteriormente, volviendo a colocarme a su lado, habiéndolo reconocido. –Tocaste unas canciones con un par de violistas y después te quedaste sólo. –Susurré rememorando aquella escena y clavé de nuevo los dedos en el piano, tocando lo que recordaba de cuando él tocó sólo. –Empezaste algo así. –Dije a la vez que tocaba, y cambié de melodía estirando uno de mis brazos por delante de su cuerpo para llegar a la parte más aguda de la clave de Sol. –Y así seguiste… -Retiré mis brazos, y metí mi pierna como pude, intentando rozarlo lo menos posible para pisar el pedal alargador, tocando aquella melodía de la cual me había hecho admiradora neta, y, no sabía exactamente si era de algún compositor o si eran propias suyas, pero realmente esa canción que estaba tocando era preciosa, llena de sentimientos tanto malos como buenos, era una mezcla sensible pero a la vez tosca y oscura. Algo que jamás yo había podido conseguir a pesar de que el piano fuera mi mejor amigo, ese que se tragaba todas mis penas y alegrías. Retiré mis manos del piano, entonces, y lo miré, dándome igual ya si me miraba o no. –Te llamas Valentino, Valentino Lisitsa y eres italiano. –Y me quedé callada, mirándolo, esperando ahora que él afirmara y contestara a mi lapsus mental, el cuál hacía que no recordara esa noche –ironía.
Bufé dejando que se expresara cuanto quisiera hasta que esa voz dejara de intimidarme con pisar mi voz y hacer que sólo se escuchara la suya, hasta que éste terminó contestando tanto cuanto pedí y esbocé una sonrisa aún con el asombro sobre mí. –Está claro que mi rostro te llamaría más la atención si eres del tipo de hombres caballerosos, si eres uno más del montón te interesarán más mis piernas. –Solté estrépita y mundana, con algo de ironía en el fondo de esas palabras. –No lo creo, pero tu piano está en un sitio público, entonces sí pueden quejarse. La gente a veces puede llegar a ser muy quejica, y eso que es piano… si fuese una guitarra eléctrica te la podrían armar aún peor. Sólo es un consejo. –Puntualicé puesto que realmente si aparecía algún guarda con un grupo de estudiantes furiosos, tenía la conciencia tranquila de que no había sido gracias a mí.
Estiré todos mis músculos conforme mis pies se relajaron de aquella tensión que las puntas ejercían sobre ellos y sentí como los músculos, a su vez, se relajaban también. Las agujetas se hacían menos toscas, pero sabía que conforme tuviera que levantarme de nuevo en unas horas mi cuerpo pediría a gritos un descanso de semanas; unas vacaciones en algún SPA, o tan sólo unas vacaciones sin salir toda una semana de la cama. Fue, entonces, después de preguntarle si había dado un concierto cuando una ráfaga de recuerdos que hasta el momento habían sido invisibles o no reconocidos por mi cerebro, que inundaron mi cabeza. Me llevé, instintivamente, una mano a la boca y tragué saliva, quedándome en silencio por un rato que se hizo eterno. – ¿Ser quién formó parte de tu público ?–Dije ocultando aquello que realmente quería decirle… a la vez, que mi cabeza, se volvió a unos meses atrás, al Valhalla, a las dos y media de la madrugada…
Tomé aire, encrispada, negando con la cabeza ante los hechos y eché un suspiro lento. –Sí. –Afirmé ante lo que ambos podíamos estar pensando unísonamente, pero sin querer dar detalles, puesto que realmente no sabía si sería buena idea. Así que, le di paso a él. –Sinceramente, no me acuerdo si soy quién piensas. ¿Quién podría ser yo? –Murmuré, poniendo a prueba a la vez si éste tenía esa mente privilegiada de la que en su día pude darme cuenta. Seguía mirando esa espalda fornida, ancha y decidí avanzar hasta éste lentamente. –Te escuché toda la noche tocar el piano. –Volví a sentarme en el sillón que había dejado atrás anteriormente, volviendo a colocarme a su lado, habiéndolo reconocido. –Tocaste unas canciones con un par de violistas y después te quedaste sólo. –Susurré rememorando aquella escena y clavé de nuevo los dedos en el piano, tocando lo que recordaba de cuando él tocó sólo. –Empezaste algo así. –Dije a la vez que tocaba, y cambié de melodía estirando uno de mis brazos por delante de su cuerpo para llegar a la parte más aguda de la clave de Sol. –Y así seguiste… -Retiré mis brazos, y metí mi pierna como pude, intentando rozarlo lo menos posible para pisar el pedal alargador, tocando aquella melodía de la cual me había hecho admiradora neta, y, no sabía exactamente si era de algún compositor o si eran propias suyas, pero realmente esa canción que estaba tocando era preciosa, llena de sentimientos tanto malos como buenos, era una mezcla sensible pero a la vez tosca y oscura. Algo que jamás yo había podido conseguir a pesar de que el piano fuera mi mejor amigo, ese que se tragaba todas mis penas y alegrías. Retiré mis manos del piano, entonces, y lo miré, dándome igual ya si me miraba o no. –Te llamas Valentino, Valentino Lisitsa y eres italiano. –Y me quedé callada, mirándolo, esperando ahora que él afirmara y contestara a mi lapsus mental, el cuál hacía que no recordara esa noche –ironía.
Ariadna H. O'Vullöus- Fecha de inscripción : 18/01/2013
Edad : 32
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