Lonely Saturday Night {Libre}

El sol parecía no ponerse nunca en Nueva York, no al menos en el centro donde las luces de los cines, locales, teatros y otros lugares de esparcimiento hacían brillar la ciudad y el cielo que la cobijaba como si aún fuese de día. Era algo casi mágico, pero también me parecía un poco melancólico. Me recordaba a los colores con que se vestía la ciudad de Seoul de noche, aunque estos eran más brillantes, más coloridos, mejores, más grandes. Desde que había vuelto a los Estados Unidos todo me parecía increíblemente más grande por alguna razón que no alcanza a entender, y aquella sensación me hacía sentir pequeño y perdido. Suspiré en medio de la nada de alguna calle central cuyo nombre no recordaba: había estado apenas dos veces en Nueva York con mis padres, probablemente cuando no tenía más de siete años, y todo lo que recordaba eran luces de navidad y tipos disfrazados de papá Noel por todas partes.

Aquellas luces ante las que me encontraba ahora eran bien distintas: obedecían a otras causas y a otros fines. Mis propósitos eran también distintos: había cumplido 20 años, había conseguido por fin entrar a la universidad más prestigiosa de los Estados Unidos y había abandonado a mis amigos y conocidos tanto en California como en Seoul. No rrecorría aquellas calles de la mano de mi madre para ir a algún gran almacén de compras, no. Las recorría en busca de algún local donde pasar un rato entretenido y conocer gente, algún lugar donde metamorfosearme y volverme a sentir parte de aquél país, de aquella ciudad. A pesar de que había pasado fuera sólo seis años, Estados Unidos se me había vuelto un completo desconocido.

Cruzé una gran esquina en la que había un quiosco cerrado, dejando escapar otro suspiro. Entonces lo vi: luces de neón grandes rotulando un ostentoso nombre sobre la puerta de entrada. Casualidad o no, recordaba un sitio realmente parecido a aquél en el centro bullicioso de la capital de Corea. Supe que había encontrado el lugar que buscaba y me decidí a entrar, sentándome en una de las esquinas de la barra que daban a una pared, para mayor comodidad. El local estaba casi a abarrotar y la música era lo suficientemente alta para colarse en el pensamiento, pero no demasiado como para impedirte escuchar a alguien cuando te habla. La camarera me sonrió a modo de pregunta y le pedí amablemente un San Francisco, también sonriendo. El alcohol no era lo mío. Esperé con tranquilidad mi bebida y miré a mi alrededor: había muchísima gente, y muchos de ellos parecía de mi edad. ¿Habría allí alguien de la universidad? Estaba pensando en aquello cuando la camarera me extendió mi San Francisco y me dispuse a beber...

-Una cajetilla Lucky.- me refería a una cajetilla del cigarro mundialmente conocido como Lucky Strike.

¿Con filtro?- me preguntó el señor de esos típicos bigotudos con un delantal sobre la enorme barriga cervecera, un lapicero tinta azul en la oreja derecha a modo de tenerlo cerca cada vez que sacase sus cuentas en algún pequeñuelo cuadernillo de apuntes con hojas anilladas.-Sí.- respondí indiferente, lo vi perderse dentro de su propia tienda y me quedé dándole un vistazo al lugar, un pequeño "cuchitril" más; miré mi atuendo de reojo, nada apropiado para comprar cigarrillos: aquel vestido negro tan ceñido al cuerpo, a juego con tacones de más de 12cm de alto ¿en qué estaba pensando cuando paré al chofer frente a una tienda solo para comprar cigarrillos?.

Había pasado cinco minutos y el señor aún no me traía mi pedido. Aburrida había ordenado una bolsa de papas fritas. El pequeño sobre de plástico con mi tan nutritivo entremés la tenía en frente de mí a solo una pequeña reja roja, pero tenía que esperar a que él me lo diese. Ganas no me había dado de entrar y simplemente tomarlas por mi cuenta. El mundo ahora estaba gobernado por el auto-servicio, pero estos diminutos almacenes no. Sus dedos frágiles y de seguro con más de miles de enfermedades sufridas se levantaban y estiraban lentamente para alcanzármelo. Si había alguien que nos quitaba el derecho de estar en la tierra que me llevase antes de los sesenta años.

Me dijo el precio. Por supuesto que tenía dolares en mi billetera para pagárselos, apostaba cuántas jugarretas niños le habían hecho llevando sus productos sin pagar ningún centavo, aunque esta clase de viejos eran tan mezquinos con el dinero que nunca se sabía que lío te podían hacer. Hablaba con la voz de experiencia de haber convivido con una senil. Saqué los pocos billetes verdes que necesitaba y me fui abriendo las papitas y colocando la cajetilla dentro de mi bolso de mano. El longevo ya había encendido el cigarrillo que necesitaba y que ahora lo tenía en mi boca.

Subí al auto que estaba aparcado frente al establecimiento, el mismo del que me había bajado minutos atrás; no tardé mucho en llegar a la discoteca, le pagué al hombre que conducía y le dejé la bolsa de papas en el asiento trasero del auto. Rebusqué en mi bolso, no dejaría que mi aliento espantara a nadie aunque solo se tratase de "queso" ; una vez que encontré lo que buscaba, entré directo al baño de la discoteca, gracias a Dios estaba vacío, saqué mi spray oral y después de tres jaladas sentí la frescura de mi aliento nuevamente; lo guardé rápidamente después de jurar mentalmente no volver a comer patatas fritas antes de ir a una discoteca.

Salí del baño de damas y me dirigí a la barra, justo en el extremo me percaté de la presencia de un joven -Un bloody May- le dije a la camarera que se apresuraba a preguntarme mi pedido -Hola- llamé la atención del chico pasándome al asiento más cercano a él -¿Te conozco? tu rostro se me hace conocido- lo miré por unos segundos para luego recibir la bebida que había pedido minutos atrás, me pregunté si el chico también estudiaba en Brown.

Era la noche más aburrida de mi vida, a decir verdad. No conocía a nadie, bebía solitario un San Francisco en la esquina de la barra de un bar al que iba por primera vez en la vida y ni siquiera me sonaba la música. Había pasado tanto tiempo fuera del país que ya no estaba al día ni siquiera de cuál era la música que estaba de moda y, aunque el ritmo y el estilo no eran muy diferentes al de la moda en Corea, no conocía el nombre de los artistas ni de las canciones. "Tengo que ponerme al día pronto" pensé. "Parece que me hubiese mudado a la luna. Gracias Dios que no he olvidado el inglés" bromeé para mis adentros. Sin embargo, a pesar del aburrimiento y, debido a ese optimismo mío que me caracterizaba, me encontraba bastante animado y con ganas de divertirme. Si mis amigos del instituto hubiesen estado allí, a esas alturas probablemente estaría dando saltos y haciendo el idiota por todo el local.

Di un sorbo, el último, a mi San Francisco. Estaba endiabladamente rico. Aquella era un de las razones por las que amaba con locura el San Francisco: estaba delicioso y podía beber cuanto quisiera sin caer rendido o muerto por ahí, lo cual era bueno teniendo en cuenta mi poco aguante para el alcohol. Pedí otro a la camarera y vi de repente a una chica acercarse. Era alta, de ojos claros y las luces parpadeantes del local hacían juegos de brillos sobre su largo pelo rubio. Juraría haberla visto en algún sitio antes, pero los únicos lugares que conocía en Nueva York eran Brown y ahora, aquél pub, por lo que era poco probable. Ella pidió un Bloody Mary y se sentó a mi lado, mirándome. Entonces pude verla más de cerca: definitivamente había visto su cara antes pero...¿dónde? Pensé en todos los lugares de Nueva York que había visto hasta entonces y recorrí mis recuerdos como si rebobinara una película. Entonces aparecío frente a mí, el día de la matricula vi a una chica parecida salir del edificio del rectorado. ¿Sería ella? Estaba tan acostumbrado a estar rodeado de asiáticas que no estaba seguro de poder diferenciar una occidental de otra, pero aquella no parecía la típica chica fácil de confundir o de olvidar.

-Hola. -saludó. Le respondí sonriendo y articulando otro 'hola'.-¿Te conozco? Tu rostro se me hace conocido.

La chica recibió su Bloody Mary y yo mi San Francisco, ante lo que sonreí satisfecho.

- No lo sé.-dije con amabilidad.- Soy nuevo en la ciudad. Quizás de la universidad de Brown-repliqué.-Soy Kevin,-añadí.-¿Y tú?

"Kevin", a decir verdad su nombre no me parecía para nada conocido, sin embargo, su rostro era todo lo contrario; el chico era asiático y a mi parecer todos los asiáticos se parecían demasiado, pero no había tenido la oportunidad de convivir con uno, por lo que este chico se me hacía particularmente conocido -Pues nosé si me conozcas, pero si no es así..- alcé mis cejas en un gesto amigable y extendí mi mano hacia el -Mi nombre es Hanna Montgomery- le sonreí estrechando su mano; volví la mia hasta la barra para juguetear con la servilleta del Bloody Mary que la camarera me había colcado en frente; di mi primer sorbo, disfrutandolo deliberadamente.

¿Brown? vaya que casualidad; le sonreí -El mundo si que es pequeño- ensanché aun más mi sonrisa -También soy de Brown- pasé una mano por mi cabello en un gesto deliberado, el mundo estaba hecho un verdadero pañuelo, te esperas todo y no te esperas nada a la vez; mira que conocer a un compañero en una discoteca.. "Es una buena forma de conocer a alguien", pensé aquello sin borrar la sonrisa de mi rostro. -No debe ser fácil ser nuevo en la ciudad- cambié la linea de mis pensamientos y me encogí de hombros para sacarle conversación al chico; a decir verdad, yo no tenía demasiado tiempo en NY, pues no había nacido allí, pero me había adaptado fácilmente, después de todo, había nacido en Estados Unidos, el caso contrario del chico a mi lado, que se notaba había nacido en otro continente -Yo tampoco soy de por aquí, pero llevo el tiempo suficiente como para haberme adaptado- le dió otro trago a mi bebida y lo miré -¿Te molesta si te acompaño un rato?- me había tomado la libertad de entablar una platica sin siquiera preguntarle a Kevin si quería o no estar solo.

-Discúlpame, acostumbro a hablar antes de preguntar si desean que hable- reí por lo bajo rememorando recuerdos pasados; ya había tenido innumerables problemas por el mismo asunto y no quería que esta fuera la ocasión -Es uno de mis más grandes defectos- suspiré para darle otro trago a mi Bloody Mary; pensé en sacar un cigarrillo, pero ahí, al final del pasillo que daba con el baño de damas, había un letrero que prohibía el cigarrillo en espacios cerrados; chasqueé mi lengua algo fastidiada por la regla.